El MHC, un museo del odio

No hace mucho, paseando por la ciudad de Amberes, una ciudad bellísima que por varios siglos estuvo unida a España, entré en una librería. La dependienta era una joven agraciada. Me dirigí a ella en francés. «Aquí no se habla francés», me respondió. Sorprendido le dije: «¿Esto no es Bélgica?». «Sí lo es, pero esto es Flandes», continuó ella en inglés, lengua en la que siguió esta breve conversación marxiana. «¿No hay libros en francés?», añadí.

–No, ¿por qué debería haberlos?

– ¿No es el francés una de las lenguas oficiales en Bélgica? –, seguí yo ingenuamente.

– De Bélgica sí, pero esto es Flandes.

Me acompañó amablemente por el copioso recinto donde había libros en flamenco-neerlandés, inglés, alemán e, incluso, en español. Salí del local, por supuesto, sin comprar nada. Solo el sectarismo y el fanatismo son capaces de arruinar un buen negocio. Esta situación no creo que se pueda reproducir hoy en Barcelona a pesar de los ataques contra su segundo propio idioma, pero quién sabe. Barcelona sigue siendo la capital de la industria del libro en español en el mundo, seguida muy de cerca por Madrid. Libreros catalanes, mallorquines o valencianos me han enseñado cartas oficiales o comentado insinuaciones para que tradujeran al catalán o rebautizaran los nombres de sus establecimientos. También que la presencia de libros en esta lengua se equiparara con la española, como si los libreros no tuvieran que comer todos los días y pagar los impuestos.El MHC, un museo del odio

En Bélgica, un país muy sui generis, son oficiales tres lenguas: el francés, el flamenco o neerlandés y el alemán. El primero lo hablan unos seis millones de personas, el segundo un millón más y el tercero unas cien mil. También por las calles se escucha mucho el italiano. El inglés allí tiene el mismo rango que en cualquier otra parte del mundo: la lengua franca. ¡Qué maravilla los países plurilingües! Las lenguas no son culpables del mal uso político que se haga de ellas.

Ya he expresado otras veces la humillación que el actual presidente de nuestra nación ha sometido a los españoles, incluidos a los catalanes no separatistas, que son la mayoría. La mesa de diálogo con Cataluña pasará a los anales de nuestra historia como una de las más altas traiciones a la Constitución y al Estado democrático. Ser recibido en Barcelona con los honores que se le rinden a un gobernante extranjero es del todo reprobable. Lo mismo que haberse saltado las leyes y dar la amnistía a quienes a diario repiten que volverán a sublevarse sin mostrar el más mínimo de los arrepentimientos. Pero aún siendo estos asuntos de gravedad extrema y que, sin duda, le van a restar y mucho, votantes, como ya le pasó en Madrid, no me parece lo más alarmante que está pasando en Cataluña desde toda la democracia. Para mí lo peor es la siembra de mentiras, odio, rencor y fanatismo que se inoculan desde las instituciones educativas de esta comunidad. Y los resultados ya los estamos viendo con la violencia presente cotidianamente en las calles. Nazificar y sovietizar a los ciudadanos más jóvenes e indefensos es de una responsabilidad también jurídica. El resto de los españoles estamos hartos de que se nos insulte también en el extranjero a costa de nuestros propios impuestos. ¿Qué han conseguido con las embajadas culturales aparte de gastar ingentes sumas de dinero y colocar a familiares y amigos? ¡Nada! Su propio desprestigio. ¿Cuántas instituciones internacionales han reconocido a Cataluña como independiente? Para el resto de los españoles Cataluña es tan querida y admirada que, como a un hijo malcriado, le permitimos todo.

