El (mal) ejemplo norteamericano

Cada vez que oigo o leo «En los Estados Unidos…» –cosa habitual en tertulias y periódicos, sobre todo, curiosamente, por los más críticos con ellos–, me echo a temblar. Me echo a temblar porque en un noventa por ciento de los casos sé que voy a leer o escuchar una majadería o una insidia. Los Estados Unidos no pueden ponerse de modelo porque no se parece a ningún otro país. Es distinto, especial, las cosas funcionan allí de otra manera. En muchos aspectos, al revés que en los otros, por lo que quien intente hacer comparaciones se engaña o trata de engañar. Así de sencillo y así de complicado. Le viene, pienso, de que se creó de forma muy diferente al resto. No por el proceso natural de una tribu que se impuso a las demás del contorno, para ir construyendo una nación y un Estado con sus peculiaridades y tradiciones. No; los Estados Unidos son una nación artificial, un país probeta, formado por individuos llegados de todas partes y tradiciones muy diversas que se pusieron de acuerdo para vivir según las normas que entre ellos habían acordado, como se crea una empresa o una sociedad en comandita. En ese sentido, puede decirse que nacieron con la Constitución bajo el brazo, como se dice de algunos niños que nacen con un pan, y es la principal causa de su ventaja sobre los demás y la razón de cosas que funcionan muy bien en ellos no funcionan en el resto. Y a la inversa. Las enormes equivocaciones cometidas por los líderes norteamericanos al querer «exportar» su sistema se debe a eso. Como las que se han cometido en otros países al querer importarlo.

De ahí que tiemble al oír «En Estados Unidos…» con aire doctoral. En Estados Unidos, sin ir más lejos, el presidente nombra a los miembros del Tribunal Supremo, lo que viola abiertamente el principio de la separación de poderes, fundamento de la democracia. Sin embargo, no he conocido magistrados más independientes que los «Justices», como llaman allí los miembros de la Corte Suprema. Y la razón no es que tienen que pasar por la reválida del Congreso –compuesto también por políticos– tras ser nombrados por el presidente, sino que son nombrados a perpetuidad, hasta que se mueran o ellos mismos elijan retirarse. Lo que les da una infinita libertad y es frecuente el caso de que dicten sentencia contra los presidentes que les han elegido. Los ejemplos podrían alargarse hasta acabar esta página, sin quedarme espacio para abordar el tema que quería tratar, así que voy directo al grano, que no puede ser más actual.

Lo último «En Estados Unidos…» se refiere a cómo han tratado la crisis económica, cuyos efectos aún padecemos; mientras ellos, según todos los indicios, la han dejado pese a haberla generado. Lo que permite a bastantes decir: «En Estados Unidos han dado a la crisis un tratamiento distinto al que le hemos dado en Europa. De hecho, le han dado el tratamiento opuesto. Mientras en Europa se echó mano de una política de austeridad, de recorte del gasto y ajuste de presupuesto, en Estados Unidos pusieron en práctica las medidas contrarias: más gasto, más déficit, más darle a la maquinita de hacer billetes. Y ya están fuera de la crisis, creciendo a niveles inalcanzables en Europa, con cifras de paro que dan envidia. O sea, que la solución es ésa: nada de austericidio, nada de recortes, nada de ajustes, que lo único que producen es más paro, más dolor, más pobreza».

A primera vista parece, un argumento irrebatible. Los números están ahí, los resultados también. Mandemos a paseo nuestra política restrictiva, imitemos la expansiva norteamericana y, antes de darnos cuenta, estaremos creciendo como ellos.

Lo malo de esta argumentación, que por cierto mantienen algunos famosos economistas norteamericanos, el más destacado de ellos Paul Krugman, es que olvidan el «hecho diferencial USA» del que hemos hablado. Lo que funciona en Estados Unidos puede no funcionar en otras partes. En este caso, más que en ninguno. La crisis allí fue, ante todo, financiera: un exceso de financiación de valores que no tenían el valor que aparentaban. Un sistema piramidal a gran escala, hasta que la pirámide se vino abajo al ser mucho más ancha su cúspide que su base. Mientras que en Europa la crisis ha sido un problema de exceso de gasto. De gasto público sobre todo. De estilo de vida. El Estado de Bienestar se convirtió en Estado Providencia y sus prestaciones superaron con mucho sus ingresos, con lo que fue el Estado el que se ha visto abocado a la bancarrota. Fomentar aún más su gasto es como querer curar a un alcohólico dándole ginebra o a un drogadicto, cocaina. Se le acaba matando.

Para no despeñarse, Europa necesita recortes que los Estados Unidos no necesitan por la sencilla razón de que no tiene el elefantiásico Estado de Bienestar que tiene Europa. De hecho, no tiene un auténtico Estado de Bienestar, y el mejor ejemplo son los tremendos esfuerzos que está haciendo Obama para establecer un sistema de sanidad universal y público que no consigue, pese a no ser universal ni totalmente público. Y no lo consigue porque la mayoría de los norteamericanos lo rechazan. La mejor forma de desprestigiar a un político norteamericano es decir que parece un socialdemócrata europeo. Si se equivocan o no es otra cosa. Pero a ellos que no les vengan con nuestra socialdemocracia, que la inmensa mayoría rechaza. Les ha ido bien con el sistema que tienen y no quieren cambiarlo.

Con lo que llego al final de lo que intentaba decirles: los Estados Unidos no necesitan los ajustes que se han estado haciendo en Europa para atajar la crisis porque ya los tienen incluidos en su sistema. Allí no se necesita una reforma de la normativa laboral porque se puede despedir a un empleado con muchísima más facilidad y mucho menos coste que en Europa. Ni se necesita recortar el sistema de pensiones porque el suyo es mucho menos generoso que el nuestro. No digo cuál de esos mundos es mejor, digo sólo que son totalmente distintos, por lo que no admiten comparaciones. Y si oyen decir a alguien «En Estados Unidos…», dispónganse a oír una simpleza o una engañifa.

La política de recortes sí funciona en Europa. No sólo lo estamos viendo en España. Funciona incluso en Grecia, donde el último Gobierno conservador de Samarás había conseguido unos superávit de los que está viviendo el de Tsipras. Pero eso no lo dice nadie, porque esa solución es muy dolorosa y políticamente incorrecta. Mejor que pague Alemania y citar a Estados Unidos, aunque si tuviéramos su sistema social pondríamos el grito en el cielo.

Si alguien dijera aquí «No te preguntes qué puede hacer tu país por ti, sino qué puedes tú hacer por tu país» lo corrían a gorrazos.

José María Carrascal, periodista.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *