El libro más peligroso

Según los estudiosos de Cornelio Tácito (de prenombre Cayo, según algunos, o Publio, según otros), en su obra «Sobre el origen y territorio de los germanos», también conocida como «Germania», se expresa una premonición de la decadencia del Imperio romano.

Concretamente, en el capítulo XXXIII del libro se felicita Tácito de las discordancias y luchas entre las tribus germanas que «por favor particular nos han querido hacer los dioses» y hace votos para que «haya entre (los germanos) siempre grandes aborrecimientos» ya que «estas discordancias entre los enemigos» son un regalo de la fortuna en un momento en que «están declinando los hados del imperio». En esta última frase sustentan los intérpretes la pretendida premonición de decadencia. Se comprende que para otros muchos conocedores de Tácito la tesis carezca por completo de sentido, habida cuenta la fecha en que se escribió la obra. Es una de las muchas polémicas estériles que abundan entre especialistas de cualquier ciencia.

El libro más peligrosoLa identificación de Tácito con la decadencia del imperio fue la razón por la que un grupo de pensamiento que alcanzó notoriedad en los últimos años del régimen franquista eligiera el nombre del historiador romano como pseudónimo colectivo para firmar sus artículos de opinión. La idea del nombre creo que partió de José Luis Álvarez, pero no lo recuerdo con total seguridad. Pienso que la sutileza del pseudónimo no fue apreciada por la censura, ya ablandada en aquellos años. Los artículos del grupo se redactaban en una pequeña oficina cercana al Bernabéu y se publicaban en el diario «Ya». Varios miembros del grupo Tácito tuvieron que declarar ante el juez de orden público como consecuencia de uno de sus últimos artículos. Pocos días después pasaron a formar parte del primer gobierno de Suárez. Más adelante intervinieron activamente en la formación de la UCD, en la redacción de la Constitución de 1978, y algunos de ellos, con no menos fervor, en la desaparición del partido tres años después.

No solo discusiones estériles se han derivado de la «Germania». En su libro, Tácito elogia con entusiasmo las virtudes de los germanos, virtudes que antaño habían hecho grande al Imperio romano y que habían entrado en un periodo de decadencia. La «Germania» fue por ello objeto de mitificación y de mistificación en Alemania a lo largo del tiempo como testimonio de las virtudes del pueblo alemán, que finalmente, en el nazismo, sirvieron de fundamento de su superioridad racial. Christopher B. Krebs analizó el proceso de manipulación glorificadora de la obra de Tácito en «El libro más peligroso: la Germania de Tácito, del Imperio romano al Tercer Reich». Narra cómo un comando alemán, siguiendo las órdenes de Himmler, intentó sin éxito apoderarse del más antiguo manuscrito existente del libro.

No es de extrañar el fervor nazi hacia la «Germania». Entre las múltiples alabanzas de Tácito a los atributos y las costumbres de pueblos y tribus germanas, cito esta manifestación contenida en el capítulo IV: «Yo soy de la opinión de los que entienden que los germanos nunca se juntaron en casamiento con otras naciones, y que así se han conservado puros y sencillos, sin parecerse sino a sí mismos». O esta otra del capítulo XLIII: «Y los arios, además de aventajar en fuerzas a los pueblos que hemos mencionado, ayudan su fiereza natural con el arte y con el tiempo».

La idealización nacionalista del pasado degenera inevitablemente en una falsificación descarada de la historia. A partir de leyendas se consolidan lugares comunes sobre los atributos de un pueblo que lo distinguen y lo sitúan por encima de los pueblos vecinos. Es la peor enfermedad de los nacionalismos. Se manifiesta con una amplia gama de registros, desde una épica ingenua al más vulgar provincianismo. Pero siempre desprende un inconfundible aroma racista.

El señor Sabino Arana fue pionero en esa senda, nunca abandonada del todo por sus seguidores políticos en el País Vasco. En sus escritos hay un enaltecimiento de todo lo vasco en comparación con la vulgaridad de los mesetarios, con párrafos que parecen extraídos de la «Germania». También hubo en el origen del catalanismo político apóstoles de la superioridad racial catalana. Hasta fechas recientes, a diferencia de lo que había sido frecuente en el País Vasco, y posiblemente por pudor, los políticos nacionalistas catalanes habían dejado confinada cualquier manifestación de supremacismo racial al ámbito puramente académico, como expresión de una etnología supuestamente científica y políticamente inocua de puro ridícula. Últimamente, sin embargo, algunos líderes nacionalistas han superado cualquier sentido de la vergüenza ajena, y para «apretar» en el «procés» nos ofenden a los demás españoles con manifestaciones que, no por ridículas, dejan de ser menos insultantes. Poco dicen de la proverbial sensatez catalana.

Nuestra lógica irritación ante las idioteces de tanto émulo provinciano de Tácito no nos debe conducir a desenfocar la esencia de la cuestión. No busquemos una «Catalonia», una «Vasconia» o una «Al-Ándalus» que como la «Germania» sea causa del gravísimo problema de organización del Estado que padecemos. Aunque mucho pese a nuestros Tácitos regionales, el enaltecimiento de las virtudes de sus convecinos no se convertirá en augurio del desvanecimiento de nuestro destino como nación.

Nuestro problema no es otro que el Título VIII de la Constitución, «un desastre sin paliativos», lo califica Muñoz Machado, nuevo director de Academia, en su lúcido «Informe sobre España».

A partir de graves errores técnicos de origen hemos idealizado hasta el absurdo el sistema autonómico y hemos sacralizado una organización estatal ineficiente para la gestión de los intereses públicos, despilfarradora de recursos económicos, duplicadora de competencias, creadora de cientos de organismos innecesarios, inventora de derechos históricos inexistentes y, sobre todo, generadora de desigualdad creciente entre los españoles en servicios básicos como la sanidad y la educación.

No es antidemocrático, ni retrógrado, ni extremista pedir que los partidos constitucionales promuevan cuanto antes, dentro de la Ley, medidas de reforma y de remediación de los excesos del sistema que ha generado el Título VIII de la Constitución, nuestro «libro más peligroso».

Daniel García-Pita Pemán es abogado y miembro correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.

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