El matrimonio infantil como barrera para el desarrollo

En la cumbre de las Naciones Unidas sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible celebrada el mes pasado, el matrimonio infantil no fue un tema prioritario. Sin embargo, para alcanzar varios de los ODS, como alcanzar la igualdad de género, mejorar la salud y ofrecer educación de calidad y oportunidades para todos es esencial acabar con esta cruel práctica, que roba la infancia de las niñas, la autonomía sobre sus cuerpos y la posibilidad de decidir acerca de sus propios futuros.

Originada en anticuadas tradiciones patriarcales y sustentada en la ignorancia, la pobreza y la desigualdad económica, el matrimonio infantil sigue siendo una práctica generalizada en África, Asia y Oriente Medio. En Níger, un 76% de las chicas están casadas antes de cumplir los dieciocho años, el mayor índice del mundo. Le siguen la República Centroafricana (68%) y Chad (67%). En Oriente Medio, un 32% de las chicas de Yemen lo están, seguidas de las que habitan en Irak (24%) y Egipto (17%).

En total, más de 12 millones de chicas menores de edad se casan cada año. 12 millones a las que, sin haberlo decidido, se les despoja de su niñez (y, más que probablemente, de su educación) para cargar con múltiples tareas físicas, embarazos potencialmente letales, criar una familia y mantener un hogar.

El matrimonio temprano tiene una correlación con mayores tasas de violencia sicológica y doméstica, llevando a menudo a problemas de salud mental e incluso una muerte temprana. Todos ellos riesgos están reflejados por la cobertura mediática internacional de Amina Filali, una chica marroquí de 16 años que se suicidó tras haber sido obligada a casarse con su violador.

A pesar de sus devastadoras consecuencias -y de la Convención sobre los Derechos del Niño, que obliga a los países a proteger a todos sus habitantes menores de 18 años-, el matrimonio infantil suele ser legal. Más aún, el tema raramente forma parte de los debates sobre desarrollo nacional y las autoridades suelen pasarlo por alto porque no desean ir contra una tradición tan arraigada. Incluso donde existen leyes para limitarlo, a menudo no son lo suficientemente estrictas, como ha sido el caso de Bangladesh y mi país, Marruecos.

En 2004, Marruecos reformó sus leyes de familia para limitar el matrimonio infantil. Pero no fue penalizado debido a la existencia de una cultura conservadora, el deseo a no entrar en conflicto con los fanáticos religiosos y la prevalencia de la discriminación de género. Por el contrario, las reformas dejaron una excepción para vagas “circunstancias atenuantes”, como el embarazo.

Algunas familias parecen ansiosas por eludir las leyes sobre el matrimonio infantil, sea por creencias culturales anticuadas (por ejemplo, que el matrimonio es crucial para mantener a las chicas alejadas de la delincuencia, la prostitución o el libertinaje) o la pobreza, que hace altamente atractiva la dote, o el “precio de la novia”. Como resultado, en Marruecos se sigue obligando a casarse a más de 30.000 chicas menores de edad cada año. No es de sorprender que la violencia contra las mujeres no se esté reduciendo.

Lo que realmente se necesita para proteger a mujeres y niñas son leyes que se hagan cumplir adecuadamente y penalicen la facilitación o la participación en el matrimonio infantil. Las personas que oficien en estas ceremonias y los adultos que tomen como novia a una chica menor de edad deben ser sometidos a serios castigos. Los matrimonios tempranos nunca deberían ser legales.

Leyes así deberían encajar en estrategias nacionales más amplias para el fomento de la participación de las mujeres en el desarrollo económico, social, cultural y político. Las niñas y las mujeres necesitan acceso a la atención de salud, la educación y la formación. (En las últimas décadas, Marruecos ha dado grandes pasos en cerrar la brecha de género en educación, al igual que Túnez y Argelia).

Más aún, se debería aplicar un enfoque de género en las escuelas, las empresas y el gobierno, a fin de promover la participación de las mujeres en todos los sectores vitales para la sociedad. También serían de ayuda proyectos de generación de ingresos para familias de bajos recursos, especialmente en áreas rurales y alejadas, así como iniciativas educacionales amplias orientadas a corregir las creencias anticuadas y erróneas en las que se apoya el matrimonio infantil, y concientizar a las comunidades sobre sus verdaderas consecuencias. Para ello se necesitará el involucramiento de todas las instituciones de gobierno, la sociedad civil, los medios de comunicación y otros actores de peso, como profesores, jueces y abogados.

También necesitan apoyo las niñas ya casadas, a través de programas específicos que las haga partícipes a ellas y quienes las rodean, como sus maridos y suegras. Del mismo modo, se deberían hacer esfuerzos por ayudar a aquellas que hayan escapado de un matrimonio no deseado o hayan enviudado, ya que suelen enfrentarse al abuso y rechazo social.

Toda niña y mujer se merece la oportunidad de decidir si se casará y, de ser así, cuándo y cómo lo hará. Se merecen autonomía sobre sus cuerpos, lo que incluye cuándo tener hijos, y cuántos habrían de ser. Y se merecen la oportunidad de seguir sus sueños y aportar a la economía de sus comunidades y países, al tiempo que mejoran su propia calidad de vida. Si eso no bastara para convencer a los gobiernos y los líderes de la sociedad civil a luchar por poner fin al matrimonio infantil, quizás lo sea el aporte que esto puede significar para el desarrollo del país.

Moha Ennaji is Professor of Linguistics and Gender Studies at the University of Fès, Morocco. His most recent books are Minorities, Women, and the State in North Africa and Moroccan Feminisms. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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