El mejor momento para un impuesto al carbono

Estas últimas décadas, el precio del petróleo tuvo amplias variaciones (entre 10 y 140 dólares el barril), que suponen un problema para productores y consumidores por igual. Pero para los gobiernos, estas fluctuaciones son una oportunidad de promover importantes objetivos mundiales (reflejados en los Objetivos de Desarrollo Sostenible aprobados en septiembre y en el acuerdo sobre el clima alcanzado en París en diciembre) para mitigar el cambio climático y crear una economía más sostenible.

Las recientes fluctuaciones del precio del petróleo se parecen al modelo de telaraña clásico de la teoría microeconómica. El encarecimiento del petróleo alienta un aumento de la inversión en su producción. Pero por el gran retardo que se da entre la exploración y la explotación, para cuando la nueva capacidad productiva está lista, ya hubo sustitución, y ocurre a menudo que la demanda ya no justifica la oferta disponible. En ese momento, el precio cae, y con él la exploración y la inversión (incluida la destinada a buscar sustitutos del petróleo). Llegado el tiempo de una nueva escasez, el precio vuelve a subir y el ciclo se repite.

Esta oscilación no se detendrá, pero hay otros factores (como el descenso sostenido del costo de la energía renovable y la adopción de procesos de producción con menos consumo de energía) que implican que probablemente su amplitud será menor. De todos modos, un futuro encarecimiento del petróleo es inevitable.

En estas condiciones, los bajísimos precios actuales (que en lo que va del año han llegado a estar por momentos a menos de 35 dólares el barril) crean una oportunidad única para implementar un impuesto variable a la emisión de carbono (algo que uno de los autores viene recomendando hace más de un año). La idea es sencilla: un impuesto que disminuya gradualmente conforme aumente el precio del petróleo y viceversa.

Con un ajuste de la variación asimétrico (que el aumento al bajar el precio sea mayor que la disminución al subir), el sistema elevaría gradualmente el impuesto general al carbono conforme vaya siguiendo su patrón anticíclico. Ese aumento incremental es lo que piden la mayoría de los modelos para el control del cambio climático.

Hagamos una suposición. Imaginemos que en diciembre de 2014, las autoridades hubieran aprobado un impuesto de 100 dólares por tonelada métrica de carbono (equivalente a un impuesto de 27 dólares al CO2). Para los automovilistas estadounidenses, el impacto inmediato del nuevo impuesto (suponiendo que el costo se trasladara por entero a los consumidores) hubiera sido un aumento de 0,24 dólares en el precio nacional promedio del galón de gasolina (de 2,23 a 2,47), todavía muy por debajo de los máximos de 2007 y 2008.

Si a partir de allí, con cada aumento de cinco dólares en el precio del petróleo se hubiera aplicado una rebaja de 30 dólares por tonelada al impuesto al carbono, y con cada caída de cinco dólares, un aumento de 45 dólares por tonelada, el resultado sería una diferencia de 0,91 dólares entre el precio estándar de mercado y el precio real al consumidor con impuestos del mes pasado (véase el gráfico). Dicho aumento hubiera elevado sustancialmente el impuesto al carbono, lo que daría a los gobiernos ingresos (que hoy serían de hasta 375 dólares por tonelada de carbono) con que satisfacer prioridades fiscales, y al mismo tiempo amortiguaría el abaratamiento de la gasolina causado por la abrupta caída del precio del crudo. Un valor de 375 dólares por tonelada es muy alto (reflejo del precio particularmente bajo del petróleo en la actualidad), pero incluso menos que eso (entre 150 y 250 por tonelada) bastaría para cumplir los objetivos de la comunidad internacional referidos al clima, a lo largo de la próxima década.

El mejor momento para un impuesto al carbonoEste método permitiría a las autoridades usar el mercado como ayuda para independizar a sus economías de los combustibles fósiles y redistribuiría excedente (ganancias) de los productores de petróleo hacia las arcas de los países importadores, sin que los consumidores sufrieran un aumento de costo súbito o demasiado grande. De hecho, la estabilización de esos costos resultante provocaría importantes beneficios.

La clave para que esta estrategia sea políticamente viable es iniciarla mientras los precios están muy bajos. Una vez implementada, se convertirá en un componente más del esquema de precio de la gasolina (y otros productos), poco apreciable y sin costo político, pero con amplios beneficios. Parte de la recaudación podría devolverse a la población en la forma de rebajas de impuestos o financiación para investigación.

Pero a pesar de los beneficios obvios de un impuesto variable al carbono, ningún país aprovechó el abaratamiento actual del petróleo para elevar el costo de emisión de carbono, en esta u otras formas similares (aunque el llamado del presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, a que se apruebe un impuesto al petróleo indica que es consciente de la ocasión creada por la situación actual). Es hora de que eso cambie. Una oportunidad como esta de implementar una política para promover objetivos nacionales e internacionales, que es a la vez razonable, flexible, moderada y eficaz, no se da todos los días. Las autoridades deben aprovecharla mientras dura. El momento para aplicar un impuesto variable anticíclico al carbono es este.

Kemal Derviş, former Minister of Economic Affairs of Turkey and former Administrator for the United Nations Development Program (UNDP), is a vice president of the Brookings Institution.
Karim Foda is a research analyst at the Brookings Institution.
Traducción: Esteban Flamini

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *