El mercado no nos salvará

Por Giovanni Sartori es filósofo y politólogo italiano, autor de obras tan influyentes como Homo videns o Teoría de la democracia. Este año ha recibido el Premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales (EL MUNDO, 04/09/05):

El terrible huracán que ha destruido Nueva Orleans ha arrasado también las plataformas de extracción de petróleo del Golfo de México, haciendo subir su precio a 70 dólares. Pero ya había llegado a los 65-67, desde los 25-30 dólares de los años pasados.Ya en agosto recordaba que la señal de alarma sobre los costes y sobre la escasez del petróleo en bruto sonó hace 25 años (si no incluso en 1973) y que, desde entonces, no se hizo nada, casi nada, para ponerle coto.¿Por qué? ¿Somos tan estúpidos y tan miopes? No se equivoca nada el que conteste que lo somos. Pero esta miopía y este permanecer de brazos cruzados se justifican con una coartada: el mercado.

Es el mercado -se nos explica de la mañana a la noche- el que con sus automatismos lo prevé todo. Y mucho cuidado con que intervenga nuestra mano visible. Hay que dejar actuar sola a la mano invisible, es decir a San Mercado (o, para los laicos, a Su Majestad el Mercado).

Hace unos meses, el diario The Economist concedía todo el crédito del mundo a un ensayo de dos americanos que se titula Muerte del ecologismo, cuya tesis es que un ecologismo anticuado (en sus conceptos y en sus métodos) está siendo relanzado, de hecho, por el mercado y por el optimismo reinante. Sí, por el optimismo.«Piensen -escriben los autores- que Martin Luther King, en vez de decir «tengo un sueño», hubiese dicho «tengo una pesadilla». Lo pienso y lo repienso y no consigo entenderlo.

También yo (como ecologista) sueño con salvar el medio ambiente; y es lo justo, porque me siento presa de la pesadilla de verlo destruido. El sueño no sustituye a la pesadilla; la presupone.

Estupidez optimista aparte, el asunto radica en saber qué es lo que puede hacer el mercado en este tema. Está claro que la competencia del mercado es un instrumento insustituible para la determinación de los costes y de los precios. Sin mercado (véase la planificación soviética), un sistema económico se torna antieconómico. Dicho esto, Su Majestad el Mercado no es un mecanismo salvavidas o salvador.

El caso del petróleo es ejemplar. Hoy por hoy el petróleo proporciona el 70% de la energía utilizada en los medios de transporte. Pregunta: ¿Son sustituibles la gasolina y el diésel derivados del petróleo? La respuesta es que sí, pero en pequeñas dosis. Son sustituibles por el etanol y equivalentes extraídos de las plantas azucareras (e incluso del girasol, del maíz y de la remolacha). Productos todos ellos por los que hay que pagar un precio ulterior para limpiarlos.

En la actualidad, el único país que produce aceite comestible y gasolina de los vegetales es Brasil. Fuera de Brasil, nada.Nada, porque el mercado así lo decreta, porque a los precios de ayer el petróleo salía más barato. ¿Y a los precios de hoy o, lo que es peor todavía, a los de mañana? A este efecto San Mercado nos deja peligrosamente en tierra. El problema es que el mercado ve a plazo corto, no tiene perspectiva, lo cual lo hace inepto, y contraproducente, a la hora de hacer frente al futuro. El mercado tiene, además, otras limitaciones.

Pero, siguiendo con el tema, la idea de confiar nuestras esperanzas -el sueño de los estúpidos que citaba antes- a un análisis de los costes y beneficios del mercado es realmente una idea peregrina. Porque el mercado no calcula ni sabe calcular el daño ecológico. Si corto árboles, el mercado sólo contabiliza el coste de cortarlos, no el daño producido por la tala indiscriminada de los bosques.

Si recalentamos la atmósfera, el mercado registra, insensato que es él, sólo un boom de los aparatos de aire acondicionado. Por todo ello, que Dios nos libre de San Mercado. Nuestro planeta se salvará «a costes de mercado». Y habrá que salvarlo cueste lo que cueste.