El legado de Manuel Chaves Nogales

El próximo 23 de diciembre se cumplirán 85 años del banquete celebrado en el madrileño Hotel Nacional en honor de Juan Belmonte y Manuel Chaves Nogales. El motivo para reunir a manteles a ciento cincuenta personas, entre las que figuraban ni más ni menos que José Ortega y Gasset, Azorín, Ramón Gómez de la Serna, Sebastián Miranda o Julio Camba, no era otro, claro está, que la recentísima publicación en volumen de «Juan Belmonte, matador de toros (Su vida y sus hazañas)», escrito por el periodista Chaves Nogales. Y digo en volumen, porque esa vida y esas hazañas habían tenido antes una existencia en la prensa. En concreto, en el semanario «Estampa», donde, desde mediados de aquel mismo año, habían ido apareciendo los futuros capítulos del libro.

Semejante práctica, sobra precisarlo, constituía una excelente plataforma de lanzamiento de una obra, hasta el punto de permitir que un homenaje como el que hace al caso y que respondía a la excelente recepción que habían tenido las diversas entregas del semanario pudiera celebrarse con el libro apenas editado y distribuido. Añadan a lo anterior el hecho de que tanto Belmonte como Chaves Nogales eran en aquella España, y en especial en ciudades como Sevilla y Madrid, personajes conocidos y estimados, y se entenderá el éxito de la convocatoria. Pues bien, a los postres del banquete el periodista tomó la palabra para pronunciar el brindis de rigor, y tras lamentar que el torero no estuviera presente -Belmonte había enviado desde Sevilla un telegrama de agradecimiento en el que excusaba su asistencia-, pasó a explicar la génesis de la obra. O sea, qué le había inducido a escribir aquel libro en cuya producción, según confesaba con modestia, su papel había sido tan secundario que podía parangonarse con el de un simple amanuense.

Todo arrancaba de una encuesta realizada en 1933 por «Ahora», el diario que él dirigía de facto, a los personajes más característicos de cada oficio y en la que se les preguntaba cómo era España veinte años atrás. A Juan Belmonte, uno de los encuestados, le había correspondido hablar de lo suyo, claro, y las cuartillas manuscritas que había entregado eran, a juicio del periodista, «las que más exactamente reflejaban el ambiente taurino tal y como yo anhelaba»; de ahí que insistiera «con Belmonte en la faena de ahondar en sus recuerdos personales». Y el resultado de esa conjunción es uno de los mejores libros de memorias jamás escritos en España, al tiempo que un vívido retablo del mundo del toreo de comienzos del pasado siglo.

Pero en su parlamento Chaves Nogales dejó traslucir también una inquietud, nacida de la contrariedad de un fracaso. La encuesta de la que había salido su Belmonte tenía un precedente. Oigámosle: «En España es difícil, si no imposible, encontrar quien quiera volver la vista hacia el panorama de su vida y legar a los que vienen detrás los resultados de su experiencia. Nadie escribe sus memorias, nadie se preocupa de decirnos cómo fue, como si eso no interesase ya a nadie. Yo he buscado con ahínco el testimonio vivo de ese pasado inmediato interrogando sobre su vida a cómicos, toreros, políticos; a toda la gente representativa de una época. Nadie me ha sabido contar cómo fue. En esta desolación que me hacía pensar que el año 1900 será dentro de poco tan remoto e incomprensible como la prehistoria, tuve que ir replegando mi ambición (…) limitándome ya a contar siquiera cómo era España hace veinte años a quienes ahora los tienen (…)». Y salió su Belmonte. Pero aquel empeño anterior saldado con un fracaso y al que ahora se estaba refiriendo en su brindis definía mejor que nada el carácter de Chaves Nogales: el de un hombre comprometido con su tiempo y con su país.

Se me dirá que en eso consiste, a fin de cuentas, el oficio de periodista. O que en eso debería consistir, al menos. Cierto. Pero el compromiso de Chaves abarcaba también el pasado, en la medida en que pretendía llenar un vacío -un poco como haría mucho más tarde, ya en los estertores del franquismo, Rafael Borrás, cuando se inventó aquella benemérita colección «Espejo de España», editada por Planeta-. Chaves reclamaba memorias que ayudaran a comprender cómo era nuestro país en aquel cambio de siglo en que él apenas tenía uso de razón. Al fin y al cabo, ¿qué sería del trabajo de los historiadores si no pudieran contar, entre otros materiales, con el contenido en los libros de memorias? Por supuesto, lejos estaba entonces de imaginar el homenajeado que esa laguna que aspiraba a colmar, esto es, esa continuidad tan anhelada, iba a empezar a truncarse siete meses más tarde.

Sea como fuere, nos queda su testimonio. El de las palabras pronunciadas en aquellas vísperas navideñas, el de su «Belmonte» y el de tantas páginas impresas en periódicos y revistas -que es como decir el de tantas otras obras publicadas en vida y póstumamente-. Y nos queda su ejemplo. El de un hombre valiente, comprometido con la defensa de las libertades, que abandonó España a finales de 1936 cuando tuvo plena conciencia de que, ganara quien ganara aquella guerra, lo que vendría después no sería en modo alguno un régimen democrático. Chaves fue, sin discusión, el más fiel representante de esa Tercera España que tanto seguimos echando en falta.

El mejor homenaje que hoy podemos rendirle, como a todos los grandes escritores, es leerle. De ahí que constituya motivo de celebración que este triste año pandémico de 2020 se cierre con la noticia de la aparición en Libros del Asteroide de la tercera edición de su siempre acrecentada «Obra completa», a la que acompañan una exposición y otras publicaciones sobre su figura y su obra y, entre ellas, una cuyo destino son las aulas andaluzas. No me cabe la menor duda de que no existe antídoto más indicado contra la zozobra política y educativa en la que estamos inmersos que la difusión y el conocimiento, a todos los niveles, de su legado.

Xavier Pericay es escritor.

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