El ladrillo y la red

La crisis económica mundial se agrava por momentos, sobre todo en Europa, con una caída promedio del 4,7% del PIB en el primer trimestre del 2009 en las economías de la UE. Y aunque en EE. UU. el ritmo de destrucción de empleo ha bajado, ello se debe a la inyección de dinero público, que sólo puede funcionar como colchón coyuntural mientras se opera la transición hacia un nuevo modelo económico que sea sostenible. En España la crisis adquiere tintes aún más dramáticos, porque aunque la caída en términos de producción ha sido sólo del 2,9%, el ritmo de destrucción de empleo es mucho más alto que en Europa, con una amenazadora previsión del 20% de paro en unos meses.

Y es que el milagro español era de cartón piedra. Es una anomalía, como ocurrió en la última década, un crecimiento por encima del 3% con un incremento de productividad por debajo del 1%. Como es sabido, gran parte del crecimiento se debió a un crecimiento del empleo y la inversión en la construcción y el turismo, que produjo un burbuja inmobiliaria alimentada por tipos de interés negativos en términos reales. Crédito fácil, endeudamiento por encima de la solvencia y construcción aprovechando una mano de obra inmigrada abundante y barata que también contribuyó a incrementar la demanda. Era un castillo de naipes especulativo que se está derrumbando por momentos.

En el último trimestre del 2008 el empleo en la construcción cayó en más de un 20% y la producción en un 8%, y en el primer trimestre del 2009 las compraventas de viviendas han disminuido un 24% con respecto al año anterior. Y esto es sólo el principio, porque el impacto de la caída del empleo sobre la demanda aún no se ha producido. Ya hay 700.000 viviendas vacías en España y no es porque la gente no las necesite, sino porque pocos tienen dinero para comprarlas, aun a precios más bajos. Si se añade la desaparición de miles de pequeñas empresas que han perdido mercados en el sector manufacturero, en particular en la automoción, es difícil ser optimista sobre el futuro del tejido productivo actual.

De ahí las ideas salvadoras de pasar de la economía especulativa financiero-inmobiliaria a la economía de la innovación utilizando la potencialidad de las redes informáticas mediante una fuerza de trabajo más educada y productora de servicios avanzados, tanto públicos como privados. El problema es que los plazos para la gestación de esa nueva economía del conocimiento son largos. Se perdió un tiempo precioso en los años de vacas gordas artificialmente alimentadas. Enchufar a los escolares a internet, contando con que sus maestros los acompañen, es una excelente iniciativa, pero su efecto sobre la productividad sólo se observará cuando los niños hayan crecido, o sea, dentro de unao dos décadas.

Por eso la salida de la crisis requiere estrategias a corto plazo que preparen el largo plazo. Tal como promocionar el desarrollo de pymes innovadoras que se alimenten de mercados públicos en sectores como la salud, la educación, las energías renovables o los servicios públicos.

Hoy por hoy, sólo el Estado puede invertir en la economía en proporción suficiente como para estimularla. Pero en lugar de gastar esos fondos en subvenciones a fondo perdido de industrias condenadas (como el subsidio a la compra de coches), sería necesario renovar profundamente la infraestructura de servicios públicos mediante inversiones que constituyan un mercado para las pymes, las principales creadoras de empleo. En contraste con la práctica actual de reservar los mercados públicos, por ejemplo en salud, a multinacionales que venden caras sus tecnologías genéricas sin innovar en aplicaciones específicas.

Ahora bien, si todo el mundo sabe que las pymes son las que crean empleo, estas empresas no pueden prosperar e innovar sin formación de sus recursos humanos, sin redes de cooperación entre ellas y, sobre todo, sin acceso a capitales riesgo que se la jueguen en proyectos innovadores. Por eso los datos parecen descartar la esperanza de las pymes como antídotos a la crisis. En abril del 2009 el número de creación de empresas en Catalunya, tierra de pymes, con respecto al año anterior cayó en casi un 35%, mientras que la disolución de empresas aumentó en un 20%. Y es que la madre del cordero económico sigue siendo la parálisis del mercado financiero. Como del crédito fácil se ha pasado al cierre del grifo del crédito, quienes no tienen reservas o no son suficientemente grandes como para exigir que el Estado los rescate van cayendo, sean innovadores o no, sean socialmente necesarios o económicamente productivos.

De lo que se deduce que no se trata sólo de reactivación económica, sino de transformación del modelo socioeconómico. No solamente pasando de la economía del desconocimiento a la del conocimiento, sino, mientras tanto, aceptando la desmercantilización de una parte de la vida cotidiana. Plantando tomates para comérselos. Complementando el coche con la bicicleta. Trabajando menos y cobrando menos pero disfrutando más de los goces vitales mediante el acceso a la nueva riqueza de tiempo disponible. Cuidándose de su cuerpo en lugar de comprar más fármacos. Intercambiando música y cine en la red en lugar de pagar cánones medievales a los monopolios gremiales. Cuidando a los niños de los otros mientras los otros cuidan de los tuyos, aprovechando que muchos tienen más ratos libres. Aprovechando para visitar a nuestros viejos antes de que se mueran de soledad. Y redescubriendo el placer de un paseo al sol porque no pasa nada si llegamos tarde. Como, en realidad, no tenemos muchas opciones, habrá que aprender a compaginar los estertores de una vieja economía descerebrada, los albores de una nueva economía de la innovación y la expansión de un tercer sector de actividad en donde en lugar de vivir para pagar el consumo vivimos directamente para consumir nuestra propia vida sin intermediación monetaria. No es una utopía, sino una práctica variopinta que surge de la necesidad. Tiempos de crisis, tiempos de esperanza.

Manuel Castells