El 'McGuffin' de la muerte

Por Pedro. J. Ramírez, director de El Mundo (EL MUNDO, 20/04/03):

I.- Califato revisitado

Veinte años ya, casi veinte años, Julio, desde aquella primera vez cuando, a vueltas con el pulso contra cierto prelado, tú me enseñaste tu ciudad y yo llegué a la conclusión de que, además de alcalde, tú eras el «verdadero obispo de Córdoba». Has ido y venido a Madrid, has perdido y ganado elecciones, has abierto y cerrado la pinza del rigor democrático y la persecución del crimen de Estado, has podido con todas las intrigas y todos los infartos. Eres ya un maestro jubilado y estás a punto de ser profesor emérito -«Algo me pagarán, pero lo haría gratis»- para seguir enseñando a los jóvenes la Historia del siglo XX. Ese siglo de los totalitarismos y las falsas apariencias en cuya posdata ha caído tu hijo, el brillante reportero de tu mismo nombre, con cuyo recuerdo hoy te he venido a abrazar.

Me has esperado en la almena sobre la plataforma del AVE, me has metido en tu modesto utilitario y enseguida me has hecho ver, en un improvisado eslalon por los callejones y plazoletas de tu califato sentimental, el progreso de Córdoba, clásica y moderna -«Mira, eso se empezó cuando estaba yo de alcalde»-, de nuevo gobernada por un Ayuntamiento comunista.

Me has enseñado la casa en la que viviste durante tantos años y he descubierto en la mirada de Antonia, en las palabras de Antonia, en los gestos de Antonia la fuente de ese trasluz de dulzura y timidez que envolvía muchas de las crónicas de vuestro hijo con una irónica pátina de polvo de azahar.

Luego, mientras las gentes te paran, se agarran a ti, te dicen que lo sienten y acarician tu perfil levítico, me he dado cuenta de que sigues llevando el bolso marrón de cuero con forma de cartuchera del que nunca te separabas cuando paseabas sin escolta por Madrid. Doy por hecho que dentro continúa habiendo un arma.«Es que he vuelto a tener alguna amenaza... Pero la licencia la tengo al día, completamente en regla».

Me explicas que los días que no haces gimnasia te dedicas a andar durante un par de horas y que aprovechas ese rato para ir grabando pensamientos e ideas que luego te sirven para intervenir en una asamblea -«Yo soy muy respetuoso con la política de la coalición y si tengo que decir algo, lo digo en los órganos, no en la tertulia de un bar»- o para escribir un artículo o para trabajar en esa «Historia de Izquierda Unida, a través de sus documentos» que preparas.

Te ríes cuando te digo que cualquiera que te vea hablando solo por la calle pensará que ésa es la prueba de que siempre has estado como una regadera y tú mismo me cuentas que muchos te debieron tomar por chiflado cuando la fatídica tarde del lunes 7 las radios y las televisiones reprodujeron tus palabras maldiciendo todas las guerras «y a los canallas que las apoyan» y prometiendo seguir luchando por «la Tercera República Española», sin aclarar que las habías pronunciado durante las jornadas republicanas en las que participabas en Getafe. «Más de uno pensaría, mira éste, le matan a su hijo y se pone a dar vivas a la República...»

Ay, Julio, veo que el dolor te parte el alma y que no sabes ni cómo ni contra quién dar salida a tanta indignación y tanta rabia.«Qué paradoja que a mi hijo lo matara un misil iraquí, después de que yo me haya opuesto tantas veces a los norteamericanos».Sólo quieres saber si la primera vez que te llamé por teléfono, cuando te dije que estábamos preocupados porque había habido un ataque y había periodistas entre las víctimas y no lográbamos contactar con tu hijo, yo ya sabía que él estaba muerto. Te he contestado que aunque tus compañeros de Izquierda Unida me pidieron que no te llamara, yo quise que tuvieras la misma información que teníamos nosotros, porque entonces aún nos aferrábamos a la esperanza de que hubiera sobrevivido o de que le hubiera ocurrido a otro. «Sí, claro, ya te entiendo... La esperanza, por llamarlo de alguna manera».

