El Líbano, hacia el abismo

Por Marco Vicenzino, fundador y director ejecutivo de Global Strategy Project y ha sido director ejecutivo del International Institute for Strategic Studies-US (EL MUNDO, 24/07/06):

Cuando visité el Líbano, a finales de febrero de 2005 -inmediatamente después del asesinato del ex primer ministro Rafik Hariri-, me encontré con un ambiente de desafío. Sencillamente, los libaneses, hartos del status quo, exigían cambios políticos y la salida de la presencia siria, lo que se produjo, poco después, en la primavera del 2005 y fue seguido de elecciones al Parlamento.

Al volver al Líbano en mayo del 2006, me encontré con un ambiente de desilusión, marcado por repetidas quejas en un mismo sentido: «nada va a cambiar» y «las mismas caras de siempre siguen a estas alturas dirigiendo el espectáculo». La sensación predominante era de parálisis política. A pesar de tantas frustraciones, los libaneses estaban firmemente decididos a crear un futuro diferente y a romper con su pasado turbulento. Las facciones libanesas de todos los colores en el espectro político se implicaron en un diálogo a escala nacional y se esforzaron por alcanzar un acuerdo en torno a los puntos más básicos. Aunque el proceso estaba siendo conflictivo y avanzaba muy lentamente, lo importante era que los libaneses estaban tratando de resolver sus diferencias mediante el diálogo y no mediante el cañón de un arma. Paciencia y espíritu de diálogo, materias primas escasas en otros tiempos, estaban pasando a ser el orden del día. No habría una repetición de la guerra civil de 1975 a 1990, que costó miles de vidas y otros 15 años de ocupación siria.

Sin embargo, los acontecimientos del 12 de julio han dado al traste con esta sensación de esperanza. En estos momentos, la violencia está alterando otra vez el rostro del Líbano. Según todo los indicios, EEUU está facilitando a Israel un margen de tiempo, de duración desconocida, en su intento de aniquilar a Hizbulá. ¿Ha cometido Sayed Hasan Nasrala un error de cálculo con su décimosegundo ataque? Pensar que el máximo dirigente de Hizbulá no se esperara que la reacción de Israel fuera la que ha sido supondría un menosprecio a su inteligencia, en particular después de haber podido constatar en fechas recientes cuál ha sido la reacción del Estado judío a un ataque similar de los palestinos que incluyó el secuestro de un soldado israelí. Resta por ver si sus decisiones terminarán siendo a largo plazo políticamente fructíferas para su organización. Sin embargo, un hecho que no tiene vuelta de hoja es que la nación ha quedado en ruinas, atrapada una vez más bajo el fuego cruzado de intereses contrapuestos.

Los ataques representan un tremendo bofetón psicológico a la conciencia nacional del Líbano, donde todavía se aprecian las cicatrices y los fantasmas de la guerra civil. Al cabo de casi 16 años desde el final de la contienda de 1975-90, el país todavía tiene que asimilar la violencia y las matanzas que segaron más de 200.000 vidas.

En el caso de los israelíes, ha comenzado una nueva era con el bombardeo de sus ciudades y la pérdida de vidas. Los scuds iraquíes que cayeron sobre Israel a principios de los años 90 procedían de muy lejos y en un momento en el que había una gran alianza internacional de naciones en contra de Irak. Ahora, los que llegan son unos cohetes de mayor complejidad técnica y lo hacen desde sólo unos kilómetros al norte de sus fronteras. Las reglas del juego están cambiando en más aspectos de los que Israel podía imaginar antes de lanzar sus ataques.

Los de estos días han destrozado las infraestructuras civiles del Líbano, sobre todo puertos marítimos, puentes, carreteras y otros recursos imprescindibles para la supervivencia económica de la nación. Aunque todavía están por evaluar en su integridad los daños totales, es muy posible que, en el momento y en el supuesto de que cesen las hostilidades, no haya que descartar que se hayan producido daños a las infrestracturas civiles de mayor consideración que los registrados en 15 años de guerra civil. El grado final de daños puede ser tan enorme que resulta engañosa la idea de que baste una campaña internacional de ayuda para restaurar las infraestructuras. Lo que los donantes se comprometen habitualmente a ofrecer y lo que al final ocurre es, por lo general, desproporcionado y en cuantía escasa, en el mejor de los casos. La realidad es que el Líbano se verá forzado a cargar con nuevos créditos para hacer frente a la mayor parte de los costes. Su deuda asciende en la actualidad aproximadamente a unos 40.000 millones de dólares [más de 31.538 millones de euros al cambio actual] para una población de tres millones de habitantes, deuda contraída en su mayor parte a raíz del proceso de reconstrucción desde 1990 hasta hoy.

