El método de Ségolène Royal

Al principio, nos sorprendió. Estábamos acostumbrados a campañas presidenciales centradas en unos programas definidos previamente por un acuerdo entre el candidato y el partido que le apoya. Es lo que había hecho Nicolas Sarkozy. Es lo que no quiso hacer Ségolène Royal. Fiel a la imagen que pretendía dar, de una práctica de la política basada en la participación democrática de los ciudadanos, prefirió lanzar amplios debates "participativos" (más de 6.000 en toda Francia) en los que pudiera expresarse la palabra ciudadana, en los que pudieran tenerse en cuenta los temores, las recriminaciones, las rebeliones y las propuestas. Los debates se organizaban a propósito de temas concretos (educación, empleo, jubilaciones, vivienda, sanidad, la mezcla de nuestra sociedad, juventud, seguridad, etcétera) y en cada ocasión estaba presente la candidata o algún otro dirigente, que escuchaba los deseos de los ciudadanos y prometía integrarlos dentro de un programa coherente. Se celebraron miles de reuniones así en todo el territorio nacional y en ellas vimos a gente de todo tipo hablar, proponer y reafirmar su condición de ciudadanos. En esa primera fase observamos a una Francia anónima e indignada que decía cosas que se callan a diario en los medios, denunciaba sufrimientos que la indiferencia habitual oculta, proponía soluciones en las que los políticos y los tecnócratas no piensan nunca. Mientras tanto, los medios de comunicación, acostumbrados a las campañas tradicionales, hablaban del programa de Nicolas Sarkozy, se quejaban de la lentitud de la campaña de Ségolène, reclamaban confrontaciones públicas, reprochaban a la candidata que no tuviera un programa.

Los sondeos confirmaban el análisis de los medios: Sarkozy subía, Ségolène bajaba. Pero la candidata no se inmutaba, ni siquiera ante los dirigentes del Partido Socialista. Dijo que anunciaría sus propuestas el 11 de febrero. Y no cambió de estrategia, pese a los sondeos y pese a un candidato de la derecha que no paraba de moverse en los medios. En las reuniones del estado mayor de la campaña, todos los martes por la noche, se notaba la impaciencia: había pataleos, todos querían "entrar en combate". Pero ella repetía, serena y sonriente: "No voy a moverme".

El programa se ha elaborado en las tres últimas semanas, con la contribución de varios asesores. Después, un grupo de arbitraje ha propuesto una versión coherente que ha servido de base para tomar, junto con el primer secretario del Partido Socialista, François Hollande, una decisión definitiva.

Este programa es una síntesis entre las principales propuestas surgidas de los debates participativos y el proyecto global del Partido Socialista. Se han introducido asuntos nuevos, se han presentado nuevas formulaciones y se han concretado propuestas. La candidata lo detalló el 11 de febrero, ante más de 20.000 personas (la víspera, en el comité de campaña, se preveía que hubiera alrededor de 9.000), a las afueras de París. El entusiasmo alcanzó su apogeo. Ségolène, que había cometido muchos errores, que daba una impresión de cierta inmadurez sobre asuntos complejos de política internacional, sorprendió a todo el mundo. Su discurso, lírico y riguroso, lleno de propuestas concretas pero abiertas a la adaptación, firme y solidario, emocionante y humanista, transmitió no la voz tecnocrática del Estado, sino la pasión rigurosa de una candidata decidida a ganar.

El proyecto. O, como dice Royal, "el pacto presidencial", que califica de "pacto de honor" con el pueblo francés, y que es, siempre según ella, más que un pacto, una visión del mundo. Incluye 100 propuestas repartidas en torno a una serie de grandes ejes.

Como es natural, la derecha se ha apresurado a criticar sus cifras. ¿Cuánto costará? 35.000 millones, responde el grupo de especialistas presupuestarios de Ségolène Royal; es decir, más o menos lo mismo que el proyecto del candidato de la derecha.

Un 42 % para investigación, universidad y desarrollo duradero; 30 % para servicios públicos, prevención, ciudadanía y solidaridad con los países en vías de desarrollo; 28 % para sostener el poder adquisitivo, el empleo, las políticas sociales y la solidaridad. Es decir, un presupuesto social, centrado en el trabajo, la investigación e innovación y la solidaridad. Sarkozy ofrece otra visión, que hace más hincapié en la competencia, la bajada de impuestos, la reducción masiva del impuesto sobre las grandes fortunas, la financiación de las empresas, el relanzamiento del empleo mediante la flexibilización y la desregulación del mercado de tra-bajo, la disminución del número de funcionarios (¡que pretende reducir a la mitad!), la privatización progresiva de los servicios públicos... Dos concepciones opuestas. Dos mundos.