Me he dado cuenta de que tu mente lleva una semana y media dándole vueltas a la interpretación de los hechos. Eres consciente de que se ha producido un terremoto histórico, de que en el mundo contemporáneo se han abierto abismos insondables y de que una de sus grietas ha engullido a tu hijo. Tienes el convencimiento, como lo tengo yo, de que la onda expansiva de la invasión de Irak traerá consecuencias negativas durante mucho tiempo. Pero yo pienso que esto supone una quiebra en la política exterior norteamericana que otra administración podrá corregir dentro de dos años o de seis, y tú me dices que no, que era algo que se veía venir e incluso que, en medio de tanta desgracia y tragedia, tiene un maldito «beneficio colateral» desde la perspectiva de la izquierda: «Ha sido clarificador».

Se reían de tu «programa, programa, programa», y yo mismo he estado a menudo en desacuerdo con muchas de tus propuestas, pero pocos dirigentes han visto con la lucidez con que lo has hecho tú cómo todo poder tiende al abuso y cómo el sueño de la razón siempre produce monstruos. Ahora has padecido uno de sus zarpazos en tu propia carne y buscas una vez más el antídoto del análisis, la vacuna del conocimiento y el bálsamo de la reflexión. Como de costumbre, contigo la conversación es un viaje de lujo, de la Historia a la Filosofía, de la Literatura al Cine. Por eso te he contado que antes de coger el tren para venir a verte, he tenido lo que otros llamarían una «revelación». Pasaba por delante de una de las mesas de la redacción y en el ordenador que alguien había dejado abierto iban apareciendo a modo de salvapantallas los carteles de las principales películas de Hitchcock. De repente, me di cuenta de que en la técnica del mago del suspense estaba el mejor antecedente de la génesis y desarrollo de esta guerra que acabamos de padecer.

Tú me has dicho que te encanta Hitchcock y que has visto casi todas sus películas. Por eso me has entendido a la perfección cuando te he adelantado mi tesis: «Aquí el problema es que nos la han metido doblada con el McGuffin». «El Mc Guffin... ya sabes, el pretexto».

II.- Leones de Adirondack

Te he prometido que escribiría un artículo largo sobre ello y aquí me tienes intentando hacerlo como lo harías tú, con una explicación clara y didáctica delante de la pizarra, como si se tratara de esa lección de anatomía moral en la que siempre tratabas de convertir cada campaña electoral.

En primer lugar, ¿qué es el McGuffin? En apariencia, el motivo que arrastra la acción de un relato, la idea-fuerza de la que brotan todos los personajes, el nudo gordiano al que se supeditan todos los acontecimientos. Por ejemplo, el secreto que unos espías tratan de robar, el contenido de un misterioso maletín que pasa de mano en mano, el fabuloso botín de un atraco que se pretende ocultar... Sin embargo, a la hora de la verdad el McGuffin no es más que un espejismo, una coartada, una muleta con la que se atrae al espectador para contarle otra historia completamente diferente. «Es un rodeo, un truco, una complicidad, lo que se llama un gimmick», admitió el propio Hitchcock en su famoso libro de conversaciones con Truffaut. O sea, hablando en plata, una tomadura de pelo.

La misma forma en que el padre de la criatura accedió a identificar su invento ya es indicativa del vacile intelectual que conlleva.Imagínate, Julio, que tú y yo vamos en un tren y que tú me preguntas...o, bueno, a la viceversa, que yo te pregunto a ti: «¿Oye, qué es eso que llevas ahí colgado en el portaequipajes?». Y tú me contestas muy serio: «Pues un McGuffin». Y yo insisto entre alucinado y pelmazo: «¿Y qué es un McGuffin?». Y tú, sin inmutarte, añades: «Un aparato para cazar leones en las montañas de Adirondack». Ante lo cual resulta que yo voy de sabiondo y te tengo pillado: «¡Pero si en las montañas de Adirondack no hay leones!». Advertido lo cual, tú zanjas flemático la cuestión: «Ah, pues en ese caso no es un McGuffin».

