El liberalismo es de izquierdas

Espero que el lector me perdone si comienzo esta crónica semanal en primera persona y no con un «se» impersonal, majestuoso y abstracto. En verdad, detrás del «se» o el «nosotros», siempre se oculta un «yo»: «yo», a pesar de las apariencias, es más modesto que «se» o «nos». Resulta que hace poco me interpelaron algunos lectores por haber adoptado posturas que no son tradicionalmente de derechas, como por ejemplo, regañar al Papa, o declararme partidario de acoger sin reservas a los inmigrantes de Oriente Próximo, musulmanes en su mayoría, o no rebelarme contra el matrimonio homosexual.

Pues bien, me parece que estas posturas tan personales son coherentes con lo que normalmente se denomina liberalismo, una filosofía más que una doctrina partidaria, cuyo nombre aparece por primera vez a finales del XIX en España: liberalismo, pocos lo saben, es una palabra de origen español, antes de pasar al inglés y al francés. Esta filosofía liberal, con la que siempre me he identificado, es difícil de clasificar en el abanico ordinario de partidos que va de derecha a izquierda. Sin embargo, a riesgo de sorprender, clasificaría el liberalismo a la izquierda, allí donde nació originariamente, como oposición a las monarquías absolutas, a los despotismos, ilustrados o no, y a las alianzas malsanas entre el Estado y la Iglesia. Intentaremos justificarlo: el liberalismo es de izquierdas porque la izquierda, desde hace mucho tiempo, ya no está a la izquierda, sino que se ha convertido en un conservadurismo petrificado.

El liberalismo, evidentemente, es de izquierdas, y siempre lo ha sido, con la condición de que nos entendamos sobre el sentido de las palabras, más que oscilar de los eslóganes a las imágenes. Para empezar, el liberalismo no es una ideología, ni un modelo depuesto, ni una utopía surgida del imaginario intelectual, sino un método experimental basado en la observación de lo real, al servicio de una ambición. Esta ambición y convicción es que es posible vivir civilizadamente en sociedad, a pesar de que todos seamos diferentes y que, en esta sociedad perfectible, cada uno debería poder desarrollarse como mejor permitan sus capacidades y sus gustos, disponiendo de la elección más amplia posible, ya se trate de su vida pública o privada. Lograr esta libertad de elección exige una reflexión sobre las instituciones. Ser liberal no exige en absoluto arremeter contra el Estado, sino mostrarse exigente contra su trayectoria burocrática o totalitaria. Esto explica que, por tradición, los liberales estén a favor de la democracia local, porque se ejerce bajo el control cercano de los ciudadanos; el Estado central inquieta cuando se vuelve opaco o amenazador. Estado necesario, por tanto, pero al que conviene vigilar para que todos prosperen. Prosperidad privada y pública: los liberales intransigentes, que nunca son un partido político sino una federación de activistas francotiradores, son partidarios de la libre elección de su cónyuge, homosexual o no (me pregunto por qué el Estado se mete en las bodas); del consumo de sustancias ilícitas o no; y de emigrar, sean cuales sean los motivos. En economía, a lo que sus adversarios pretenden reducir el liberalismo, somos favorables a la economía de mercado cuando permite a los empresarios innovar y ampliar la libertad de elección. Estamos en contra del capitalismo si consagra el reino de los monopolios, públicos o privados.

Definido así, ¿el liberalismo es de izquierdas? Sí. Si se considera que ser de izquierdas es una apuesta por la perfectibilidad de la sociedad y la aceptación de su diversidad, los liberales, sin duda, son progresistas. Pero cuando la izquierda se convierte en la imposición forzada de una idea totalitaria –el marxismo, por ejemplo– sobre la sociedad que no la quiere, el liberalismo no es de izquierdas. Si la izquierda es una postura pretenciosa que rechaza como enemigo de clase a todos los que no adhieren a la idea y al poder del momento, el liberalismo no es de izquierdas.

Cuando la izquierda no es capaz de hacer autocrítica, el liberalismo, cuya esencia es la autocrítica, ya no es de izquierdas. El liberalismo es de izquierdas cuando la izquierda es izquierda, es decir, progresista, pero no doctrinaria, y modesta. El liberalismo o es modesto o no es liberalismo. En ningún momento los liberales aspiran a conocer de antemano la solución definitiva para todos los desafíos de la sociedad y del mundo; su planteamiento sigue siendo experimental.

En resumen, la confusión política e ideológica que reina actualmente en Europa y que favorece el renacer de las utopías más arcaicas, como el tribalismo (catalán, escocés, húngaro) y el cuasi fascismo (Frente Nacional en Francia, Liga Norte en Italia, Jobbik en Hungría) proceden en gran parte de la confusión de las etiquetas: los electores deberían poder elegir, claramente, entre políticas liberales y progresistas y políticas conservadoras y burocráticas. Pero, horrible malentendido, la izquierda socialista, que es reaccionaria, pasa por progresista y consigue hacer pasar a los liberales por nostálgicos anclados al pasado.

Se entiende que el elector esté confuso. Quizá los liberales sean culpables de no saber explicarse mejor y de permitir que la pseudoizquierda se apropie escandalosamente de la idea misma de progreso.

Guy Sorman

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