Pero no sólo colegios, universidades y supuestas asociaciones culturales pagadas por la Generalitat e implantadas en lo que ellos denominan Països Catalans se dedican a esta nefasta evangelización, sino que también hay otras instituciones que llevan a cabo esta labor de una manera más sibilina. Por ejemplo el MHC (Museo de Historia de Cataluña), cuya directora en la actualidad es Margarida Sala i Albareda. Desconozco sus méritos y capacidades profesionales, pero a la vista de sus actuaciones será, al menos, una buena independentista; pero como profesional de la gestión cultural no la contrataría ningún museo del mundo. Este museo totalmente desacreditado se ha convertido en el basurero del procés. Saltándose cualquier norma de gestión de un museo digno, cualquier político independentista puede dejar allí la huella imborrable de su memez. Por ejemplo, el ex presidente Artur Mas ha dejado la pluma con la que firmó la consulta del 9 de noviembre del 2014, inicio de todos los desastres sucesivos. Luego Quim Torra entrega una mugrienta pancarta que le servía de manta en sus noches de angustia. Ambos, y no he visto ninguna protesta de los jubilados catalanes, cobrando pensiones millonarias con total descaro. Y por si estas reliquias no fueran ya pocas, la presidenta del Parlament, Laura Borràs, se inventa una medalla de honor 2021 para dársela a las víctimas «de la represión del 1-O». No a las personas asesinadas en Barcelona por los atentados de ETA o por los yihadistas, sino por estas que no sufrieron ni el más mínimo rasguño, según la propia UE ha reconocido. Esta señora, saltándose todos los protocolos de un museo, se presentó en el MHC para depositar este artilugio. La propia asaltante agradecía a la directora-felpudo el haber abierto las puertas de esta institución para acoger uno de los momentos estelares de la historia de la humanidad. ¡Pobre directora! ¿Qué sucedería en Madrid si el presidente del Gobierno, sus ministros o los presidentes del Parlamento y el Senado se inmiscuyeran en la gestión profesional de El Prado o el Reina Sofía? La señora Sala es un insulto para su gremio. Ella sabe que un museo, cualquier museo, se rige por normas estrictas al margen de la política. Evidentemente eso no pasaba con Mussolini, Hitler o Stalin. Cualquier día, en su delirio patológico, Laura Borràs, emulando a Duchamp, llevará al MHC su propio retrete. Sí, hay que reconocer que el MHC va camino de convertirse en el mejor museo del mundo en instalaciones artísticas.

Hoy, el MHC es el museo del odio, de la infamia, de la mentira y del horror. Un museo como aquellos que hizo Stalin dedicados al ateísmo y al materialismo dialéctico. En estos lugares se adoctrinaba a la juventud soviética como hoy se hace con la catalana. Y ése es un adoctrinamiento vil, porque un museo, cualquier institución cultural, en vez de impartir el odio debería impartir la paz, la comprensión, la solidaridad entre los pueblos. El MHC es un centro de catequesis y agitación. La imagen que desprende de Cataluña es vergonzosa: un país colonizado y sometido, permanentemente, a lo largo de los siglos. Incapaz de conseguir su libertad. Mantener un museo del victimismo es mostrar un complejo de inferioridad que ni Freud ni Lacan podrían curar.

Lo he visitado varias veces, lo conozco bien, y si antes me daba rabia y estupor por la afrenta que se les hacía a los catalanes, qué podría decir ahora. Y los aragoneses deberían conocerlo para comprobar la insultante manera de cómo se les trata. Nunca hubo un reino de Aragón del que dependía Cataluña sino sólo Cataluña y los demás vasallos. Que así se lo expliquen en Nápoles o Palermo. Y qué decir de cómo se cuenta la guerra de Sucesión. ¿Cuándo los ganadores han sido magnánimos con sus enemigos? ¿Lo hubieran sido los Austrias, de haber ganado, con el resto de los territorios que no los apoyaron? Decir que en España se persigue a las gentes por su ideología inhabilita a la directora. La señora Margarida es, simplemente, una mandada. Y, por cierto, ¿dónde están todas esas asociaciones dedicadas a denunciar los delitos de odio? ¿Se han pasado por este museo alguna vez? ¿Y los comités de expertos, historiadores respetables y científicos que deberían analizar todas estas tergiversaciones nocivas? La mentira es una gran artimaña para conseguir un bien propio, pero quizás la directora de este museo acumula ya tantas que es incapaz de recordarlas todas.

Las mesas camillas del diálogo, los indultos, ahora repatriar a Puigdemont en olor de santidad para la misa del diálogo, y otras ingentes tropelías, siendo de una gran gravedad, para mí la tienen menos que esta labor de propaganda, adoctrinamiento y agitación profunda que hacen instituciones como el MHC o la célebre TV3. El Estado ya hace tiempo que ha abandonado a sus ciudadanos en estas comunidades. Abandono es la palabra que más escucho. Yo escribo este artículo no para boicotear la visita a este museo sino, por el contrario, animo a todos los españoles a que lo hagan, así ellos mismos comprobarán cuanto he dicho y muchas más cosas imposibles de narrar. Sánchez, un collaborationniste. Él espera que un día, también, tenga un lugar de honor en este «museo».

César Antonio Molina, ex ministro de Cultura. Acaba de publicar ¡Qué bello será vivir sin cultura! (Editorial Destino).

1 comentario


  1. Magnífico artículo de D. César, que incomodará mucho a sus amigos del PSOE!

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