El malestar de las clases medias

La existencia de una clase media amplia es un requisito esencial para la existencia y buen funcionamiento de la democracia. ¡Pruebe a buscar un país con un sistema democrático estable en el que no exista una amplia clase media! No lo encontrará. Allí donde no existe ese componente social, la democracia es débil e inestable y los regímenes políticos acostumbran a ser autoritarios, caudillistas o elitistas.

Una clase media activa, con capacidad para ejercer su voz frente al deterioro de las cosas, es también fundamental para el buen funcionamiento de los servicios públicos de un Estado moderno. Servicios que, como la educación, la sanidad, los seguros de desempleo o un sistema público de pensiones, son esenciales para garantizar la igualdad de oportunidades -el ascensor social- y para cubrir los riesgos de una economía de mercado, riesgos que las personas no pueden cubrir por sí mismas.

Ese vínculo entre clases medias, democracia y oportunidades apareció en Europa en el periodo de entreguerras mundiales del siglo pasado. Con anterioridad, las democracias eran censitarias, elitistas. Ancladas en sus privilegios de clase y en la acumulación de riqueza que se produjo en la época llamada gilded age o belle époque, entre 1870 y 1914, esas élites no supieron ver que la creciente desigualdad de principios del siglo XX era una amenaza para el orden político y social.

Después de la Gran Depresión de los años treinta y de la Segunda Guerra Mundial se logró crear un pegamento que reconcilió capitalismo de mercado, igualdad y democracia. La ampliación de las clases medias durante las décadas centrales del siglo pasado fue su principal resultado. Todo mejoró bajo su impulso durante esas décadas. Fueron los mejores años de nuestras vidas.

¿Cuál es, en este inicio del siglo XXI, el problema en relación con las clases medias, el capitalismo y la democracia? Que el retorno de la desigualdad a nuestras sociedades está jibarizando las clases medias.

Estamos asistiendo a una nueva gilded age de la desigualdad como la que tuvo lugar hace 100 años. Una desigualdad que está polarizando nuestras sociedades entre un reducido grupo de superricos y una creciente masa de pobres que no tiene ninguna expectativa de mejora. La influencia de los superricos en la política y, más en particular, en la política económica es muy intensa. Especialmente en Estados Unidos. Pero, a través de su ejemplo y liderazgo, también en el resto de los países europeos. De hecho, la economía está siendo gestionada por una élite superrica que gobierna en beneficio propio.

Lo ocurrido con los sistemas fiscales en las tres últimas décadas es buen ejemplo de este gobierno en beneficio propio. Han impuesto la agenda fiscal mínima y el recorte de los gastos sociales. Y han presionado para el reconocimiento legal de paraísos fiscales, hasta dentro de la propia Unión Europea.

¿Por qué nos debe preocupar esta polarización de la desigualdad? Quizá porque, como dijera el novelista norteamericano de principios del siglo pasado, Scott Fitzgerald, “los muy ricos son diferentes a usted y a mí“. Tienden a comportarse como apátridas, cosmopolitas, sin ningún compromiso con el resto de la sociedad. Y a defender una meritocracia heredada.

Esa agenda fiscal mínima sobre las rentas altas y la riqueza hace descansar cada vez más la recaudación fiscal que necesitan nuestros estados en las clases medias. Vean el ejemplo de España. La nueva tributación sobre la renta de las personas físicas se centra en el rango de rentas comprendido entre 20.200 y 60.000 euros. A partir de esa cantidad, el tipo impositivo permanece constante, sea cual sea el nivel de ingresos. Me gustaría ser rico, aunque sólo fuese para pagar pocos impuestos.

Existe un creciente malestar social con la evolución de la desigualdad, los ingresos, los impuestos y la gestión de las políticas en todos los países desarrollados y emergentes. Y quienes con mayor intensidad están expresando ese malestar son las clases medias.

¿Nos debe preocupar este malestar? Pienso que sí. Entre otras razones, porque reduce la legitimación social en la que se apoya la economía de mercado y el propio sistema político vigente. Como señalé al principio, la legitimación que aportan las clases medias es esencial para el buen funcionamiento de la democracia. Parémonos en nuestro entorno más cercano. ¿Quiénes son las bases sociales que están detrás del malestar político que impulsa el independentismo catalán? De acuerdo con un clarificador artículo de la socióloga Marina Subirats (“Una utopía disponible. La Catalunya independiente“, La Maleta de Portbou, número 6, 2014), las clases medias, especialmente las clases medias profesionales.

Aunque con expresiones políticas diferentes, también en el resto de España es ese malestar de las clases medias el que está emitiendo un grito de alarma. La rápida emergencia de nuevas fuerzas políticas como Podemos o Ciudadanos tiene mucho que ver con la búsqueda por las clases medias de nuevos instrumentos políticos que sean capaces de canalizar sus demandas y revertir la situación.

Hemos entrado en un largo año electoral. Uno de los grandes retos es que los partidos políticos, tanto los tradicionales como los nuevos, sean capaces de recoger ese malestar y formular un nuevo progresismo para el siglo XXI.

Antón Costas, catedrático de Economía de la Universitat de Barcelona.

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