El lío de Bolonia

Aunque usted no tenga nada que ver con la universidad, le conviene saber qué es el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES). La calidad de los profesionales que necesitará en el futuro depende de él. Y si usted quiere cursar una carrera universitaria o tiene hijos que aspiran a ello, entonces el EEES le concierne doblemente. Solemos referirnos al EEES como el Proceso de Bolonia porque, en 1999, 29 ministros de Educación europeos firmaron la declaración de objetivos en esa ciudad italiana.

El EEES pretende, básicamente, elevar el nivel de los estudios, incrementar su dimensión profesional, acercando la universidad al sistema productivo, y homologar las titulaciones en toda Europa, como el euro. También conlleva ajustar los planes de estudio sobre la base de un grado de tres (o cuatro) años y un máster de dos años (o uno). Hay quien sostiene que ello encarecerá los estudios y debilitará a la universidad pública. No veo por qué. Otros temen que la universidad dejará de ser la gran ágora cultural de todos. Ya hace tiempo que no lo es.

Desde que se popularizaron los libros y se generalizaron los medios de comunicación, no es a través de la universidad como se accede a la cultura. Hoy día, a través de la universidad, se accede al conocimiento profesional. La universidad, más que nada, capacita para empezar a ejercer. No exactamente en ámbitos del saber poco profesionalizados (matemáticas o filosofía, por ejemplo), pero sí en los muy profesionalizados, que son mayoría (medicina, derecho, ingenierías, etc.).

Los estudios universitarios transmiten destrezas y conocimientos profesionales, no propiamente cultura. Se puede ser culto y educado sin ser arquitecto, pero no se puede ser un buen arquitecto sin ser culto y educado. La educación y la cultura se obtienen en el seno familiar, mediante la enseñanza primaria y secundaria y bebiendo del entorno: relaciones humanas, lectura, internet, cine y teatro, museos y exposiciones, prensa escrita y audiovisual, viajes... Es obvio. Pienso que la lógica y la epistemología, o las destrezas de análisis, síntesis y transversalidad, deberían formar parte de todos los planes, pero incluso así seguiría siendo cierto que, en su facultad, un médico aprende medicina, no la literatura, las artes plásticas o la astronomía que necesita para no vivir en la ignorancia.

Los detractores del EEES temen que las tasas de la universidad pública subirán. Público quiere decir garantizado por la Administración pública, no equivale a gratuito. Algunos confunden los términos. La universidad pública catalana está garantizada por la Generalitat y es casi gratuita, o sea que ofrece una doble ventaja. Pero más le valdría ser más pública y menos gratuita. Una universidad más pública significa que las autoridades académicas fuesen elegidas por la sociedad, en lugar de salir de unas elecciones privadas entre personal universitario. Más pública significa que los recursos públicos no se destinarán a financiar los estudios de los más acomodados, que es lo que ocurre con el actual sistema de subvención indiscriminada.

Cualquiera que se matricule en una carrera técnica paga unos 850 euros por anualidad (unos 60 créditos), menos de lo que cuestan muchas escuelas secundarias. Para convertirse en ingeniero o arquitecto basta destinar lo mismo que para salir dos sábados al mes, unos 70-80 euros mensuales. En realidad, esos 60 créditos cuestan unos 5.500 euros (investigación universitaria incluida). El estudiante, rico o pobre, solo paga entre el 15% y el 17% de lo que recibe. Entre todos, pues, subvencionamos el 85% de la matrícula de los estudiantes acomodados para que adquieran una ventaja competitiva en el mercado laboral. Sí, subvencionamos sobre todo a los estudiantes acomodados, porque la mayoría de los humildes dejan de matricularse, no por el modesto importe de las tasas, sino por el sueldo que no cobrarán si estudian a dedicación plena (que es como se debe estudiar, tuve que trabajar durante toda mi carrera y sé de lo que hablo). Más pública y menos gratuita, pues.

Todo estudiante de la universidad pública debería pagar lo que compra: unos 5.500 euros al año. Pero, acto seguido, en función de su capacidad (las notas cantan), de su economía (fácil de demostrar hoy en dia) y de sus dificultades de acceso al campus (distancia de su hogar) debería recibir compensaciones hasta la completa gratuidad de ser el caso o, incluso, hasta percibir una beca salario (algunos hablan de crédito). Eso es público y equitativo. Todo estudiante debería poder ingresar en un centro gobernado por autoridades identificadas y controladas por la sociedad, no por sus colegas universitarios. Eso es público y democrático. Público, democrático y equitativo, pues, en vez de público, endogámico e igualitario. Hay una enorme diferencia.

Cada vez somos más quienes compartimos esta concepción de los objetivos, de la gobernanza y del financiamiento de la universidad pública. Cada vez somos más, también, quienes de Bolonia nos interesa más la música social que la letra administrativa. Creo que el problema es la resistencia de nuestro sistema universitario a entrar de lleno en el siglo XXI, no Bolonia. Me gustaría que esta visión se abriera camino. Y que los estudiantes se sumaran a ella. De hecho, el futuro europeo les afecta más que a nadie.

Ramon Folch, socioecólogo, Director general de ERF y presidente del Consejo Social de la UPC.