El ‘marketing’ de Maquiavelo

Por estos lares se ha impuesto la idea de que nuestro presidente se sostiene con fortaleza por el ‘marketing’ inteligente que diseña para él y para su Gobierno su gran asesor desde la trastienda. Esta y aquella acción, este y aquel discurso, se muestran motivados por una brillante gestión comunicativa.

Lo cierto es que lo que se transmite cuando se habla de ‘marketing’ político es un método para fortalecer la imagen de quien se dedica a la política, que busca mejorar la reputación ante los electores. O si se quiere, estrechar la relación entre un candidato o político y el electorado investigando en el mercado electoral. Que pueda atender a políticos vinculados a una u otra ideología, pues como tal sirve para mejorar la imagen de cualquiera. El mismo término anglosajón nos remite sutilmente, pero con eficacia, a la idea de una práctica neutral y legítima.

El ‘marketing’ de MaquiaveloAhora bien, el consejero que dicta la estrategia se dedica realmente a manejar las técnicas de ‘marketing’. ¿Es esa de verdad su función? La duda es evidente. Por ejemplo, cuando se ocultan a los ciudadanos determinadas cuestiones de gran importancia para su decisión electoral futura. Por señalar un hecho, entre otros muchos, la minimización del número de muertos que ha ido produciendo la desgraciada pandemia en la que vivimos. ¿O es ‘marketing’ el mero engaño que se ha ido utilizando con intención de mejorar la posición electoral? Por ejemplo, como aquello que aseguró Sánchez que no dormiría tranquilo si incorporase a ministros de Unidas Podemos a su Gobierno. Eso lo dijo en septiembre de 2019, antes de las elecciones del 10 de noviembre de 2019, mes en el que ya acordó su Gobierno con Unidas Podemos.

¿O es ‘marketing’ la desinformación? No parece y lo tenemos muy cercano con la cuestión de las mascarillas, que sencillamente simulaba una carencia. Pero otra manera de ocultar ha sido la teatralización de ciertos asuntos, que así se han distorsionado. Por ejemplo, la retórica escénica con la que nos sorprendió la emisión en las televisiones públicas el Consejo de Ministros haciendo un pasillo de aplausos a Sánchez cuando regresó del Consejo Europeo, dándole un cierto pábulo de héroe. ¡Pobres Angela Merkel y Emmanuel Macron, que no tuvieron ese mismo recibimiento!

En realidad, más bien lo que hace nuestro ‘marketing expert’ es aconsejar a su presidente lo que Maquiavelo enseñaba a su Príncipe hace ya más de cinco siglos: «La política es el arte de engañar»; «la política no tiene relación con la moral»; «lo central es saber disfrazar bien las cosas y ser maestro en el fingimiento». No es una técnica de comunicación depurada, sino la simple aplicación del principio de que el fin perseguido justifica cualquier medio. O si se quiere, todavía más simplemente, que la mejor estrategia es la falta de escrúpulos. Pero con la legitimación que da el tecnicismo del ‘marketing’. Así, si lo aconseja Iván, punto redondo.

La verdad es que lo que hay son manipulaciones burdas que no precisan de ninguna perspicacia para desenmascararlas. Esto es incuestionable. Entonces, ¿cómo se atreven a lanzar a la opinión pública informaciones tan fácilmente refutables? Pues por algo que señala a un problema que se nos viene encima y es verdaderamente peligroso. El destinatario de toda esa información no es el conjunto de la opinión pública, sino los que ya están adheridos a la causa, que asumen sin críticas todo lo que provenga de su lado.

Eso evidencia la apertura a una peligrosa polarización populista, que en lo estrictamente ‘comunicacional’ se manifiesta en el surgimiento de compartimentos estancos en los que cualquier valor o racionalidad común se termina desestimando. Anuncia una vuelta a los terribles momentos del siglo pasado, en los que la verdad se sorteaba siempre por unos partidos que solo buscaban su imposición fáctica con el apoyo de sus adherentes incondicionales.

Es triste que se esté abandonando el espacio en la opinión pública de ese consenso racional, sustentado en la honestidad constitucional y en el respeto al Estado de Derecho que dio tanta brillantez a la política posterior a la Segunda Guerra Mundial. En aquel consenso racional estuvieron implicados tanto la izquierda socialdemócrata, acordémonos de Willy Brandt, como los conservadores de las democracias cristianas y similares. En él se gestó nada más y nada menos que el llamado Estado del bienestar, que consiguió aliviar de verdad las diferencias sociales sin dañar a la economía. También lo hizo en su momento nuestra Transición, no lo olvidemos, y en ella participaron los comunistas a través del PCE.

Hay que esperar que este proceso no avance y que el Partido Socialista vuelva a aquel guion de practicismo y moderación. Aunque la cosa aquí en España se hace muy difícil porque su aliado gubernamental ya está comprometido a fondo con los métodos de agitación y propaganda, que conllevan la manipulación sin límites. No hay que mirar las calles en las que se reivindica al rapero Pablo Hasel. Lo que es coherente con la obsesiva nostalgia retrospectiva del vicepresidente del Gobierno, el mismo que ayer anunció que deja de serlo para presentarse a las elecciones en Madrid, y que nos quiere volver a encaminar hacia el socialismo de Estado, cuyo fracaso universal solo ha traído pobreza, supresión de la libertad y nuevas desigualdades sociales. Como impelido por una lúgubre estética o, quizás, por su aspiración a ser el jefe de una nueva nomenclatura.

Alberto Oliet Palá es catedrático de Ciencia Política.

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