El Madrid de Edmundo Bal

Se acercan las elecciones madrileñas y la polarización política alcanza máximos históricos desde el advenimiento de la democracia en España.

Quienes crecimos bajo el influjo elevado del espíritu de la Transición y su cultura política, basada en el pacto, el consenso y la reconciliación entre españoles, contemplamos descorazonados cómo la política madrileña se degrada al calor de la schmittiana dialéctica amigo-enemigo.

La candidata de Vox, Rocío Monasterio, hizo ostentación de incivismo y desprecio por la convivencia pública banalizando las amenazas de muerte denunciadas por el exvicepresidente Pablo Iglesias, que abandonó los estudios de la SER negándose a compartir debate con quienes no condenan la violencia.

Él, precisamente, que ha afirmado que "el terrorismo de ETA tiene explicaciones políticas" y que se abraza a EH Bildu con fruición.

En cualquier caso, el debate de la SER fue un espectáculo indigno de una sociedad como la madrileña: abierta, civilizada y respetuosa con su propia pluralidad.

La candidata de Más Madrid, Mónica García, se sumó al pandemonio guerracivilista acusando a Monasterio de ser "mala gente", resabio perverso de esa inveterada superioridad moral de la izquierda.

Entre tanta bajeza, emergió la figura del candidato de Ciudadanos, Edmundo Bal. Un hombre tranquilo, un servidor público incorruptible que arriesgó su carrera como abogado del Estado por defender la dignidad de nuestro Estado democrático de derecho frente a quienes pretendían degradarlo para mayor gloria de quienes intentaron liquidarlo.

"¡Traidor!" le espetó Monasterio a Bal, que en todo momento se empeñó en alejar el debate del tremendismo apocalíptico y la violencia verbal de algunos de sus contertulios y lo planteó en términos racionales y razonables.

Comprendo que, como decía Popper, la palabra "transacción" es desagradable. Pero es importante que aprendamos a usarla correctamente porque las instituciones son, necesariamente, el resultado de una transacción con las circunstancias y los intereses.

Ese carácter transaccional de las instituciones es la esencia del espíritu de la Transición y del liberalismo reformista que abandera Ciudadanos y que Bal encarna a la perfección.

Bal se aleja de abstracciones utópicas e ideologías mesiánicas que ofrecen a la ciudadanía soluciones fáciles a problemas complejos, y habla de reformas concretas en materia fiscal, sanitaria y educativa.

Decía Edmund Burke que, en tiempos de polarización, la moderación será estigmatizada como virtud de cobardes y el pacto como prudencia de traidores. Exactamente lo que ha ocurrido en la Comunidad de Madrid durante la campaña.

Pues bien. Madrid necesita, ahora más que nunca, pragmatismo, moderación y estabilidad institucional. Y eso es precisamente lo que ofrece Edmundo Bal a los madrileños.

Nacho Martín Blanco es portavoz de Ciudadanos en el Parlamento de Cataluña.

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