Veamos ahora algunos ejemplos prácticos. Durante buena parte del filme, Psicosis nos mantiene pendientes de los 40.000 dólares que ha robado Janet Leigh: parece una película sobre la huida de una ladrona y en realidad todo ello sólo es un McGuffin para llevarnos a casa de Norman Bates y hacer una magistral disección de lo horrorosa que puede ser la esquizofrenia. En Con la muerte en los talones el espectador está en vilo a la espera de averiguar cuál es la terrible actividad de James Mason que pone una y otra vez en peligro la vida de Cary Grant al ser confundida su identidad; al final sólo sabremos que el villano se dedica a la «exportación e importación» de «secretos del Gobierno» -más genérico e inconcreto imposible-, pero para entonces Hitchcock ya nos habrá contado con la mano firme de un virtuoso todas las interrelaciones psicológicas a las que puede dar lugar la caza de un hombre. Cuando la palabra «fin» haya aparecido en la pantalla el gran director podrá incluso permitirse el lujo de aclarar desdeñosamente que «ha aprendido a lo largo de los años que el McGuffin no es nada».

Sólo con estos mimbres ya podríamos trazar sugerentes paralelismos sobre la forma en que Rumsfeld, Wolfowitz y compañía han ido conduciendo tanto a Bush como a sus aliados hasta la Casa de los Horrores iraquí o han logrado convertir la persecución de Sadam en una especie de profecía autocumplida o mero fin en sí mismo. Pero es que el mejor McGuffin de todos los McGuffin, el McGuffin por antonomasia, no precisa de ninguna traslación metafórica, porque resulta que a los halcones que querían, y lograron, provocar esta guerra se les ocurrió hace unos meses el mismo pretexto que hace casi 60 años se inventó Hitchcock en Notorious (Encadenados) para que hubiera un motivo distinto del de conquistar a Ingrid Bergman, que aparentemente impulsara a Cary Grant a entrar en la mansión que un grupo nazi controlaba en Sudamérica: iba en pos de una partida de uranio con la que los malos pretendían fabricar la bomba atómica.

El asunto no tenía ni pies ni cabeza, pues cuando rodó Notorious en el 44 -faltaba un año para Hiroshima-, Hitchcock carecía de la menor idea de cómo funcionaba la fusión nuclear y, seguro que te acuerdas, de que al final el uranio era un polvillo escondido en botellas de vino añejo camufladas en la bodega. Era de coña, pero vuelves a ver la película y todavía hoy ese camelo sigue funcionando.

Aunque parezca mentira, esta vez la trama tampoco ha sido menos chapucera. Todos estos datos que te voy a dar ahora proceden, Julio, de una investigación publicada hace ya más de un mes por Seymour Hersh en las páginas del New Yorker que, como te puedes imaginar, tienen de comunistas más o menos lo mismo que yo. Resulta que a finales de diciembre el President's Daily Brief (PDB) que la CIA pone cada mañana -sólo para sus ojos- sobre la mesa de George W. Bush incluyó la denuncia de que Irak había comprado 500 toneladas de óxido de uranio a Níger, con el propósito de producir uranio enriquecido para fabricar bombas atómicas, mediante su centrifugado a través de unos tubos de aluminio cuyo envío al régimen de Bagdad había quedado ya previamente acreditado.Por eso, en su solemne discurso del 28 de enero sobre el estado de la Unión -verdadero pistoletazo de salida para el ataque a Irak-, el mandatario más poderoso de la Tierra dio por buena tal información, atribuyéndosela al «Gobierno británico», y añadió: «Sadam Husein no ha explicado de forma creíble esas actividades.Está claro que tiene mucho que ocultar».

Pues bien, como seguro que recordarás, el 7 de marzo el director general de la Agencia Internacional de la Energía Atómica Mohamed el Baradei declaró, nada menos que ante el Consejo de Seguridad de la ONU, que tanto los expertos de su organismo como especialistas externos habían llegado a la conclusión de que los documentos que supuestamente acreditaban la transacción entre Níger e Irak «no eran auténticos». Lo cual era una manera eufemística de decir que eran más falsos que Judas. Porque lo que Seymour Hersh averiguó luego es que, por ejemplo, una de las cartas con membrete y sello oficial que formaban parte del dossier aparecía firmada el 10 de diciembre de 2000 por un tal Allele Habibou, ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación de Níger, quien sin embargo había cesado en tal cargo nada menos que 11 años antes. La falsificación de la firma del presidente Tandja Mamadou en otra de las cartas era tan flagrante que, a su lado, los famosos papeles de Laos, que tanto juego periodístico y parlamentario nos dieron a ti y a mí en el 95, eran una obra maestra.

Siguiendo esa pista, Hersh descubrió que, al menos desde el 97, sectores de la CIA y sobre todo del MI-6 británico habían estado «fabricando» información alarmista sobre Irak. Cinco días antes de que comenzara el ataque aliado, el presidente del Comité de Inteligencia del Senado, ante el que se habían aportado los papeles de Níger, escribió una muy interesante carta al director del FBI, Robert Mueller, pidiéndole que investigara la falsificación.En esa misiva, succionada por la oleada de Conmoción y Espanto que se desencadenó enseguida, el senador por Virginia Occidental Jay Rockefeller -con ese apellido ya te puedes imaginar que no procede de Bandera Roja- afirmaba literalmente: «Existe la posibilidad de que la fabricación de esos documentos pueda ser parte de una campaña más amplia de engaño, encaminada a manipular a la opinión pública y a condicionar nuestra política exterior en relación a Irak».

La reacción oficial cuando El Baradei tiró de la manta fue la misma que la de Hitchcock cuando el fulano preguntón le hace ver que «en las montañas de Adirondack no hay leones». «Si ese asunto está resuelto, pues ese asunto está resuelto», declaró Colin Powell en un programa de televisión, añadiendo que los documentos habían sido facilitados «de buena fe» a los inspectores de la ONU. Total, aunque al taburete NBQ le fallara la pata Nuclear, el McGuffin de las armas de destrucción masiva bien podía seguir sosteniéndose sobre el caballete de lo Químico y lo Bacteriológico.«Si no le gusta el uranio, podemos sustituirlo por diamantes industriales», le dijo Hitchcock al productor de Notorious. Y añadió, aclaratoriamente: «Todo esto no tiene la menor importancia».

III.- Fantasía y ceguera

Probablemente te acordarás, Julio, de que en ese ya histórico Discurso sobre el Estado de la Unión, Bush aseguró que Sadam ocultaba 25.000 litros de ántrax, 38.000 litros de botulina tóxica y 500 toneladas de gas sarín, gas mostaza y gas nervioso. Algo difícil de esconder debajo de la cama, vamos. Aunque los recursos movilizados por la invasión han supuesto multiplicar por mil los 64 millones de dólares y los 200 hombres que Hans Blix tenía como presupuesto y como personal asignado, al cabo de un mes de su llegada a Irak las fuerzas ocupantes no han tenido mejor suerte que el cuerpo de inspectores de la ONU en sus pesquisas por encontrar las armas prohibidas.

Tanto es así que, en plena diáspora vacacional, el Pentágono anunciaba el jueves el envío a Bagdad de una «fuerza especializada» de mil hombres, integrada por científicos, militares, analistas y espías con la única misión de intensificar la búsqueda. Blix, que en febrero ya le sacó los colores a Powell por la inconsistencia de sus «pruebas» basadas en fotos y hasta diagramas sobre plantas secretas y laboratorios móviles, ha reaccionado a la iniciativa con bien poco camuflada suspicacia. En su opinión -concurrente por cierto con la del nada marxista-leninista New York Times-, deberían ser sus inspectores quienes reanudaran la tarea interrumpida por la guerra «porque si son los expertos de los ocupantes los que encuentran algo, su veracidad podría ser puesta en duda».Lo que en román paladino quiere decir que medio mundo pensará que la «fuerza especializada» no habrá ido a Irak a buscar las armas sino a plantarlas.

