El matrimonio va bien

«Me sentiría honrada de que asistiese al enlace de Sunny Lee, o de que participase en él en espíritu». Esta es la invitación, en coreano, que me llegó a París el pasado junio. En Corea, una boda es una celebración que puede durar varios días. Sunny Lee, fundadora de una empresa de reciente creación que cuenta con Samsung entre sus clientes, me había invitado con ocho meses de antelación para asegurarse de que asistiría: los surcoreanos valoran el reconocimiento exterior, y la presencia de europeos en una boda es tan fundamental como la de un grupo pop de Corea. Lo que la invitación de Sunny Lee no mencionaba era el nombre del cónyuge, ya que no lo había: Sunny Lee se casaba consigo misma. Esta nueva costumbre, de origen coreano, gana terreno en el país y conquista al vecino Japón. Los surcoreanos se han convertido en creadores de modas.

Sunny Lee, empresaria de éxito a sus cuarenta años de edad, no encontraba ningún marido digno de ella. Sin embargo, no se planteaba renunciar a una boda, y reunir a su familia, sus amigos y sus clientes. Por encima de todo, deseaba el vestido blanco y la foto que podría exponer como un trofeo. El cónyuge era el elemento menos necesario. Al ser el extranjero de turno, tuve el honor de partir el pastel de boda en forma de torre Eiffel. Además, como francés, no pude negarme a decir algunas palabras apropiadas para la ocasión, como: «Es imposible divorciarse cuando no se está casado con nadie».

Esta tradición del matrimonio unipersonal va creciendo y constituye un giro más, el más reciente en la más antigua de todas nuestras ceremonias. Queda lejos la época en la que el matrimonio unía para toda la vida a un hombre y una mujer. Este monomatrimonio, que se une al matrimonio heterosexual y al homosexual, revela ciertas tendencias universales que afectan al matrimonio y modifican el estatus de la mujer en todo el mundo. Recordemos que, entre las civilizaciones más antiguas, como aún sucede en India y África, la esposa formaba parte de los muebles que se negociaban entre las familias.

Sunny Lee se sitúa en los antípodas de esa tradición. Su historia parecerá pintoresca, pero ¿lo es tanto como aquello? En el conjunto del mundo desarrollado, las mujeres realizan estudios más largos que los hombres. Tras salir de la Universidad a una edad a la que sus madres ya estaban casadas, las mujeres de Japón y Corea del Sur emprenden la búsqueda de un cónyuge en una época vital cada vez más tardía. Las estadísticas sobre el asunto muestran que, tanto en Europa como en Estados Unidos, cuanta más formación tiene una mujer, más tarde se casa o no se casa nunca. Porque cuanto más avance una mujer en su nivel de estudios y más éxito profesional tenga, más va a buscar una pareja de un estatus al menos equivalente.

Pero cuanto más espere, menos serán los posibles maridos disponibles. La titulada, con una edad entre 35 y 40 años, se desvía entonces hacia un «segundo» mercado que no nos atreveríamos a denominar de ocasión. En vista de esta evolución, Sunny Lee parece más una precursora que una caprichosa.

¿No estamos eludiendo aquí el gran debate sobre el matrimonio homosexual? Acerquémonos a él. No para tomar partido, ni para aportar argumentos, porque ya está todo dicho. A la montaña de controversias, yo añadiría dos observaciones. La primera es que el mundo se encuentra ahora dividido en dos partes, una en la que el matrimonio homosexual es legal o podría llegar a serlo (aproximadamente, el Occidente de origen cristiano) y otra en la que dicho matrimonio no es factible, por razones en las que la cultura (el mundo musulmán) se lo disputa al autoritarismo político (Rusia, China). Allí donde el matrimonio homosexual es algo impensable, no es tanto el carácter sagrado del matrimonio lo que impide su evolución como la dominación del hombre sobre la mujer: el islam permite la poligamia y, para los chinos, regalarse una concubina es muestra de prosperidad. La geografía del matrimonio homosexual tiende a coincidir con la de la liberación de la mujer y la de la prohibición de su opresión.

A lo que yo añadiría una segunda observación de carácter, digamos, liberal: la legalización del matrimonio homosexual me parece un término medio. Los parlamentos y los gobiernos han cedido a la reivindicación del matrimonio homosexual en nombre de la igualdad de derechos. Pero ¿no deberíamos seguir adelante con el razonamiento y preguntarnos por qué los estados se inmiscuyen en el matrimonio? El carácter público del matrimonio validado por el Estado es un hecho reciente.

En las sociedades tradicionales, hasta el siglo XIX, el matrimonio era un contrato espiritual o un contrato de derecho privado rubricado ante un notario. A mis abuelos, judíos de Galitzia, los casó un rabino, lo cual no les impidió engendrar diez hijos; nunca se les habría pasado por la mente acudir a un burócrata del Emperador Francisco José. A medida que nuestras sociedades se han vuelto laicas y los estados se han propuesto regularlo todo, el matrimonio ha pasado de la esfera privada a la pública. No es inconcebible, dado que los estados tienen tendencia a llevar a cabo un retroceso estratégico respecto de sus funciones esenciales, que el matrimonio vuelva a sus orígenes: un contrato entre adultos consintientes, sancionado o no por autoridades religiosas libremente elegidas.

Pero además, el jaleo en torno al matrimonio tiende a ocultar lo esencial: la humanidad sigue casándose de forma tradicional, un hombre y una mujer. La inmensa mayoría de estos matrimonios es estable, sin engaños y dura toda la vida. La infidelidad, el divorcio y la unión libre solo sirven para los mejores libros y las mejores películas.

Así vemos que, en Estados Unidos, desde que el matrimonio homosexual es legal, los medios de comunicación solo hablan de los derechos... de los transexuales. Lo mismo da que estas controversias nunca afecten más que a minorías. Y si nos fiamos de las estadísticas, en Europa y en Estados Unidos, la infidelidad se ha estancado por debajo del 15 por ciento, la unión libre retrocede y el número de divorcios disminuye.

Pensándolo bien, hasta la propia Sunny Lee está a favor del matrimonio, aunque sea consigo misma.

Guy Sorman

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