El lobo Sánchez y el 2 de mayo de Ayuso

En los estertores de la campaña madrileña de este 4-M, en la que Pedro Sánchez se implicó con ardor guerrero para ir haciendo mutis por el foro a medida que las encuestas hundían las expectativas del PSOE abatiendo su suelo de dos años atrás, parece cobrar realidad uno de los postulados del economista italiano Carlo María Cipolla en su ensayo sobre Las leyes fundamentales de la estupidez. En concreto, el de que la estupidez daña al enemigo de todas las formas imaginables, incluidas las que infieren mayor perjuicio al promotor que al destinatario.

Así, en la obcecación de Sánchez con Isabel Díaz Ayuso, se dan la mano la maldad y la estupidez, aunque Cipolla aclare que el estúpido entraña mayor peligro que el malvado. Contra la resistencia de quienes se niegan a admitir este axioma, el historiador arguye que el estúpido halla precisamente en ello un acicate en su poder destructor. Ya Alejandro Dumas, hijo, había anticipado que él prefería los malvados a los imbéciles porque aquellos descansan al contrario que éstos últimos.

El lobo Sánchez y el 2 de mayo de AyusoAl aguardo de la apertura de los colegios electorales y de que se sepa hasta donde haya podido alcanzar la riada desatada por esa mezcla de maldad y estupidez, Sánchez no repara en su desatentada ofensiva contra la presidenta madrileña. A este propósito, usa todos los medios del Estado a su alcance para removerla del cargo o, de fracasar, maquillar la eventual derrota a la que habrá conducido una desquiciada estrategia impuesta a su candidato Gabilondo, tras dar giros a diestra y siniestra sin renunciar a ser un líder centrado, pero no de centro, según el guion de La Moncloa.

La fama a la que Gabilondo sacó lustre presentándose como «serio y formal», cual joven casadero de los sesenta, ha acabado chamuscada al echarse en brazos de uno de los teleñecos más reconocibles de la pantalla basura. Si ya se encomendó a él un ignoto Sánchez para salir del anonimato como nuevo líder del PSOE, ahora el metafísico Gabilondo emplea igual tabla de salvación –¡Jorgejá, te necesito!–, a la par que certifica su decencia con el aval de dos condenados por el fraude milmillonario de los ERE como Manuel Chaves y Magdalena Álvarez. De perdidos, al río (Manzanares), pensará quien debe sentirse víctima de una conjura de necios instigada por un Sánchez al que no le quedó otra que mantenerle en el cartel.

Al no reconocerse a sí mismo ni saberse en verdad quien es, Gabilondo evoca al protagonista de Otros días vendrán, del cineasta barcelonés Eduard Cortés, que interpretaba el ya fallecido Fernando Guillén. Un enfermo de Alzheimer que trata de orientarse, en su senilidad desvalida, por la casa de su hija siguiendo los carteles que ésta fija con el nombre de las cosas y que al náufrago del tiempo le ayudan en su extravío. Una mañana descubre, con los ojos puestos en el espejo empañado del cuarto de baño, la identidad de quien le mira –no sin turbación– desde el cristal con la faz embadurnada de espuma de afeitar. En un destello de lucidez, identifica al ser misterioso que le escudriña con la mirada. Venciendo el discurrir incierto de su tembloroso pulso, acentuado por la edad, pero sobre todo por el pasmo que le causa la imagen reflejada de quien creía otro, esta víctima del mal de la amnesia garrapatea sobre el húmedo vidrio: «¡Yo!». Lo hace con inquietud de que, al desaparecer su reflejo, retorne a precipitarse en el hondo pozo de la desmemoria. Cuando la cámara enfoca su cara, el lagrimal recupera un cauce tantos años seco y la gota llorosa resbala surcando la aridez de la mejilla.

Por eso, como en los comicios gallegos en los que suspendió su asistencia al cierre de campaña por una supuesta avería del avión –uno de esos percances de los que su jefe de gabinete, Iván Redondo, echa mano cuando las cosas van mal rodadas–, Sánchez ha ido soltando lastre con un candidato de cuyo nombre empieza a no acordarse. No importa que su cuartel electoral radique en La Moncloa con Redondo comandando las operaciones en una inadmisible confusión entre partido y Estado no vista en 45 años de democracia.

Esta anomalía, ya registrada en Cataluña, donde el candidato Illa felicitó a Redondo por su contribución esencial a su amarga victoria, se agrava en Madrid, como sucede con cada exceso y extralimitación que emprende Sánchez. Si el 14-F catalán el bombardero del CIS experimentó con el dron de encuestas flash en campaña, este 4-M madrileño reincide y lo convierte además en agente electoral hasta el día de votación para inclinar a los indecisos con el ardid de un interés académico. ¡Cómo si ése fuera el móvil de un Tezanos que debe la bicoca a su militancia y a su servilismo provisto de millonaria soldada!

Teniendo en cuenta cómo, para una elección de segundo rango como ésta a la Comunidad de Madrid, La Moncloa contraviene de forma flagrante y desaforada la legalidad hasta el mismo 4-M, instrumentalizando el CIS e hipotéticamente la sala de prensa, dados los hábitos de la ministra-portavoz y ser martes de Consejo de Ministros, ¿qué no hará Sánchez cuando se juegue la Presidencia dado lo que ya urdió para obtenerla? Tramará lo que no está en los escritos (democráticos, claro). El cañón Berta –el mítico obús de asedio alemán en la Gran Guerra que José Luis Gutiérrez puso en boga en sus columnas para describir las razias felipistas– se quedará en un juguete de niños.

