El legado de Gregorio Ordóñez

Conocí a Gregorio Ordóñez en 1983 cuando los dos fuimos elegidos concejales de Alianza Popular (AP), él en San Sebastián y yo en Pamplona. Desde entonces, al tener que actuar contracorriente y en «territorio comanche», forjamos una unión muy estrecha que ahora, 25 años después de su asesinato al estilo del Chicago mafioso de los años veinte, sigue sin romperse. Cuando Gregorio entró con 24 años en el Ayuntamiento donostiarra, AP tenía allá diez mil votos y tres concejales y gracias a él empezó su despegue. Porque, como concejal de Urbanismo, primero, y de Turismo y Festejos, después, demostró pertenecer a esa clase de políticos que saben que a los puestos se va a servir y no a servirse de ellos y que en política se está para resolver los problemas que afectan a los ciudadanos. Sí, Gregorio era de esos que atendía a todos los vecinos por igual, sin mirar su etiqueta política, al tiempo que transmitía una imagen de persona íntegra, honrada, austera, sencilla, campechana y resolutiva. Fue un trabajador incansable que dedicó a los temas municipales todo el tiempo que era necesario, robándoselo a su vida privada y a su familia. Era firme en sus principios y no tenía pelos en la lengua para denunciar al adversario con el arma de la palabra, y con ella, en esa tierra tan difícil y en esos momentos tan problemáticos, supo defender algo tan esencial como que todos los vascos podían vivir en paz y en armonía.

Y fue así como logró que en 1991 trece mil donostiarras le votaran y que su partido pasara de tener 3 a 5 concejales. Y, a partir de ese momento, ya como primer teniente de alcalde, con su omnipresencia en todos los problemas ciudadanos, su fama y su prestigio creció de forma imparable hasta llegar a convertirse en un símbolo más de esa ciudad, como lo podían ser Igueldo, Urgull o la isla de Santa Clara.

Pocas horas después del atentado que le costó la vida llegué a su capilla ardiente y en ella permanecí durante largo tiempo. Cuando salí, me puse a deambular por las calles de la parte vieja donostiarra, en una noche lluviosa y desapacible, hasta que llegué al lugar en el que había caído abatido. La calle 31 de Agosto estaba desierta y en ella sólo encontré a una chica de unos 20 años que paseaba a su perro a la que, haciéndome el forastero, le pregunté quién era el que había sido asesinado. Su contestación no se hizo esperar: «Uno que en mayo iba a ser alcalde». Fue la mejor respuesta que podía recibir. Mi casual interlocutora me estaba confirmando que gracias a Gregorio su partido había dejado de ser una fuerza residual para convertirse en la primera de la capital guipuzcoana y que él estaba a un paso de lograr, nada más y nada menos, que la alcaldía. Y no iba muy desencaminada porque en las elecciones municipales que se celebraron cuatro meses después, el PP se convirtió en la primera fuerza política en San Sebastián con 22.611 votos y siete concejales.

Desde entonces han transcurrido ya 25 años en los que el PP ha carecido en esa ciudad de un líder carismático que defendiera los principios de ese partido y se mantuviera firme en los temas fundamentales y en las reivindicaciones del nacionalismo vasco, tanto del violento como del democrático. Por el contrario, sus dirigentes se han olvidado de las esencias del PP y se han preocupado más de su propia imagen, de las fotos y de las redes sociales, con lo que han dilapidado el legado de Gregorio, y han logrado volver al punto de partida del que este salió en 1983. Por eso, en las elecciones municipales del pasado mayo han cosechado los diez mil votos y los tres concejales de entonces, y se han vuelto a convertir en una fuerza irrelevante.

Con su ejemplo, Gregorio nos demostró que en política todo se puede lograr y nos trazó el camino que hay que seguir para conseguirlo. Este fue su gran legado. Pablo Casado tiene que tomar buena de él y tiene que seguir su estela en San Sebastián, en el País Vasco y en toda España. Si lo hace, el triunfo estará asegurado y ese será el mejor homenaje que le podrá rendir a Gregorio. Es mucho lo que está en juego y no hay tiempo que perder.

José Ignacio Palacios Zuasti fue senador.

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