Las tecnologías digitales son una espada de doble filo para las mujeres del mundo. El mayor acceso de los hombres a ellas pone a las mujeres en riesgo de quedar todavía más marginadas en lo económico y social, pero si logran aprovechar todo el poder de las tecnologías digitales, se les abrirán nuevas y vitales oportunidades.
Según estimaciones de la GSM Association, el acceso de las mujeres a la Internet y teléfonos móviles es en promedio de cerca de un 85% del nivel de los hombres, y un total de 1,7 mil millones de mujeres de países de ingresos bajos y medios no están conectadas, lo que limita seriamente las perspectivas de este género.
Las tecnologías digitales mejoran el acceso de las mujeres a las finanzas, pues la banca móvil les permite evitar largos desplazamientos a una sucursal o cajero automático. De manera similar, la atención de salud a través de la tecnología por teléfono o tableta mejora su salud, ya que llega a mujeres de hasta las áreas más remotas, ahorrándoles un viaje largo y a menudo riesgoso para ver un doctor.
El potencial de ahorro de tiempo de las tecnologías digitales es tan grande que pueden marcar la diferencia para permitir a las mujeres que buscan empleo remunerado. Hoy en día, las mujeres realizan tres cuartos de todo el trabajo no remunerado, generando un producto de cerca de $10 billones, o un 13% del PIB global, nada de lo cual se traduce en ingresos, por no hablar de poder económico.
Por su naturaleza, las actividades de comercio electrónico y basadas en tecnología ofrecen a las mujeres más flexibilidad y autonomía, ayudándoles a manejar las responsabilidades del hogar junto con el trabajo remunerado. En Indonesia, las empresas de propiedad de mujeres generan un 35% de los ingresos por comercio electrónico, en comparación con solo un 15% de los ingresos de las empresas no conectadas.
De manera similar, en China un 55% de las nuevas empresas en Internet son fundadas por mujeres, y la plataforma de comercio electrónico Taobao de Alibaba tiene una cantidad equitativa de propietarios de tienda masculinos y femeninos. De hecho, de China proceden 114 de las 147 mujeres multimillonarias por su propio esfuerzo, en comparación con las apenas 14 en Estados Unidos, país que ocupa el segundo lugar.
El empoderamiento económico femenino es bueno no solo para las mujeres que se benefician. El McKinsey Global Institute (MGI) ha estimado que avanzar en la igualdad de género podría añadir $12 billones al año a la economía mundial para 2025. Solo en la región Asia-Pacífico hacer que más mujeres se desempeñen en empleos a tiempo completo y mejor remunerados en los sectores de mayor productividad podría añadir $4,5 billones anuales al PIB, un 12% por sobre la trayectoria actual.
A nivel de las compañías, un creciente cuerpo de evidencia muestra que una mayor igualdad de género es positivo para sus resultados finales. Una mayor diversidad de estilos de liderazgo mejora la calidad de la toma de decisiones. Si se les da la oportunidad, las mujeres podrían ser innovadoras líderes en la era de la automatización y la inteligencia artificial, y podrían ayudar a que los algoritmos carezcan de sesgo de género.
Sin embargo, existen barreras importantes a que las mujeres aprovechen estas oportunidades. Por ejemplo, en India, donde solo un 29% de los usuarios de Internet son mujeres, a menudo las niñas de áreas rurales enfrentan restricciones vinculadas al género sobre su uso de las tecnologías de la información y comunicaciones. Un pequeño pueblo en Uttar Pradesh ha implementado una multa para cualquier niña que usara un teléfono móvil fuera del hogar.
Más allá de las actitudes sociales que socavan el acceso de las mujeres a las tecnologías digitales, a menudo las mujeres y niñas carecen de manera desproporcionada de las capacidades necesarias para aprovechar las oportunidades de la era digital. Por ejemplo, en Singapur las mujeres están a la zaga de los hombres en educación en ciencias, matemáticas, ingeniería y tecnología. En la Universidad Tecnológica de Nanyang, apenas un 27% de los graduados del programa de ciencias de la informática en 2015-2016 eran mujeres, a pesar de representar la mitad de todos los graduados de este centro de estudios.
Lo que está en juego no es solo la habilidad de las mujeres de aprovechar las oportunidades que les ofrece la revolución digital, sino también su capacidad de resistir a la ola de automatización que se aproxima. Según estudios del MGI, solo en Singapur la automatización reemplazará 800.000 empleos a tiempo completo para 2030. Los puestos más vulnerables son los que requieren menores habilidades y pagan menos, y que es más probable que desempeñen las mujeres.
Al mismo tiempo, si bien la automatización arriesga interferir con muchos empleos (y tareas al interior de ellos) tanto de hombres y mujeres, también quita parte de su monotonía y los adapta a las habilidades humanas. El resultado podría ser mayores sueldos que contribuyan a la creación de más empleos (unos 300 a 365 millones en todo el mundo) a medida que aumente el gasto. Las economías emergentes serían las más beneficiadas.
Más aún, entre los nuevos empleos que se creen habrá muchos en educación y sanidad, donde tradicionalmente las mujeres han destacado. Según estudios de MGI, se podrían crear más de 100 millones de empleos a lo largo de los próximos 10 a 15 años, a medida que crezcan las necesidades educativas y de atención de salud.
No hay claridad aún sobre la forma exacta en que la automatización afectará al empleo femenino. Pero no hay dudas de que para proteger -e incluso mejorar- las perspectivas laborales y de ingresos de las mujeres habrá que actualizar sus habilidades para que puedan aprovechar las nuevas y cambiantes oportunidades que vaya creando la actual revolución digital.
El éxito de las mujeres en el comercio electrónico demuestra el poder de las tecnologías digitales para nivelar el terreno de juego económico para beneficio de las mujeres individuales, sus comunidades y sociedades, así como la economía mundial. El que haya más mujeres con empleo -en particular en los sectores tecnológicos que están dando forma a nuestro futuro colectivo- sería positivo para todos.
Sandrine Devillard is a senior partner at McKinsey & Company. Anu Madgavkar is a McKinsey Global Institute partner. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen