El Mediterráneo, Europa y la geopolítica

La Geografía siempre está y la Historia, de una forma u otra, siempre vuelve. Y nuestro Mediterráneo, entre tres continentes, está repleto de demasiada Historia. Y nuestra Europa ¿es capaz de interpretarla, asumirla y actuar en consecuencia en las complejas y difíciles circunstancias actuales?

Una Historia marcada por su ubicación como encrucijada estratégica, desde la noche de los tiempos. Y como campo de batalla entre potencias que buscaban su hegemonía en los territorios circundantes, en Europa, el Norte de África o el Asia Menor. Desde los persas y los griegos en Salamina, el Imperio Romano y su Mare Nostrum, la batalla de Lepanto entre la Liga Santa y los otomanos, o la batalla de Trafalgar que dio el triunfo a los británicos contra la coalición franco-española.

El Mediterráneo ha sido siempre un mar estratégico y su dominio aseguraba la supremacía. Desde las posesiones de la Corona de Aragón y de la Corona española, al rosario de colonias británica y, por supuesto, la presencia de la Sexta Flota de Estados Unidos durante la Guerra Fría, como dique de contención ante el expansionismo soviético desde el mar Negro y sus aliados en Oriente Medio y el Norte de África.

Un mar tan estratégico como el Caribe para los norteamericanos o, claramente, el mar del Sur para China. De ahí su creciente agresividad en sus reivindicaciones territoriales, claves para garantizar el paso por el Estrecho de Malaca, auténtico nuevo centro de gravedad del planeta, y para asegurar su hegemonía en el continente asiático frente a Estados Unidos. Veremos crecientes tensiones militares entre las dos grandes potencias globales del mundo que, sin llegar a caer en la famosa Trampa de Tucídides, marcarán buena parte de su confrontación en todos los ámbitos.

Este desplazamiento del centro de gravedad global aleja parcialmente al Mediterráneo de los intereses vitales de Estados Unidos y de China. Obviamente con matices. Para China, el control de intereses portuarios en el Mediterráneo, desde El Pireo a diversos puertos en Italia, Portugal o en nuestro propio país, forma parte de su estrategia marítima de la nueva Ruta de la Seda. Y para Estados Unidos, cada vez más replegado de Europa y de Oriente Medio, las bases de Rota y Morón, la contención de Irán y de Rusia o la protección de Israel siguen siendo prioridades estratégicas.

En cualquier caso, la seguridad del Mediterráneo es un tema esencial para la política exterior europea. Y saber lo que nos estamos jugando, tanto en el Este como en el Sur. En el Este, la conjunción de la creciente agresividad rusa y la nueva política exterior de Turquía pueden llevar, si se consolida su alianza reciente, al control total del Mar Negro, dificultando aún más la salida al Mediterráneo de Ucrania y de Georgia y haciendo del Bósforo un paso obligado no necesariamente amistoso para Rumanía y Bulgaria.

Por ello, el creciente distanciamiento de la OTAN por parte de Turquía (incluida la reciente compra de misiles rusos) y la política neo-otomana del presidente Erdogan, es especialmente preocupante. Esa alianza con Rusia, superando su histórico enfrentamiento por el control del Cáucaso y de Asia Central (con enfrentamientos militares incluidos), ha llevado a un acuerdo en la propia Siria, consolidando la victoria del régimen sirio a cambio del control turco sobre parte del norte kurdo sirio. En consecuencia, Siria (con bases rusas en su suelo, incluida la base naval de Tartús) y el Líbano posibilitan el acceso directo de rusos e iraníes al Mediterráneo en el flanco oriental. Nada tranquilizador para Europa.

Y en el sur, la situación no puede ser más inquietante, con la Dictadura militar egipcia, la guerra en Libia, la fragilidad tunecina, o la incertidumbre e inestabilidad en Argelia. Toda la ribera sur, salvo Marruecos, cuya estabilidad pasa por la Monarquía alauí que goza de un fuerte apoyo occidental y, en particular de la UE.

Aparte del apoyo que merece Túnez (única experiencia realmente democratizadora y liberal surgida de las mal llamadas «primaveras árabes»), con claros enemigos internos y externos, la situación en Libia y Argelia requiere una especial atención.

En Libia estamos asistiendo a una ofensiva de la principal fuerza militar y política, con sede en Tobruk y que domina la mayor parte del territorio, incluida Benghasi, comandada por el mariscal Jalifa Haftar. Cuenta con apoyo de Rusia, Arabia Saudí, Egipto y los Emiratos, para conquistar la capital, Trípoli, en contra del Gobierno reconocido por Naciones Unidas, y de milicias islamistas apoyadas por Qatar y Turquía. Es una pugna entre el poder legítimado internacionalmente y el poder real y efectivo y que, presumiblemente, consagrará la figura de Haftar en un enésimo esfuerzo de negociación para acabar con la guerra. Haftar es manifiestamente contrario al islamismo político (y por ello recibe el apoyo explícito de Francia, lo que ha provocado serias diferencias con Italia, antigua potencia colonial), pero sus conexiones internacionales permiten difícilmente pensar en un aliado leal y fiable a medio y largo plazo. La UE sigue apoyando formalmente al Gobierno de Trípoli, aunque su preocupación básica es, más allá del aprovisionamiento energético, el carácter de trampolín para la mayor parte de la inmigración ilegal procedente del Sahel y del África subsahariana y que constituye un enorme problema para la UE y, en particular, para Italia, Malta y Grecia. De nuevo, la incapacidad europea para articular una política común se pone dramáticamente de manifiesto.

Y a todo ello cabe añadir la nueva situación en Argelia con la caída de Buteflika y de su «clan», abandonados por unas Fuerzas Armadas (y los Servicios de Inteligencia) que pretenden controlar el proceso frente a las crecientes y masivas movilizaciones populares, como una segunda expresión de una nueva primavera árabe, cuyos resultados son, hoy por hoy, absolutamente inciertos. Y, nuevamente, una UE paralizada, con una Comisión en fase terminal y un Consejo dividido y pendiente de las elecciones del próximo 26 de mayo.El Mediterráneo, pues, recobra espectacularmente su lugar estratégico de antaño. Pero la pregunta es clara: ¿dispone Europa de una estrategia al respecto?Lamento muchísimo decir que la respuesta es, tristemente, negativa.

Josep Piqué es ex ministro de Asuntos Exteriores y autor de El mundo que nos viene.

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