El laísmo de Cecilia

Con motivo del cuarenta aniversario de la muerte de la cantautora Cecilia –que hoy cumpliría 68 años– varios medios de comunicación han evocado el que alguien llamó «laísmo más famoso de la canción española». Está en el estribillo de la célebre canción Un ramito de violetas :«¿ Quién la escribía versos ?, dime quién era / ¿Quién la mandaba flores por primavera? / ¿Quién, cada nueve de noviembre, como siempre sin tarjeta, la mandaba un ramito de violetas?».

Es innegable que cada una de las tres frases contiene un laísmo, con la circunstancia añadida de que las tres incluyen el auténtico complemento directo (versos, flores, ramito). Lo correcto sería sustituirla por le, como naturalmente harían todos los hispanohablantes, salvo los originarios de ciertos territorios que la Nueva gramática de la lengua española sitúa hoy en Burgos, Ávila, Segovia, Valladolid, Cantabria y ciertos medios populares de Madrid. (Es una maravilla, por cierto, poder obtener esta información, con un simple clic, en el excelente sitio web de la Real Academia Española y aprender, como acabo de hacer, que el laísmo no fue reprobado por la Docta Casa hasta mediados del siglo XIX, y que, antes, había sido empleado por autores tan excelsos como Santa Teresa, Lope o Tirso…).

Lo llamativo de este caso es que Evangelina Sobredo Galanes (Cecilia), ni en su conversación ni en su escritura, incurría en laísmos porque su padre había nacido y se había educado en Ferrol –donde aprendió a leer junto a dos niños que terminarían siendo excepcionales escritores en lengua castellana: Gonzalo Torrente Ballester y José Castedo Carracedo–, y su madre, en Vigo. Y si alguna incorrección lingüística nos es totalmente extraña a los gallegos es el laísmo. Ni la cantautora ni ninguno de sus siete hermanos eran laístas, aunque desde muy pequeños oyeron hablar a María del Campo –la tata que acompañó a la familia Sobredo por todo el mundo–, que era natural de un pueblo vallisoletano de precioso nombre: Peñaflor de Hornija. María era muy bienhablada, pero utilizaba frecuentemente laísmos, como hacen muchos vallisoletanos, incluidos los cultos. Cecilia, sin embargo, ni hablaba con laísmos ni los utilizó en las letras del casi centenar de composiciones e interpretaciones que nos legó, en las que, en cambio, hay huellas del excelente castellano de María, como la metáfora del «verso suelto, sin rima y sin par», de la letra de Me quedaré soltera. («Niña, ¿qué haces ahí sola, como un verso suelto?», solía decir la tata). Al contrario, en su repertorio hallamos muchos ejemplos del correcto uso del pronombre personal de tercera persona, en canciones como Dama,dama, «que hace lo que le viene en gana» y «hace lo que le da la gana».

¿Por qué, pues, emplea Cecilia el laísmo en el estribillo de Un ramito de violetas? ¿Lo hace intencionadamente? ¿Qué pretende con ello? Inteligente y consciente de sus dotes artísticas, la cantautora madrileña no solía dar puntada sin hilo y componía para durar, no para satisfacer los deseos comerciales inmediatos de las compañías discográficas.

El gran crítico musical Santiago Alcanda, que –con el maestro José Ramón Pardo– conoce como pocos la obra de Cecilia, afirmó, en la edición monográfica que le dedicó el pasado 2 de agosto en su programa Como lo oyes (Radio 3), que este laísmo es intencionado. Y avanzó una justificación oída de boca de Juan Carlos Calderón, buen amigo de Cecilia y arreglista de esta canción, y de todo el disco: se debe a una «razón argumental», y lo emplea para dejar claro que es la esposa ilusa la destinataria de los versos, las flores y el ramito.

Es posible. Dejemos al lector que sustituya en el estribillo la por le y juzgue si, tras el cambio, existe ambigüedad de destinatario. Recordemos, sin embargo, que el excelente compositor musical que fue Juan Carlos Calderón le contó a José Madrid, biógrafo de Cecilia (Equilibrista), que, precisamente, en Un ramito de violetas él la ayudó« muchísimo como arreglador ». Y Juan Carlos Calderón era de Santander, tierra propensa al laísmo, según la RAE.

Se ha escrito con frecuencia que Cecilia, muy adelantada para la España de los setenta, fue pionera del feminismo, y así es. Esa inquietud está presente en la letra de muchas de sus canciones, generalmente de forma soterrada e irónica, como en Me quedaré soltera, Equilibrista, Me iré de aquí, La primera comunión… O abiertamente, como en Amor de medianoche, en la que ella recompuso la letra original de J. C. Calderón para acomodarla a su gusto. Recientemente se ha escrito también que en la España de los primeros setenta se perseguía toda crítica, sobre todo si se trataba de un discurso femenino y feminista, y que todavía hoy Cecilia no ha alcanzado el lugar que le corresponde por tratarse de una mujer. Es cierto, pero de ahí a ver en el uso de estos laísmos un gesto de rebeldía o reivindicación –como se ha dicho alguna vez– hay mucho trecho. Bastantes quebraderos de cabeza tienen los lingüistas con la igualdad de género –léase el capítulo El género no marcado, en Más que palabras, de Pedro Álvarez de Miranda– como para plantearles uno más. Y recordemos que en otra de sus canciones (Andar) Cecilia no tiene inconveniente en escribir y cantar «quiero ser peregrino», en masculino, aunque sea por conveniencia de la rima.

Este laísmo es, sin duda, consciente e intencionado. Adviértase que la autora pone el estribillo en boca del oyente, que dirige sus preguntas a la narradora, pidiéndole respuesta («dime quién era»). Y podemos ver en él, además de la probable influencia cántabra, un guiño a cierto casticismo madrileño y otro a la «marquesa de Hornija», la vallisoletana María del Campo, a la que Evangelina y sus hermanos admiraban y querían, y a la que ella había otorgado ese título de nobleza –tan cariñoso como imaginario– por su porte siempre digno y por su buen hablar.

Santiago Martínez Lage, académico correspondiente de la Real de Jurisprudencia y Legislación.

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