El lado oscuro del fútbol

Cuando era niño, y hasta entrada la adolescencia, iba al fútbol, al campo del Barça. Era lo que se suele llamar un hincha, un apasionado culé. Tengo de aquella época muchos recuerdos, buenos y malos, de equipos, jugadores, goles, estilos. También de aspectos no propiamente deportivos, más bien sociales y psicológicos: impresiones que me han quedado en la memoria y que me han servido para conocer el comportamiento de las personas y, con permiso de Ortega y Gasset, de las masas, de los individuos como adocenados miembros de un rebaño.

Recuerdo aquel vecino mío de butaca que cambiaba de opinión sobre la calidad del equipo, o de un jugador en concreto, según se desarrollara cada partido.

Eran los tiempos de Luisito Suárez, un extraordinario jugador que unas veces disputaba partidos excepcionales y, en otras ocasiones, poseído por la abulia, no daba pie con bola. En el primer caso, tras cada jugada genial, mi vecino se levantaba, agitaba los brazos y proclamaba con entusiasmo a los cuatro vientos: "El millor jugador del món!". En el partido siguiente, si Suárez tenía una tarde aciaga, sin pensárselo dos veces, con idénticos gestos, se dirigía indignado al palco presidencial exclamando: "¡És una pepa, foteulo fora!".

¿Es así la condición humana? Quizás. En todo caso, así son muchos aficionados al fútbol, porque mi vecino no era una excepción. El conjunto del público solía actuar de la misma manera: cuando el equipo jugaba bien, lo aplaudía a rabiar; en las tardes que no funcionaba, se montaban broncas monumentales. La pasión, proyectada en sentidos opuestos, era la misma en ambos casos; el raciocinio, en cambio, brillaba por su ausencia. Casi nadie entendía que una mala tarde la tiene cualquiera y que el apoyo del público es fundamental para jugar bien. No sé si en otros clubs sucedía lo mismo, no sé qué sucede ahora, en todo caso así se comportaban entonces una gran mayoría de culés azulgrana.

Todo ello viene a cuento por la actual situación tras la moción de censura a Joan Laporta. No conozco los entresijos del asunto, ni siquiera sigo la información deportiva. Pero, inevitablemente, algo te llega: arrogancia y desplantes del presidente, desbarajuste en el vestuario por parte de las grandes estrellas, politización creciente del club porque Laporta aspira a futuros cargos públicos. Ahora bien, ¿se hubiera interpuesto la moción de censura si el año pasado, en el último partido de Liga, la suerte hubiera estado del lado del Barcelona y no del Real Madrid, de manera que el Barça hubiera ganado el campeonato? El éxito en fútbol depende de que el balón entre en la portería contraria en lugar de en la propia. ¿Una tontería de este tipo puede suscitar tantas pasiones?

Ahí encontramos el lado oscuro del fútbol, que, a mi modo de ver, tiene dos vertientes: por un lado, oculta grandes negocios; por otro lado, es una escuela de fanatismo e irracionalidad.

En cuanto a lo primero, el ejemplo social que da el fútbol es pésimo. La cantidad de millones de euros que ganan las grandes y medianas estrellas constituye un lamentable horizonte moral para jóvenes y mayores. "¡Dedícate al fútbol, así ganarás dinero!", es una frase común, en la que se trasluce que lo importante no es el trabajo que desempeñes, sino el dinero que puedes llegar a ganar en una profesión. Pero, además, el fútbol maneja mucho dinero, de un país a otro, dinero blanco y quizás negro, a la vista y oculto, con paraísos fiscales de por medio. Dinero y, asimismo, influencias, vanidades y ambiciones, nada deportivas, por cierto. No es, por tanto, afición al fútbol y amor al club lo que suele mover a tantos para ser presidentes y directivos: son otras aspiraciones menos confesables.

Esto respecto a las figuras deportivas y a los que mandan en el palco. Pero también se suscitan estados de intolerancia en los aficionados que se transmiten muchas veces a otros campos de la vida social. Quizás hay ahí una faceta positiva: el apasionamiento en el campo es un escape para no caer en actitudes más peligrosas. Pero también tiene facetas muy negativas: el fútbol divide a las sociedades en los míos y los otros, los buenos y los malos, los amigos y los enemigos. Ya sé que no todos los aficionados al fútbol tienen esta mentalidad, pero creo que merecería un estudio la influencia del mundo del fútbol en el mundo de la política. Quizás no habría tanta intransigencia, tanto fanatismo, tanta exaltación en la política, si muchos no se hubieran educado en la ideología futbolera.

El fútbol provoca, pues, pasiones inflamadas en los aficionados e interesadas en los que se aprovechan de él. He comenzado diciendo que de pequeño era aficionado al fútbol. Cuando me hice mayor dejé de serlo: sigo como socio del Barça sólo por razones sentimentales, pero hace treinta años que no voy al campo y ni veo los partidos por televisión. Las causas son las que explico en este artículo: el fútbol es más un negocio que un deporte, es un mal ejemplo social y una escuela de fanatismo, de ideología del odio. Aunque lamento, si les he de ser sincero, no haber visto la segunda parte del reciente España-Rusia: un buen partido sigue siendo una gozada inmensa.

Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.