África tiene la población más joven del mundo, y está creciendo a toda prisa. Se prevé que en 2055 los jóvenes del continente (aquellos con edades entre 15 y 24) serán más del doble de los 226 millones de 2015. Pero África sigue siendo un lugar pertinazmente inhóspito (en lo político, lo económico y lo social) para la gente joven. De que los gobiernos africanos sepan resolver esta cuestión depende la trayectoria del continente (prosperidad o penuria) en las décadas que vendrán.
Seguir el rumbo actual supone no sólo riesgo de mal desempeño económico y fuga de cerebros, sino también de criminalidad, agitación política y social, e incluso conflicto armado. Pero África puede prosperar, si los gobiernos actúan ahora para aprovechar la energía y el dinamismo de la cada vez más numerosa población joven. Para ello se necesita una agenda política integral, que incluya medidas demográficamente fundadas para resolver los problemas de exclusión política, cultural y económica en forma sincronizada.
No será tarea fácil, sobre todo porque entre las dirigencias y los jóvenes de África hay una brecha etaria enorme: la edad promedio de los presidentes africanos es 62, contra una mediana de 19,5 para el conjunto de la población africana. Es la mayor brecha etaria del mundo entre gobernantes y gobernados, y genera dudas sobre hasta qué punto las autoridades entienden las necesidades y aspiraciones de los jóvenes.
Para colmo, en muchos países prevalece una tradición de gerontocracia, que restringe por motivos culturales la influencia y participación política de los jóvenes. Para superar este obstáculo, los gobiernos deberían asignar a la desigualdad generacional la misma urgencia con que tratan otras formas de inequidad, y promover la introducción de cuotas juveniles en partidos políticos, parlamentos y otras instituciones decisorias.
También hay mucho que hacer en el frente económico. Según el Banco Africano de Desarrollo, en 2015 ingresaron a la fuerza laboral africana 12 millones de jóvenes, pero sólo se crearon 3,1 millones de empleos. Es decir que millones de jóvenes quedaron excluidos de participar en la economía.
En el corto y mediano plazo, será casi imposible crear empleos suficientes para satisfacer las necesidades de los desempleados y de los trabajadores precarizados. África no tiene un sector fabril intensivo en mano de obra importante, que sea capaz de absorber su creciente población joven. Pero hay programas que pueden ayudar. Por ejemplo, YouthConnekt Africa, organizado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y el gobierno de Ruanda, promueve la adopción de políticas de apoyo a la juventud (como acceso a finanzas y capacitación) a tono con las necesidades del mercado en los diversos países.
Sin embargo, la escasez de oportunidades locales todavía lleva a muchos jóvenes africanos a buscar movilidad social en la emigración. Pero como me dijo hace poco el CEO de una importante empresa del África subsahariana, conseguir visa de trabajo es extremadamente difícil para los africanos.
En la práctica puede ser más fácil conseguir dicha visa para un ciudadano británico que, por decir algo, para un ghanés igualmente calificado. La visión africana de integración económica planteada en la Agenda 2063 de la Unión Africana no será posible si los jóvenes africanos no pueden migrar para forjarse carreras profesionales.
Es elocuente que tantos africanos estén dispuestos a correr el riesgo de ahogarse en el Mediterráneo, quedar alojados en centros de detención espantosos en el norte de África o dormir en parques públicos en alguna ciudad europea, antes que quedarse en África. Pero contra lo que suele creerse, los jóvenes no emigran de África sólo por razones económicas, sino que los motiva la promesa de tener oportunidades de auténtica superación personal y libertad para ser quienes quieran ser y vivir como quieran vivir. Es lo que en mi juventud me impulsó a irme de África con rumbo a Europa.
De hecho, el deseo de superación personal por medio de la emigración es un elemento clave de la historia de la humanidad, al que ningún desierto, mar u obstáculo artificial han podido frenar. La exclusión política y cultural lo intensifica. Por eso, toda estrategia que no tenga en cuenta el entorno más general de marginación será vana.
Por ahora, la inercia está llevando a África hacia un futuro de oportunidades perdidas y, tal vez, grave inestabilidad. Y los socios internacionales de África han estado más preocupados en contener las migraciones desde el continente que en resolver sus causas subyacentes.
Pero quedan motivos de esperanza. Los jóvenes africanos serán este año el tema central de la quinta Cumbre de la Unión Europea y África. Y la consigna de la Unión Africana para 2017 es “aprovechar el dividendo demográfico mediante la inversión en la juventud”.
Ojalá el creciente reconocimiento de la necesidad de crear oportunidades para los jóvenes lleve a iniciativas eficaces y solidarias, que allanen los obstáculos al empoderamiento de la juventud del continente, en vez de alzar barreras para impedir que se vaya.
Tomando prestadas las palabras de Martin Luther King, África se enfrenta a la feroz urgencia del ahora. La posibilidad de llegar demasiado tarde es muy real.
Mohamed Yahya is Africa Regional Programme Coordinator for United Nations Development Programme (UNDP). Traducción: Esteban Flamini.