¡Últimas noticias! A lo largo de los últimos años la situación de nuestra lengua en Internet ha ¿mejorado?, ¿empeorado?, ¿variado significativamente?, ¿ganado o perdido sectores clave? La noticia es que no lo sabemos bien…
Repitámoslo: en el principal terreno en el que hoy en día nos relacionamos, compramos, vendemos, nos informamos, leemos, escribimos o estudiamos, estamos lamentablemente carentes de estudios sobre su situación. ¿Es creíble que sobre un sector económico y cultural de primera importancia sólo tengamos informaciones sesgadas, interesadas o incompletas? Pues esa es la realidad. Las razones de esta insuficiencia de conocimientos son la complejidad de la materia, su policentrismo, la carencia de una auténtica política digital en los países hispanohablantes, y la falta de un liderazgo claro entre ellos, como el que Francia ejerce entre la francofonía.
Conocer el español en la Red abarca no sólo el uso de nuestra lengua en ordenadores o en tabletas, sino en artefactos que, como los que aún llamamos impropiamente teléfonos, están en todos los bolsillos, y los que pronto estarán en muchas muñecas. Estamos inmersos en nuestra lengua materna, y tan natural es su uso cotidiano que no nos damos cuenta de que es nuestra principal interfaz: la usamos para buscar una información en Internet, para dar una orden a nuestro teléfono móvil, para traducir un artículo, y ese uso digital moviliza un conjunto inmenso de disciplinas y técnicas, y compendia los saberes que han destilado millones de datos acumulados. Por otro lado, una lengua geográficamente tan extendida como el español se manifiesta digitalmente en un espacio que no pertenece a ninguna nación. Éste lo constituyen por una parte los habitantes de países oficialmente hispanohablantes (que, no lo olvidemos, tanto en España como en América son en una gran proporción bilingües), pero además, está la población emigrada que utiliza su lengua materna en el seno de comunidades extranjeras. Es el caso del español en Estados Unidos, pero también del árabe marroquí dentro de España. Hasta aquí, podemos tener datos de censos de población, que nos dan sin embargo muy poca información sobre el uso real que se hace de las lenguas. Además, está la población dispersa que utiliza por motivos empresariales o académicos una lengua que no es la suya: por ejemplo, los hispanistas estadounidenses o los estudiantes de español de Alemania. No: la ciudadanía lingüística no coincide necesariamente con la política, y cada vez coincidirá menos.
Estas poblaciones, con comportamientos lingüísticos heterogéneos, tienen un acceso diferencial a la Red. En primer lugar, y aunque muchos parecen olvidarlo, no todo el mundo está conectado a Internet. Tampoco todos los que lo están tienen el mismo tipo de acceso ni dispositivo. Es muy diferente la persona con móvil y una cuenta limitada de datos del que dispone de tableta y un ordenador de sobremesa con fibra óptica: pueden hacer cosas muy distintas. Los datos sobre acceso y su modalidad no son uniformes en todos los países hispanohablantes: disponemos sólo de los que proporcionan los Gobiernos o compañías, y pueden estar sesgados por motivos comerciales o políticos. E incluso los más fiables cuantitativamente son poco finos: ¿los usuarios utilizan el 3G para ver el fútbol en sus móviles, o como herramienta de trabajo?
Y estos hablantes de español como primera o segunda lengua además hacen un uso de los medios digitales muy variado. No sólo escriben correos electrónicos y crean documentos y presentaciones; también se relacionan con sus amigos en una red social (aunque no necesariamente todos utilizan la misma en todos los países), para navegar por la Web utilizan buscadores (y, de nuevo, pueden no ser los mismos según los lugares), hablan con sus conocidos utilizando voz por IP, leen periódicos, pero también revistas o blogs; consultan enciclopedias y diccionarios; compran libros; se matriculan en moocs, acuden a webinars, escuchan lecciones por podcast, debaten en foros, participan en videoconferencias, estudian lenguas en sitios web y tienen tutores remotos por Skype; los más activos de ellos además escriben, tuits, blogs o colaboraciones en la Wikipedia, cuelgan vídeos y fotos en distintas redes sociales. Detrás de cada una de estas acciones hay tanto opciones culturales como implicaciones empresariales; los numerosos servicios gratuitos obtienen retornos a través de la publicidad, cada vez más dirigida y segmentada por lo mucho que la Red sabe de nosotros, o mediante la explotación de nuestros datos.
Querríamos saber cuántos hispanohablantes utilizan cada uno de estos servicios, y cómo, pero, ¡ay!: estamos ya en el dominio de empresas privadas, de corporaciones a veces gigantescas y con intereses comerciales planetarios, que no van a desvelar su funcionamiento. Determinadas iniciativas tienen políticas de transparencia envidiables, como la Wikipedia, que es precisamente una mina de datos sobre las lenguas en que está escrita. Pero es la excepción. Otros servicios pueden rastrearse para analizar sus datos, y gracias a eso sabemos, por ejemplo, que el español es la tercera lengua más seleccionada por los usuarios de Twitter (es decir: la lengua de su interfaz; no necesariamente la lengua en que más tuitean o leen).
Por otra parte, es difícil saber cuánto material en español hay en la Web. Por supuesto, no conoceremos los contenidos de la llamada “Web oculta” (protegidos por claves o inaccesibles). Pero los buscadores tampoco indizan todo lo que está visible, porque la Web ha adquirido una magnitud inmanejable, y deben limitarse a rastrear un subconjunto de ella, que comprende los sitios más visitados, que por supuesto estarán en las lenguas dominantes en poder, producción científica... Es decir, los buscadores favorecerán los sitios en inglés. Sí: puede haber datos de cuántos servidores (los ordenadores que constituyen la Internet) hay en cada país hispanohablante, pero no sabremos bien cuántos sitios web contiene cada uno, y además puede haber servidores con contenidos en español en otros lugares. Por otro lado, la lengua que las estadísticas atribuyen a una web suele ser la de su portada, que quizá no refleje los contenidos de su interior.
Dado este complejo conjunto de infraestructuras, servicios y contenidos que definen el español en la Red es más explicable que, pese a su gran importancia, ningún país individual ni organismo transnacional haya abordado su análisis. Pero ¿podría éste llevarse a cabo? Al menos puede intentarse reunir críticamente los distintos indicadores existentes y extrapolar los que faltan, para llegar a resultados coherentes que creen un marco de comparación para evoluciones futuras. Esto lo ha hecho para el francés la organización para la diversidad lingüística Maaya (http://maaya.org), por encargo de la Organización Internacional de la Francofonía. Y la buena noticia es que dos de sus miembros, Daniel Pimienta y Daniel Prado, están preparando un documento con las bases metodológicas para el español, que verá pronto la luz. Del borrador que hemos consultado se desprende que el español estaría entre la tercera y la cuarta posición entre las lenguas en la Red, por factores como su extensa demografía y la cobertura de población con acceso, pero sus mayores fortalezas estarían en el uso de redes sociales y la descarga de archivos: es decir, se trataría de un espacio lingüístico consumidor, muy rico en relaciones internas, pero con notables carencias en contenidos.
Como recoge el Libro de los Proverbios hacia el siglo IV antes de Cristo, versificó el poeta persa Ferdusí en el siglo XI y repitió Francis Bacon en el XVII, “conocimiento es poder”. Ojalá haya nuevos esfuerzos en el abandonado terreno del análisis de nuestra lengua en Internet y así se puedan llevar a cabo las acciones, institucionales y privadas, para darle el lugar que podría tener.
José Antonio Millán publicó en 2001 el primer libro sobre una lengua y la Red: Internet y el español.