El meretricio de la democracia

Hace muy poco, Hugo Chávez anunciaba que la refundada República Bolivariana de Venezuela comenzaría a desarrollar un programa nuclear propio, en principio con fines pacíficos. Argentina y Brasil ya los tienen. Venezuela posee unos sustanciosos yacimientos de uranio en su región de la Guayana, al sur del Oricono. De lo que no dispone Hugo Chávez es de tecnología para el enriquecimiento de uranio, pero Irán sí.

Actualmente, Venezuela es Hugo Chávez. Si se hubiera aprobado la reforma constitucional del 2 de diciembre lo sería todavía más. Por fortuna, la población bolivariana no está tan anestesiada y anulada como la rusa. No obstante, no se dejen engañar, porque el poder del presidente venezolano todavía es absolutista. La reforma habría representado una pirueta adicional sobre la reescritura de la Constitución que ya realizó Hugo Chávez nada más asumir la presidencia en 1999. El propósito declarado de la cirugía plástica constitucional es convertir Venezuela en una república socialista e indígena, terminología de márketing político que se traduce en que el Estado en sus diversas variantes y formas toma el control de todo. El trasfondo de este golpe de mano es que el control del Estado sólo tenga, a su vez, otro control, la voluntad del presidente de la República. Así las cosas, presumo que Venezuela continúa siendo lo que diga Chávez.

Tal vez sea por casualidad, pero todos los candidatos populistas que últimamente han desembarcado a través de las urnas sobre el timón de diversos de los Estados de Latinoamérica, desde Ecuador a Bolivia, desde Nicaragua a Venezuela, han aplicado su bisturí revolucionario siempre en dos sentidos. Antes o después, en uno u otro orden de prelación, esas dos incisiones de cirugía remodelativa siempre han venido siendo nacionalizar los recursos, los energéticos y financieros con preferencia, y poner las nacionalizaciones bajo el control del proclamado presidente de la república. Los martillazos instrumentales para lograr el resultado más conveniente de ambas intervenciones de cirugía de precisión han sido aplicar en paralelo el cincel sobre cualquier expresión opositora, en el legislativo, en el ejecutivo y en el judicial, en los medios de comunicación, en la empresa y en la sociedad civil.

La profundidad legislativa y el intuitivo calado político de la refundación chavista quedan paradigmáticamente simbolizados en que la ciudad de Caracas hubiera acabado denominándose, según la nueva Constitución, 'Cuna de Bolívar y Reina del Guaraira Repano'. Ingeniería semántica para activar emocionalmente a la población desviando su maltrecha atención de las verdaderas intenciones de la reforma. La administración de referendos anestésicos sobre la población para introducir el totalitarismo ya fue inventada por Adolfo Hitler y el entierro de la libertad (de empresa, de expresión, de pensamiento) bajo la 'manu militari' de un caudillo apellidado de socialista, aplicado por Stalin. Es como si réplicas de los nefastos terremotos totalitarios de la Europa del siglo pasado estuvieran manifestando sus perfiles sísmicos ahora en Latinoamérica. La consigna es prostituir la democracia para valerse de ella. Y con ese objeto, valerse del descontento de grandes grupos de población ignorantes, de derechos marginados y usurpados durante décadas por elites descendientes de europeos en esos mismos países que ahora pretenden salvarse de sí mismos asfixiando a la democracia bajo el peso de la semántica populista.

Lo que ocurre ahora en algunos países de Latinoamérica es la trágica representación de la incesante lucha del ser humano por escapar de tentaciones liberticidas, de intentos de dominar al otro. La democracia la practicaron ya en Grecia, no es un descubrimiento moderno, pero desde entonces son permanentes los conatos de someterla. Las constantes históricas en los atentados sufridos por la democracia desde los griegos han sido la existencia de un visionario que creía que el resto de la población tenía que ser conducida sin tener en cuenta la voluntad popular (todo para el pueblo pero sin el pueblo); la articulación de grupos de interés parásito que apoyaban a ese visionario a fin de obtener un beneficio coyuntural a costa del destrozo colectivo que fuera menester; y la apelación a ideologías míticas o religiones como disfraz para las operaciones de saqueo y desafuero de la voluntad popular. Y luego, mucha literatura y verborrea para disfrazar otro ejercicio más de totalitarismo.

Tengo mis dudas sobre que realmente Chávez quiera impulsar un programa nuclear real, aunque ninguna sobre su alianza con la nuclearización de Irán. En la nueva realidad geopolítica global, el recurso al armamento nuclear está convirtiéndose en el ansiado carné de baile del que tanto Estados fallidos como emergentes quieren dotarse para dibujarse como un punto atómico en el mapa de la multipolaridad global. Todo a costa de la seguridad de poblaciones ignoradas, engañadas y empobrecidas para que caudillos totalitarios puedan sostener su absolutismo, como en Pakistán, sentados sobre una bomba.

La democracia no consiste en votar cada cuatro o siete años. La esencia democrática son los derechos individuales, la seguridad jurídica y, sobre todo, la división de poderes en un esquema de control compartido de las esferas públicas. Nada de eso habría en Venezuela con un presidente que es jefe de Estado y de gobierno, comandante supremo de la fuerzas armadas, jefe de la Administración, autoridad monetaria, conductor de la televisión, máximo responsable petrolero, banquero jefe y, si le animamos, vigilante de la playa. Todo, en un país con la oposición perseguida y mutilada, el Parlamento privado de diversidad, y los medios de comunicación censurados. Por eso se le llama dictador, no únicamente por perpetuarse en el poder a través de una Constitución amañada.

El control de los recursos energéticos y la nuclearización estarían en la base de los nuevos sistemas políticos emanados del fin de la Guerra Fría en donde Estados sin cultura democrática, como Rusia, tienen que reposicionarse en escenarios geopolíticos donde las divisiones de bloques han perdido valor. Ahora, como si los Estados fueran empresas, el objetivo es ubicarse geoeconómicamente. Ahí, en el nuevo tablero, existen dos fuerzas verticales, la energética y la militar, y dos horizontales, la nuclear y la económica, para que cada país pueda jugar sus ventajas diferenciales. Las dos primeras están atravesadas por las dos segundas. La nuclearización tiene que ver con la energía y, si se extienden las capacidades de enriquecimiento de uranio, con la militar. La inteligencia económica la simboliza la Francia de Sarkozy, primera en situar al presidente de la República como presidente-director general del Estado, que viaja para cerrar contratos y anclar estratégicamente a sus empresas. Incluso podríamos decir que quien mejor ha entendido la nueva matriz cuadrangular global (nuclear, militar, economía y energía) es Francia, aunque no sea un productor energético ni un contribuyente militar neto a la OTAN. Este último aspecto cambiará y, sobre la energía, son visibles sus intentos de aprovechar su primacía estratégica en el Magreb. La nueva partida de ajedrez será entre viejas democracias y dictaduras energéticas de influencia global. De momento, Venezuela está en el grupo de las 'democracy killers'.

Andrés Montero Gómez