Blix le da una gran importancia al hecho de que en el momento de entregarse a los aliados, el general Al Saadi, responsable del programa de armamentos del régimen de Sadam, reiterara que el tiempo demostraría que no existe nada de lo denunciado por Estados Unidos: «No veo qué razón iba a tener para mentir a estas alturas». Pero si exprimimos un poco esa lógica elemental que a ti tanto te gusta ejercitar, llegaremos a la conclusión de que, después de lo ocurrido, el mero hallazgo físico de alguna de esas sustancias tampoco significaría demasiado. De hecho en Notorious el uranio en polvo aparece físicamente dentro de una partida de botellas etiquetadas como Gran Reserva. Lo esencial no es que se encuentren pronto, tarde o nunca unos bidones con alguna variedad de matarratas para humanos, sino si el régimen iraquí disponía o no de esa mínima capacidad operativa imprescindible para diseminarlo que, aun cogido todo por los pelos, hubiera podido otorgarle la condición de amenaza para la Humanidad. Y los hechos de estas semanas han sido inapelablemente elocuentes al respecto: si ni siquiera en la situación límite del cataclismo final Sadam ha utilizado esas supuestas armas ocultas, ¿por qué iba a haberlo hecho en circunstancias más desahogadas con la comunidad internacional manteniéndole enfilado?

Según la experta en desarme de la bien poco maoísta Universidad de Michigan Susan Wright, «ésta podría ser la primera guerra de la Historia justificada en gran medida por una fantasía».Todo esto ha sucedido ante los ojos de todos, pero a nadie le gusta aceptar que ha sido víctima de un engaño. Sin embargo, cada día que pasa está más claro que el general Franks ha ido a Irak a lo mismo que Cary Grant a la casa en la que Claude Rains y los demás nazis controlaban el cuerpo y el alma de la chica: a liberar según unos, a conquistar según otros; y largo me lo fiáis para cuando se pueda apreciar la diferencia.

Supongo que te resultará fuerte leer esto y que podrás pensar que de no haber sido por esa «fantasía» tu hijo todavía estaría contigo y con nosotros. Pero, al exponértelo así, yo no estoy haciendo un discurso político para focalizar la cólera que cualquier día sucederá a tu tristeza. Tú me has dicho que participas en las procesiones de la Semana Santa de Córdoba porque representan «un drama y un argumento que siempre siguen vigentes». Pues tan eterno como ese conflicto religioso en el que aflora lo mejor y lo peor de las pasiones humanas, es el compromiso de los periodistas por contar la Historia desde el estribo del peligro. No nos engañemos, Julio. Si esta desgracia que ahora compartimos estaba escrita en el libro del destino, las circunstancias son lo de menos. Habría sucedido en Oriente Próximo o en Centroamérica; en la base operativa de la unidad o en la incursión de los blindados hacia Bagdad; con un misil iraquí o bajo las ráfagas estúpidas del fuego amigo.

Por eso lo que yo quiero decirte es otra cosa, o mejor dicho, se sitúa en otro plano. Fíjate qué trágica ironía, que sea a ti, a ti que por tomarte al pie de la letra la Constitución Española o la Declaración Universal de los Derechos Humanos te han llamado utópico, visionario, soñador, lunático, iluminado y hasta ayatolá necio y ciego, a quien precisamente le toque enterrar a un hijo víctima, como Couso, como todos los demás reporteros, como todos los demás civiles y militares fallecidos en esta guerra, de un hábil truco cinematográfico del último Imperio que se proclama heredero de las Luces. ¿De quién, pues, es la ceguera?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *