El lenguaje de las manos

Hay algo que quiero comentar al hilo de la importancia que tienen las manos en la vida diaria. Nos olvidamos de este extremo y, sin embargo, es básico a la hora de estrechar lazos y unir a las personas. La mirada, la palabra, el tacto ocupan un lugar destacado en nuestra sociedad y aunque a veces se olvida, es innegable que ocupa gran parte de nuestras relaciones y conforma el desarrollo humano y vivencial. No hay nada más desagradable que cuando te presentan a una persona te da la mano sin mirarte a los ojos, como quien toca el tronco de un árbol.

Los vínculos humanos pivotan, en gran medida, sobre la palabra y las manos. Son nexos que transmiten una sintonía necesaria. Un buen apretón de manos es la antesala de una conversación, de un encuentro, de un intercambio de opiniones. Los sentimientos escapan, fluyen, a través de las manos y de la palabra. Nada resiste a estas dos cualidades de la sociabilidad. La emoción circula de uno a otro a través del contacto. Las epidermis se juntan al mismo tiempo que las turbaciones entre las personas. Todo denota un estado especial. El corazón se agita, aunque para nosotros sea indescriptible. Cuando entramos en contacto con alguna persona lo primero que se pone en juego son las manos, después la mirada y finalmente la voz. Una acertada terminología en nuestra expresión verbal nos une, de una manera positiva, a la persona con la que estamos teniendo el encuentro y si, a esto, se une un buen apretón de manos, una suave caricia en el hombro, una palmada en el mismo o un leve movimiento con ellas, el éxito de esta primera relación está conseguido. El mero hecho gestual en una conferencia es de una importancia capital. De cómo se mueva el orador, y de cómo maneje las manos, se consigue conquistar al público que no solo observa lo que se dice sino también como se dice. ¿Y qué decir de una conversación de trabajo o de negocios? De la forma en que nos mostremos ante nuestros interlocutores, de cómo manejemos las manos y la cadencia de las palabras, tenemos una gran parte del resultado final ganado. Nos verán de otra manera, con otro prisma y simplemente por manejar adecuadamente la palabra y los gestos manuales.

En la Medicina, las manos, ocupan un lugar preeminente. Estamos inmersos en pruebas diagnósticas complicada y caras, como la resonancia, el escáner, la biotecnología y, sin embargo, olvidamos el efecto, no solo diagnóstico, sino también terapéutico que obtenemos con las manos. Este contacto físico del médico hacia su paciente es visto, por este último, como una sensación de entrega, de cercanía que muchas veces se olvida ante el efecto mural de una bata. Muchas veces esta separa más que une. El tacto y la palpación en la exploración diagnóstica son instrumentos que, aunque relegados en los tiempos actuales, imprimen una gran dosis de confianza para el paciente. Traigo a colación una frase de Ortiz de Landázuri sobre este particular: «Se sentaba junto al paciente en el borde de la cama, tomaba la mano del enfermo y le hacía una caricia».

El interrogatorio y la exploración manual, la palabra y las manos, son la base de la buena medicina. Laín Entralgo hablaba de la opsitécnica o técnica de la mirada; logotécnica, de la palabra; quirotécnica, de las manos, y la haptotécnica, el arte de tocar. La mirada, la palabra, las manos, se convierten en un medio indispensable de relación humana, de lenguaje corporal que une más que separa. Volvemos, una vez más, con la palabra y las manos, con el terpnos logos y la exploración, como métodos imprescindibles para lograr la integración emocional que todo acto médico conlleva. La palabra pausada, modulada, lleva a quien la escucha a un estado de relajación cercano al estado sofrónico, tan necesario para obtener buenos resultados en nuestro contacto. Si con el tratamiento convencional no conseguimos curar al paciente, al menos mejoraremos su evolución. Es la Medicina Humanística tantas veces olvidada, y tan necesitada en los tiempos materialistas que corren. El paciente necesita este vínculo, este contacto que le muestra una cercanía en su proceso de enfermar. No se puede negar que todo padecimiento implica un cierto sufrimiento, una perturbación del ánimo que fácilmente se subsana con una mano en el momento y el lugar adecuado. Junto a la mesa de exploración, en el diván, en la cortesía del recibimiento y en la despedida podemos transmitir algo ya olvidado: la emoción del encuentro. El enfermo se va de una forma diferente a la que ha entrado, con una carga emocional distinta.

Y para terminar dice mi culto y admirado amigo médico Javier Barbado: «Hágame usted caso, desconfíe del médico que no le toca». ¡Cuánta verdad encierran estas palabras! Las manos, la mirada y la palabra es una trilogía mágica a la que debemos volver.

Antonio Bascones, Catedrático de la UCM y presidente de la Real Academia de Doctores de España.

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