El lado oscuro de la neutralidad

En mayo del año pasado, antes de volver a ser elegido presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva aseguró que el presidente ucraniano Volodímir Zelenski y su homólogo ruso Vladímir Putin son igualmente responsables por la guerra en Ucrania. Pero sin importar quién sea el que se niegue a tomar partido (Brasil, Sudáfrica o la India), proclamarse «neutral» frente a la guerra rusa de agresión es insostenible.

Lo mismo vale para las personas. Si un paseante ve a un hombre darle una paliza a un niño en la calle, se da por sentado que debería tratar de detenerlo. No hay lugar para la neutralidad. Por el contrario, deploraríamos la bajeza moral de la inacción.

¿Cómo debemos entonces responder a los recientes comentarios de Roger Waters ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas? En una videollamada, el activista y cofundador de Pink Floyd aseguró que hablaba en nombre de «unos cuatro mil millones de hermanos y hermanas» de todo el mundo. Reconoció que la guerra de Rusia en Ucrania es ilegal y que debe condenarse «en los términos más enérgicos». Pero luego se apresuró a añadir:

«La invasión rusa de Ucrania fue provocada, de modo que también condeno a los provocadores en los términos más enérgicos … el único curso de acción razonable es llamar a un alto el fuego inmediato en Ucrania. Ni una sola vida ucraniana o rusa más deben perderse, ni una más, todas son preciosas. Ha llegado el momento de decir la verdad al poder».

¿Es la «verdad» de Waters realmente una expresión de neutralidad? En una entrevista que dio a principios de este mes al Berliner Zeitung, declaró: «Tal vez no debiera, pero ahora estoy más dispuesto a escuchar lo que realmente dice Putin. Según voces independientes a las que escucho, Putin gobierna con prudencia y toma decisiones sobre la base de un consenso dentro del gobierno de la Federación Rusa».

Por ser yo mismo una voz independiente que sigue muy de cerca los medios rusos, sé muy bien lo que Putin y sus propagandistas «realmente dicen». Los principales canales de TV están llenos de comentaristas que recomiendan arrojarles una bomba nuclear a Polonia, Alemania o el Reino Unido. El belicoso líder checheno Ramzán Kadírov, uno de los aliados más cercanos de Putin, está diciendo abiertamente que «la lucha contra el satanismo debe continuar en toda Europa y, en primer lugar, en el territorio de Polonia».

De hecho, la línea oficial del Kremlin describe la guerra como una «operación especial» para la desnazificación y desdemonización de Ucrania. Una de las «provocaciones» de Ucrania ha sido permitir los desfiles del Día del Orgullo y que los derechos LGBTQ+ debiliten las normas sexuales y roles de género tradicionales. Los comentaristas alineados con el Kremlin hablan de un «totalitarismo liberal», llegando incluso a sostener que 1984 de George Orwell no fue una crítica del fascismo ni del estalinismo sino del liberalismo.

Nada de esto se hallará en los medios occidentales, donde el tema central es que tenemos que ayudar a Ucrania a sobrevivir. Hasta donde sé, nadie ha pedido una modificación de las fronteras de Rusia o la captura de alguna parte de su territorio. A lo sumo hallamos pedidos contraproducentes de boicotear la cultura rusa, como si el régimen de Putin tuviera algo que ver con artistas de la talla de Pushkin, Chaikovski y Tolstoi. Así como apoyamos a Ucrania en su lucha contra un agresor, debemos defender a la cultura rusa contra el que abusa de ella desde el Kremlin. También hay que evitar el triunfalismo y presentar nuestro objetivo en términos positivos. El objetivo central no es que Rusia termine derrotada y humillada, sino que Ucrania sobreviva.

Los países «neutrales» fuera de Occidente sostienen que la guerra es un conflicto local que palidece en comparación con los horrores del colonialismo o con hechos más recientes como la ocupación estadounidense de Irak. Pero está claro que es una evasiva: la guerra imperialista de Rusia es ella misma un acto de colonialismo. Quienes se proclaman neutrales pierden el derecho a protestar por los horrores de la colonización en cualquier otro lugar. Waters apoya con vehemencia la resistencia palestina a la colonización israelí. ¿Por qué la resistencia ucraniana a la colonización rusa va a ser menos digna de apoyo?

A veces las cosas son así de sencillas, sobre todo ahora que Rusia se prepara para celebrar el aniversario de su guerra con una nueva ofensiva. Es una obscenidad culpar a Ucrania por los actos de destrucción rusos, o tergiversar la heroica resistencia ucraniana diciendo que es un rechazo a la paz. Quienes como Waters piden un «alto el fuego inmediato» pretenden que ante la redoblada agresión rusa los ucranianos respondan abandonando su propia autodefensa. Eso no es una fórmula para la paz, sino para el apaciguamiento.

Hay que mencionar (una vez más) que Rusia espera que el argumento «neutralista» se termine imponiendo. Como explica el historiador militar Michael Clarke: «el plan del Kremlin será seguir combatiendo hasta que Occidente se harte y presione a Kiev para que los apacigüe concediéndoles cualquier territorio que hayan tomado hasta entonces». Rusia se prepara para una guerra prolongada que incluirá la movilización silenciosa de unos 600 000 soldados por año «por tiempo indefinido».

En algo Waters no se equivoca: Ucrania está «provocando» a Rusia con la negativa a someterse a sus ambiciones imperiales, incluso en condiciones sumamente desfavorables. A estas alturas, la única forma de no provocar más a su agresivo vecino revisionista sería bajar las armas y rendirse. Y (Waters coincidirá conmigo) lo mismo puede decirse de Palestina.

Pero rendirse al imperialismo no genera ni paz ni justicia. Para preservar la posibilidad de lograr lo uno o lo otro, tenemos que abandonar la ficción de neutralidad y actuar como corresponde.

Slavoj Žižek, Professor of Philosophy at the European Graduate School, is International Director of the Birkbeck Institute for the Humanities at the University of London and the author, most recently, of Heaven in Disorder (OR Books, 2021). Traducción: Esteban Flamini.

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