Mientras tanto, esta pelea de las "cifras" se ha cobrado una víctima, el secretario nacional responsable del tema en el Partido Socialista, Eric Besson, que no logró que le autorizaran a publicar sus cuentas porque Ségolène se niega a entrar en esta disputa. Lo que le interesa a la candidata es el concepto general del programa, puesto que sabe que es imposible la concreción sobre una legislatura que debe durar cinco años. Eric Besson ha dimitido y se ha marchado del partido.

No es una historia anecdótica, sino que revela una crisis real en el interior del Partido Socialista. Porque hay que dejar claro que el PS es un mosaico de reinos de taifas, en el que los clanes, las tendencias y las alianzas dependen de los feudos locales y de dirigentes que, muchas veces, confunden el interés del partido con sus pequeñas influencias personales.

Algunos no han digerido la victoria de Ségolène y, aunque en su mayoría, de buen o mal grado, se han decidido a entrar en la batalla, otros no ocultan en privado su disconformidad con el método escogido por ella. Le reprochan que se comporte como una aficionada frente a la formidable maquinaria profesional de Sarkozy y, sobre todo, que no haya comprendido que no podía prescindir de los elefantes del partido para ganar. Es cierto que Ségolène ha creado un doble comité de campaña: uno formado por sus consejeros y amigos más próximos, situado fuera de los locales del partido, y otro compuesto por los dirigentes nacionales del Partido Socialista y otros partidos aliados, que se reúne para definir las grandes orientaciones estratégicas de la campaña. Los vínculos entre las dos estructuras están poco definidos, falta una coherencia general y los periodistas tienen la sensación legítima de que existe cierta anarquía en la dirección de la batalla. Esta situación ha provocado graves tensiones, hasta el punto de que Ségolène ha tenido que revisar su organigrama. El 22 de febrero hizo público un comité de campaña en el que se agrupan todas las tendencias del partido y cada uno tiene ya unas atribuciones concretas. Por supuesto, la derecha utiliza todas estas disensiones en provecho propio.

Ahora comienza una situación nueva: el choque entre dos proyectos, el de la derecha y el de la izquierda. En esta segunda fase de la campaña, Ségolène intentará concretar sus propuestas y, sobre todo, intervendrá mucho más en los medios. Se expondrá ante el público. En cuanto a los dirigentes y los militantes, ya tienen a su disposición un programa, de modo que pueden bajar al ruedo. Ségolène no quiere perder la ventaja obtenida sobre el terreno gracias a los debates participativos ciudadanos. Por eso ha pedido al Partido Socialista y sus aliados que organicen más de 5.000 debates antes de la primera vuelta de las elecciones (22 de abril), para discutir las 100 propuestas.

Ésa es su forma de hacer política. Y eso es lo importante. El hecho de que dejara que, entre la tercera semana de enero y el 11 de febrero, Nicolas Sarkozy desarrollase su programa mientras ella seguía escuchando a los ciudadanos, ha creado un bache, una duda en el electorado, que los medios sectarios se han complacido en transmitir y aumentar. Pero esa situación no es diferente de la que también vivió Nicolas Sarkozy entre finales de noviembre y finales de diciembre de 2006, periodo en el que no dejó de bajar en las encuestas. En realidad, es algo que tiene que ver con los ciclos mediáticos, cuyas causas y cuya evolución son difíciles de valorar. Desde que Ségolène apareció, el lunes 19 de febrero, en un destacado programa de televisión, en el que tuvo una excelente actuación tanto mediática como política -mejor que la de Sarkozy-, los vientos vuelven a soplar a su favor. La afluencia de gente a sus mítines refuerza la impresión de que está levantando grandes expectativas.

Lo que es innegable es que, independientemente del análisis que hagan unos y otros sobre este método y sus resultados, aquí se ha puesto en marcha una nueva manera de construir el vínculo social. Contra la política-mercancía, contra el discurso autista de los partidos frente a los ciudadanos, aquí está el esbozo de otra concepción de la política en una sociedad de vieja tradición democrática. Ségolène no deja de referirse en todos sus discursos a la Nación, una e indivisible, a la República laica y solidaria, a Francia como encarnación de lo Universal. Son referencias que gustan a los franceses. ¿Pero tendrán el poder de convocatoria que necesita para ganar? Tiene varias semanas para convencer, y todavía no hay nada decidido.

Sami Naïr, profesor invitado en la Universidad Carlos III. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.