Si hace un año (el 19 de abril de 2020, para ser exactos) el Ejecutivo encomendó a la Guardia Civil, sin importarle arrostrar su prestigio, velar por el buen nombre el Ejecutivo, como admitió su jefe de Estado Mayor, el general Santiago, después de que el CIS deslizara que la libertad de prensa debía supeditarse a los intereses del Ejecutivo al introducir de matute en un sondeo una sibilina pregunta que inducía a estimar por pertinente la censura de los medios, ahora hace igual para destruir al adversario. Sin pararse en barras, ha tratado de endosarle una violencia que banaliza en espectáculo cuarenta años de terrorismo y más mil muertes con balas sin sobre, perpetrados por quienes legitima y blanquea al ser sus sostenes parlamentarios.

En vez de investigar las cartas amenazantes con cartuchos o navajas, el indigno ministro del Interior y su secuaz directora de la Guardia Civil los blanden en un mitin socialista. Frente a todos sus antecesores que recibieron –sin excepción– avisos de muerte segura evitando que trascendieran, aunque estuvieran en la conciencia de los españoles –de ahí, su popularidad–, Marlaska, por aquello de agitar la campaña socialista contra PP y Vox, así como tender un cordón sanitario en derredor, ha hecho gala de frivolidad pinturera. Sin aclarar cómo pudo llegar a su antedespacho un remitido con balas sin detectarlo la Guardia Civil que custodia el búnker ministerial. Es más, cuando la ministra Maroto se retrató ante las Cortes con una fotocopia de la navaja ensobrada por un enfermo de esquizofrenia que puso su domicilio en el remite, la máxima autoridad de la Seguridad del Estado se dirigió a una televisión para hacer ruido y furia con ese amor arrebatado suyo por el espectáculo que no disimula. Un figurón lisonjero hoy con el PSOE y ayer con el PP al que, tras hacerlo Rajoy consejero del Poder Judicial, tilda, siendo ministro y juez, de «organización criminal», lo que inquieta como ministro en ejercicio y alerta a futuro, con el antecedente del expulsado Garzón, como magistrado excedente.

Tras el revolcón judicial de la destitución del coronel Pérez de los Cobos al mando de la Comandancia de la Guardia Civil en Madrid, Marlaska acumula méritos con Sánchez a costa de desprestigiar el cargo. Agigantando su historial de fechorías desde que es ministro, a Marlaska sólo le faltaba ser actor principal de la adaptación española de Un hombre llamado jueves. Como era previsible, los buenos vecinos de Vallecas que secundaron el boicot de Pablo Iglesias («¡Comunista, qué cojones!») contra el mitin de Vox no fueran otros que reconocidos matones de la seguridad de Unidas Podemos, según las pesquisas y detenciones policiales que Marlaska ha ocultado dos semanas hasta conocerse ayer por una filtración periodística mientras sembraba las sospechas sobre sus víctimas. No es extraño que el verdadero factótum de su ministerio sea un policía jubilado apodado Lenin. El humor británico de Chesterton trasplantado a Vallecas adquiere aires tragicómicos que desvelan la impostura de Iglesias. Pero primordialmente de un Pedro Sánchez que, gritando que viene el lobo, se ha destapado como el auténtico lobuno ya despojado de la piel de cordero. Cuando Albert Rivera se refirió a la banda con la que Sánchez negociaba su investidura en una habitación a oscuras, pocos imaginaron que no era una metáfora, sino la realidad misma.

En esa tesitura, y teniendo en cuenta el acoso sostenido del Gobierno en este año y medio de pandemia, se entiende que Ayuso haya planteado este 4-M como la que libra un 2 de mayo. No ha mostrado la irresolución que Tito Livio advertía en sus compatriotas ante el expansionismo de Filipo V. «Vosotros pensáis –les exhortó– que lo que se trata es si ha de hacerse la guerra o no; y no es así; lo que se trata es si esperáis al enemigo en Italia, o si iréis a combatirlo a Macedonia porque Filipo no os permitirá escoger la paz». En todo caso, Sánchez afronta el envite con la seguridad, lo cual es mucho deducir, de que será Gabilondo quien se lleve la bofetada como aquel ministril castellano. «Señor –le dijo a su corregidor–, cuando un alguacil lleva una orden de Vuesa Merced, ¿no representa vuestra misma persona y vuestra misma cara?». «Muy cierto es», le admitió. «Pues sabed –le explicó– que, en la cara de vuestro alguacil, Perico Sarmiento, que es la misma cara de Vuesa Merced, han estampado una bofetada». Calmoso, como Sánchez hará con Gabilondo, el corregidor contestó: «Pues ahí me las den todas».

Buen conocedor del paño por haberle mentido, Felipe González lo retrata de cuerpo entero en un podcast: «Cuando todo está mal, aparece ahí un tío (Sánchez) y dice que todo está bien y que el futuro es cojonudo». Entretanto, la economía se desploma y él desampara legalmente a las autonomías contra el Covid como si la cosa no fuera con quien se acarrea un dictum como el de Cromwell y que los Comunes retomaron contra Chamberlain «Habéis estado demasiado tiempo entre nosotros para el bien que podáis hacer. Marchad, os digo, y terminemos de una vez. En nombre de Dios, dejadnos». A veces, llega por su propio pie cuando el porcentaje de estúpidos en la gobernación de un país es tan alto como para proclamar unilateralmente esa república de los peores que el politólogo turinés Michelangelo Bovero denomina «kakistocracia».

Francisco Rosell, diretcor de El Mundo.

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