El mal fue a peor

El entusiasmo con que citan algunos dirigentes y militantes de izquierdas el libro póstumo de Tony Judt, Algo va mal, puede aumentar la inquietud con que se acaba la lectura del valiosísimo ensayo. Las conclusiones acumuladas en el riguroso Postguerra reaparecen aquí transformadas en un alegato moral que revaloriza los principios éticos, económicos y morales de la socialdemocracia europea de esos años. Unos principios que algunos apenas recuerdan y otros ni siquiera hemos disfrutado, tras décadas de pasos decididos en el desmantelamiento de los Estados de bienestar.

Un alegato que, pese a compartirse, no termina de encajar ni con el recuerdo ni con la historia del Estado de bienestar en España. Retrasado por el golpe de 1936 y la sanguinaria dictadura, este no llega hasta, casi, la década de los ochenta. Es entonces cuando se produce en nuestro país la extensión de los servicios sociales e infraestructuras públicas. Los ochenta, en cambio, también fueron los años de dominio internacional del neoliberalismo, algo que marcó a la socialdemocracia española —como a la portuguesa o a la helena. Así, la imagen de austeridad, esfuerzo y solidaridad de la segunda posguerra mundial, apenas se reconoce en España en la del consumo y espectáculo de los fastos de 1992. El bienestar español avanzó, pero seguía palideciendo con respecto al de sus vecinos. Finalmente, la memoria de los ochenta, que no la del Estado de bienestar, quedaría desdibujada sin los trazos de la corrupción política. Un fenómeno vinculado a la previa cooptación y desmovilización de los movimientos sociales de los setenta.

Dicho brevemente, el recuerdo de la construcción del precario bienestar español no resulta tan sugerente como el de la Europa democrática. Esto no invalida el alegato de Judt, pero nos obliga a repensarlo desde nuestra experiencia histórica y los recuerdos que esta provoca.

La paulatina pérdida de hegemonía de la socialdemocracia española no solo estuvo ligada a campañas mediáticas, al GAL o a la alternancia del juego democrático, sino que quizás, más decisivamente, esta fue devorada por la sociedad que había ayudado a crear. Significativamente, el Partido Popular, y otros grupos, ganaban ayuntamiento tras ayuntamiento en grandes ciudades y capitales. Los nuevos alcaldes tenían un modelo muy claro de ciudad —lleno de rotondas y fuentes— que encajaba con el consumidor y era, además, una carta de presentación muy visible. Esta filosofía de lo cívico facilitaba, además, la ayuda de importantes sectores de sus apoyos sociales —como los empresarios de la construcción. Juntos darían empleo al país del paro. No en vano, el icono de ese modelo no lo desarrollaron los populares, sino Jesús Gil y su impoluto paseo marítimo sin pedigüeños en Marbella. Frente a ese modelo la socialdemocracia no tuvo nada que ofrecer primero y, ¡horror!, optó por imitarlo después.

El nuevo socialismo únicamente ofrecía, y sigue ofreciendo, alternativas en grandes —y necesarias— causas: matrimonios homosexuales, aborto, memoria histórica… pero no planteaba, ni plantea, cosa alguna en políticas cotidianas. Poco que aportar sobre barrios y ciudades, nada sobre desempleo juvenil, menos sobre clientelismo y corrupción, y no extraña que, cuando consiguió el Gobierno estatal, apenas recuperó el local.

La historia siempre reserva su momento a la ironía. Los primeros abandonados por la socialdemocracia –asociaciones y movimientos sociales ya digitales– hicieron estruendosamente visible la absoluta pérdida de confianza en el socialismo español, y en la política profesionalizada, la semana del 15-M. Que el agujero en la confianza es más profundo que los resultados cosechados desde entonces es algo que no ven solo los dirigentes y los fieles —cada vez menos y mayores. Confiar en que la crisis económica, y la torpeza del conservadurismo, devuelvan las aguas a su cauce es de una miopía insensata. Esta no solo conduce a un descrédito más profundo de la socialdemocracia sino del propio sistema democrático.

¿Cómo defender, con Judt, la virtud de pagar más impuestos cuando crecen los movimientos para no pagar el autobús? Solicitar esfuerzos requiere una confianza absolutamente agotada. La reconstrucción en España de valores socialdemócratas pasa por asumirlo y aplicarse, urgentemente, las medidas de control y transparencia que exigen los barrios y redes sociales. También, desarrollar políticas locales alternativas y progresistas. La crisis económica ha destruido los lazos de solidaridad en la Unión Europea y la socialdemocracia europea debe responder, pero la confianza interpersonal previa y necesaria para la creación de valores socialdemócratas —y el desarrollo de sus políticas— no puede importarse desde Bruselas. Esta se construye, y experimenta, diariamente —y no necesariamente en grandes fábricas. En foros y barrios muchos expulsados, y no admitidos, del precario bienestar español están repensando —sin necesitar, ni querer, carnet o privilegio alguno— nuevas formas políticas centradas en actuaciones estratégicas que garanticen la naturaleza democrática y el bienestar social. Dos valores por los que apostó otro revisionista: Eduard Bernstein.

Por Óscar Rodríguez Barreira, historiador e investigador posdoctoral en la London School of Economics.

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