El malestar de la nación

Malas noticias desde Yemen. Otra vez de luto, por desgracia. En todo caso, horas antes del debate no es fácil determinar cuál es el «estado de la nación», más allá de la indolencia y el hedonismo que anuncian las vacaciones. Hay acaso demasiados conformistas, unos cuantos indignados y muy pocos convencidos. La palabra clave es «malestar», en un sentido que trae recuerdos de Ortega, pero también de Sigmund Freud en un libro famoso de 1930. Lo peor es la indiferencia, el particularismo, el síndrome difuso de la fiebre helenística: a mí me va bien; la «polis» no es cosa mía. Se diluye el orgullo legítimo que los españoles sentimos hacia la Transición democrática. La razón práctica busca refugio en el ámbito privado. La desilusión política es un fenómeno palpable en muchos sectores sociales. Zapatero es el responsable principal pero no el único. En la sociedad abierta, el poder debe transmitir confianza; como mínimo, seguridad. Ahora sucede todo lo contrario: la sociedad no sabe a qué atenerse porque el piloto ha perdido el rumbo, si acaso supo alguna vez a dónde quería llevarnos. Nos salvan muchos siglos de historia, la de verdad y no esa que ahora se inventan; las instituciones que todavía funcionan mientras quiebran las meras ocurrencias; también la prosperidad económica, fiel reflejo de una sociedad con ganas de recuperar el tiempo perdido. Sin complacencia alguna: la salud social y económica de la nación es razonable, al menos en este contexto posmoderno, donde todos vivimos en precario. ¿Por qué falla la política?

El Gobierno llega exhausto al fin de curso. Ha perdido las elecciones locales aunque consiga maquillar el resultado con pactos -a veces- disparatados. Pretende rellenar con saldos el resto de la legislatura. No se atreve a preguntar a sus socios por los Presupuestos. Ya sabe qué puede esperar. Baraja sin convicción un adelanto de fechas, tal vez al filo de dos sentencias: 11-M y Estatuto catalán. Teme a ETA. Por tanto, teme a «Gara». Los terroristas no son creíbles, es cierto: lo malo es que confirman verdades ya conocidas a través de fuentes fiables. Con préstamo de Karl Popper: «aunque no lo sepamos todo, algo sabemos». Zapatero es víctima de la ilusión sinóptica. Todo lo reduce a juegos simples de corte voluntarista. Tal vez confía en que muchas preferencias políticas son impermeables a los argumentos ajenos. Otra vez lo de siempre: mesías de la izquierda frena a derecha autoritaria. Lo digo con pena: todos los caminos conducen a buscar el voto de Irak, a reeditar el Tinell y -si no hay otro remedio- a promover el gobierno multipartido a escala nacional. Da lo mismo que puedan crujir las instituciones y que se rompa una convención razonable. Traducción práctica. Veremos gestos radicales. Si dura la legislatura, tendremos una ley tramposa sobre la memoria histórica para que cada uno construya el pasado según le convenga. Como colofón, un poco de suerte y las ventajas que otorga la inercia al partido en el poder. Equipaje ligero, sin duda, pero esto es lo que hay.

Los ánimos están crecidos en el PP. La encuesta de verdad estaba en las urnas. El tirón de Madrid es implacable. El regreso de Rato supone un refuerzo, de una o de otra manera. Rajoy llega con fuerzas al último debate. Su adversario regala bazas determinantes: ANV ya está ahí; Navarra está al caer; los gestos con De Juana y Otegui apenas sirven... ¿Hablar de terrorismo? Sí, por supuesto, para reiterar la oferta de forma solemne: todo el apoyo para derrotar a ETA. Derrotar, insisto, y no trampear. Palabras medidas y sentido de Estado. Si lo hace como sabe, será el ganador. Además, ofertas en positivo. A la gente le importan de verdad ciertos problemas: inmigración, sanidad, escuela, vivienda. Pero, sobre todo, le preocupa España. La mayoría electoral no es una yuxtaposición de minorías sino la expresión política de una sociedad vertebrada. El día que no exista, dará igual el encaje constitucional. Pero existe, y por eso seguimos aquí: estos días, sufriendo con los nuestros en Afganistán o en Yemen. El PP tiene que ganar las elecciones y no sólo esperar a que las pierda Zapatero. Las mejores bazas están en manos de Rajoy: personas, programas, principios... Pero tendrá que conquistar voto por voto, jugar con habilidad en un terreno a veces hostil y reforzar una estrategia orientada al centro político y al pacto razonable. Las concesiones al populismo sólo sirven para espantar a cierto tipo de electores afines pero muy exigentes. Se adivina para hoy un discurso sólido y coherente, porque la partida está situada en el lugar que mejor domina el líder de la oposición.

Las minorías siguen a lo suyo, pero los nacionalistas transmiten malas vibraciones. ¿Discurso agotado, por fin? En Cataluña, cobra protagonismo la «y» de Convergencia y Unión, mientras ERC -un partido antisistema, en sentido técnico- muestra su faceta histriónica y asamblearia. Se inquietan en el País Vasco las dos almas del PNV, porque todos intuyen peligros para el monopolio del poder. Los demás miran a un lado y a otro en busca de espacios que rellenar. A lo mejor han leído al Nobel chino Gao Xingjian: en un momento dado, «lo más práctico es salvarse primero a uno mismo». A día de hoy, nadie tiene ideas claras sobre cuál es la mejor apuesta, y eso siempre beneficia al aspirante. El PP debe leer con inteligencia esta indecisión de las minorías. Cualquier error puede ser fatal: en pura teoría de los juegos debes conseguir siempre que las decisiones en el bando adversario las tomen los más torpes. El Congreso de los Diputados se juega mucho también ante la opinión pública. Un buen debate, con el formato ágil y flexible que merece, capta la atención de mucha gente, dispuesta a recuperar la confianza en cuanto los políticos ofrezcan algún motivo. En el adiós a Tony Blair hemos visto cómo funciona la democracia británica, flexible y ceremoniosa. En política, como en la vida, casi todo está inventado. Por eso, la igualdad de armas es un principio nuclear en un debate entre Gobierno y oposición. Seguro que así será. Un último deseo: los líderes deben hablar en el lenguaje llano que todos entienden y no en esa jerigonza para iniciados que les separa del ciudadano común. Será mejor para ellos mismos.

Esta es una gran nación, en efecto, como dijo el Rey hace poco en sesión solemne de las Cámaras. Si no lo fuera, insisto, tal vez no podría soportar la mezcla de insensatez y malevolencia que nos aflige a los españoles de vez en cuando. El malestar es una sensación incómoda, pero no es un cáncer terminal, mal que les pese a unos cuantos. Se cura, por tanto, con perseverancia y sentido común. Debate tardío, entrado ya julio, mientras Velázquez comparte su espacio natural con Patinir, el segundo mejor azul en la historia de la pintura. La gente deberá prestar a la sesión el interés que merece porque no es tiempo de indiferencia, desdén o egoísmo. A veces, la «polis» nos reclama y nadie de buena fe debería ignorar esa llamada.

Ciertos políticos no lo merecen, sin duda, pero la ilusión por el proyecto común tiene que seguir viva aún en tiempos de zozobra. La España constitucional ha sido y es un éxito colectivo pese al empeño de algunos por impulsar aventuras sin final conocido.

Benigno Pendás, profesor de Historia de las Ideas Políticas.