El líder prejubilado va al peluquero y elige su ‘lado bueno’ de la historia

Dos aniversarios acuden este sábado a la biografía de Iglesias. Hoy se cumplen diez años del 15-M (aquella miel que llegó con su hola) y también, diez días de la noche del 4-M (esta hiel con la que vino su adiós). Y para celebrar la efeméride del segundo, sentado quizá en el jardín de Galapagar y con esa inextinguible manía suya por significarse, se ha retratado tras cortarse esa coleta que fue ascendida a moño una vez que alcanzó el cielo monclovita. Ya ven, en un sillón de Spejo’s terminan la revolución y su guedeja, que ha funcionado como el icono que el personaje aportaba al movimiento populista, el logo con el que habríamos de distinguir del resto al mesías que acudía a ‘salvar a la gente’. Si en Churchill (perdón por la herejía) eran el puro y el sombrero, en Gorbachov la mancha roja en la calva o en Gandhi las gafitas redondas, el emblema de Iglesias era la coleta. Tras el pasmo, ahora entenderá el lector por qué nos hemos venido tan arriba buscando precedentes. Es porque él mismo y su inabarcable ego han venido quizá a colocarse a la altura de un líder mundial con la foto que distribuyó el otro día para anunciar al planeta que ha ido al peluquero. En la imagen Iglesias calca un famoso retrato de Stalin de joven: corte de pelo casi idéntico, barba rala de patilla fina (como de hormigas en fila india), mirada trascendente, estampado de cuadros, un libro abierto entre las manos (ya ven, todo un intelectual) y un acomodo parecido en el asiento... Solo faltan en su foto las montañas nevadas (pero eso es muy facha) que aparecen en el cuadro del dictador soviético, sustituidas por una tapia encalada. Si no es una improbable casualidad, se trata de un juego de imitación que los especialistas en la semiótica podemita, tan complacientes con sus bobadas, califican de «simple broma».

Si es buscado, se trata de una gamberrada impresentable. Primero por la presunción que destila el imitar a un figurón (abyecto y sanguinario, pero figurón) de relevancia mundial cuando él ha quedado quinto en unas elecciones regionales de su país, una especie de desahogo parecido al de un zarramplín que con un boli por micrófono imita sobre la cama al cantante que aparece en el póster de su habitación. Y segundo, y sobre todo, por lo que Stalin significa en la historia: uno de los mayores asesinos en serie del planeta que a tiros o de hambre liquidó a millones de personas. «El genio bolchevique -tiene declarado Iglesias- es el mejor legado que hemos recibido de la Revolución para trabajar en favor de los de abajo». Ese es ‘el lado bueno de la historia’ elegido por Iglesias; hacerse un par de largos en el albañal por donde la extrema izquierda aún hace discurrir sus románticos mitos fundacionales en recuerdo de aquellas asambleas en el recreo del instituto... Pero en vez de con 17 años, con 42.

¿Se imaginan cómo hubiera caído una foto de un político de derechas bromeando con un bigotito de cepillo de dientes, flequillo lacio, pantalón corto bávaro y camisa oscura abotonada hasta el cuello? Camino de La Haya lo llevaban ya preso.

Álvaro Martínez

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