Los problemas económicos del Líbano son insuperables a corto plazo, lo que le convierte en el país más dependiente de las ayudas de terceros y agudiza su condición de Estado mendicante. La asistencia tendrá que extenderse más allá de lo habitual en casos de ayuda humanitaria, será necesaria una reestructuración de la deuda y habrá que incluir un trato comercial preferente e incentivos de las naciones desarrolladas, tales como acceso de los productos y servicios libaneses a los mercados sin restricciones, y la cancelación de la deuda externa, hasta una cierta cantidad por fijar. Aunque la colaboración y las inversiones de la numerosa diáspora del Líbano no sirvan para sustituir la ayuda internacional, también serán de especial importancia, sobre todo a nivel local y entre los grupos sociales más reducidos, con un menor acceso a la ayuda internacional.

Este verano se esperaba que fuera la mejor temporada turística del Líbano, con unos ingresos previstos de entre 2.000 y 3.000 millones de dólares. Al Líbano le ha costado muchos años empezar a recuperar la imagen atractiva que tenía antes de 1975 para los turistas extranjeros, una imagen que ha quedado hecha añicos por culpa de los ataques de estos días. La percepción de inestabilidad y conflictividad posterior a 1975 será la que vuelva a imponerse previsiblemente en el futuro inmediato. Restaurar y rehacer la marca del Líbano como destino seguro de viajes e inversiones va a requerir un tiempo considerable y va a privar al país de unas entradas de divisas que necesita de forma desesperada. Por si fuera poco, tampoco las inversiones extranjeras se van a animar a llegar en un plazo breve.

El lento proceso de reformas políticas que se puso en marcha a raíz de la muerte de Hariri, que en realidad empezó después de la retirada de los sirios y de las elecciones parlamentarias de junio del 2005, no va terminar desde el punto de vista técnico, pero posiblemente haya de afrontar una fase de constantes vitales mínimas porque la confusión y la incertidumbre de la situación de seguridad van a dictar el ritmo del proceso político.

Aunque el nivel actual de conflicto pueda experimentar finalmente una desaceleración, no se puede descartar que el status quo subsiguiente consista en una situación prolongada y sostenida de violencia marcada por acciones guerrilleras, asesinatos programados, escaramuzas constantes en la frontera e intercambios de cañonazos de la artillería, así como incursiones aéreas esporádicas pero de gran intensidad.

A corto plazo, es posible que las acciones armadas consigan debilitar, neutralizar o incluso inutilizar a Hizbulá durante un determinado periodo de tiempo. A medio y largo plazo, no obstante, la devastación generada por los ataques, caracterizada por la destrucción de las infraestructuras civiles, la inminente catástrofe social, los miles de ciudadanos desplazados y la pérdida de vidas inocentes van a hacer muy difícil la consolidación de un Gobierno central democrático prooccidental y, posiblemente, lo hagan incluso inviable. Además, van a producir un regreso de la influencia siria aún mayor y un aumento de la iraní, y van a hacer que prendan de nuevo las divisiones y las enemistades sectarias que podrían provocar una nueva guerra civil. Un ambiente tan inestable aviva una radicalización creciente que alimenta el terrorismo y que amenaza con dar a luz toda una nueva generación de extremistas. Hizbulá nació del caos de la guerra fratricida y de la ocupación del sur del Líbano por los israelíes. Quizás el pasado pueda proporcionar algunas lecciones de cara al futuro.

Después de mi visita al Líbano, en febrero de 2005, escribí lo siguiente:

«Debería considerarse con absoluta seriedad dotar de un nuevo mandato a las actuales fuerzas de las Naciones Unidas en el sur del Líbano (UNIFIL) y ampliar su presencia al resto del país para reflejar la realidad actual, así como, muy en especial, aumentar de forma importante el número de soldados. La UNIFIL se creó en 1978 mediante la resolución 425 del Consejo de Seguridad para confirmar la retirada israelí del Líbano, restablecer la paz internacional y la seguridad y contribuir a que el Gobierno libanés recuperara su autoridad en el territorio de manera efectiva. En teoría, el Ejecutivo libanés debería hacerse cargo del sur del país. Sin embargo, eso no es posible sin ayuda internacional».

A la luz de los recientes acontecimientos, quizás se esté a tiempo todavía.