El Mercado Central

Transcurre el año 1885 en la capital aragonesa. El arquitecto Félix Navarro, en su etapa más madura, recibe el encargo de diseñar el espacio donde se ubicará el nuevo y moderno mercado de la ciudad. El proyecto es ambicioso y complejo; no será hasta 1903 cuando se concluya la obra. La Zaragoza de entre siglos ve cómo aumenta su población y cómo cambian las necesidades de sus ciudadanos, así como las formas de relación. La entonces plaza del Justicia albergaba el mercado semanal, donde los comercios de los soportales salían a la calle y en el centro se ubicaban puestos ambulantes. La creciente demanda de productos y el aumento de población hacían poco salubre la solución existente.

Se propone un nuevo edificio, con una nueva imagen, tanto arquitectónica como ingenieril, tantas veces reñidas. Se resuelve un programa funcional que solucione las necesidades de abastecimiento de productos de primera necesidad para una sociedad cambiante (de un mundo rural a uno industrializado), primando la higienización del espacio y la salubridad, con especial preocupación por una correcta iluminación y una eficiente ventilación.

Además, el edificio se presentará como la nueva imagen de la ciudad, en la que los vecinos se vean reflejados. Las soluciones y avances técnicos, basados en la nueva arquitectura del hierro, resuelven el interior, la distribución, el programa... La representatividad se reserva para las fachadas principales, para los accesos, tanto frontales como laterales, llenos de simbolismo y resueltos a modo de arcos de triunfo; un espacio donde zaragozanas y zaragozanos se sientan orgullosos de su ciudad, una ciudad contemporánea, cosmopolita, europea.

Hasta nuestros días, el Mercado Central permanece impasible, conservando durante más de un siglo la misma actividad para la cual fue concebido. Una tímida reforma, en 1986, y una polémica ordenación urbana y propuesta de demolición, que obtuvo una firme oposición por un sector crítico de la sociedad e intelectuales de la Zaragoza de la época, han ayudado a la conservación de este bello ejemplo del patrimonio del hierro de la ciudad. En sus orígenes, el Mercado Central daba respuesta a las necesidades de una sociedad y era reflejo de la misma. Además del edificio, la propuesta planteaba una ordenación urbana de las inmediaciones, que se llevaría a cabo tímidamente. En este tiempo, las formas de relación, de transporte y hasta el comercio tradicional han cambiado. Aunque sigamos llegando a la puerta del Mercado en tranvía, las prestaciones son muy distintas. Así como el consumo de productos. ¿Se puede generar ciudad desde un edificio histórico y patrimonial? ¿Cuáles son los usos que queremos para nuestra ciudad? ¿Quiénes son los agentes que deben decidirlo? Seguro que cada uno tenemos una opinión forjada al respecto. Y no nos referimos al hierro.

En nuestra opinión, el Mercado Central pertenece al barrio y la participación de sus vecinos en la definición de las líneas de actuación sobre el edificio es fundamental, así como la de los comerciantes que en él ejercen su labor diaria. Pero su entidad es tal que su escala de pertenencia se extiende a toda la ciudad, e incluso a la provincia, por lo que la intervención no debería dejar pasar la oportunidad de reafirmarlo como mercado de referencia con el que todos los zaragozanos se sientan identificados. Así, la reflexión esencial para diseñar su adecuación es definir cuáles son las necesidades de la actual sociedad zaragozana y qué debería ofrecer su mercado de referencia, tanto a nivel de exigencias espaciales y de infraestructura, que han evolucionado de forma significativa, como de los productos que en él se ofrezcan, que entendemos básico que sean de cercanía y de calidad, y así convertirse en la principal plataforma de comercialización de la producción agropecuaria de la región. Reflexión que se realiza desde el convencimiento de que su uso principal debe seguir siendo el de mercado, al margen de que se pueda incorporar, de forma complementaria, un programa turístico y de restauración, que tanto se demanda en este tipo de edificios en los últimos años. Siempre sin dejarnos arrastrar por la tendencia de reconvertir estos espacios arquitectónicos privilegiados en contenedores de un comercio exclusivo y excluyente, como ha ocurrido en el Mercado de San Miguel madrileño o en el valenciano de Colón, intentando imitar la turística imagen de la Boquería barcelonesa.

Beatriz Martín Domínguez y Juan Villarroya Gaudó son profesores de la Escuela Universitaria Politécnica de La Almunia (Eupla)

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