El miedo a la libertad en Europa del Este

Durante muchos años, el término Europa central estuvo ausente del vocabulario de los norteamericanos. En su lugar se utilizaba una expresión simple: bloque soviético. La adhesión de Polonia, Hungría, la República Checa, Eslovaquia, los estados bálticos y, posteriormente, Bulgaria y Rumanía a la Unión Europea (UE) conlleva un cambio no sólo en la dimensión simbólica del lenguaje sino también en las dimensiones geopolíticas y espirituales. Hemos cambiado el bloque soviético por la Unión Europea, cuya idea tomó forma jurídica por primera vez hace ahora 50 años.

La historia de los polacos en relación con Europa es bastante diferente de la de los franceses, los alemanes, los españoles o los portugueses. En septiembre de 1939 nuestro país se convirtió en víctima de una doble agresión, la del teIII Reich de Hitler en el primer día de ese mes y en la de la Unión Soviética de Stalin en el 17.

En una noche de enero de 1940, los habitantes de la Polonia ocupada tuvieron la posibilidad de oír una alocución de Winston Churchill en sus radios ilegales. «En este conflicto amargo y progresivamente más erizado de dificultades que se extiende ante nosotros» -dijo Churchill-, «estamos decididos a no dejar nada atrás y a no dejarnos superar por nadie en el servicio a la causa común. Vamos a hacer que esas grandes ciudades de Varsovia, de Praga, de Viena, destierren su desesperación incluso en medio de su agonía. Su liberación es segura. Llegará el día en que las campanas de gloria repicarán otra vez a lo largo y ancho de Europa y en el que las naciones victoriosas, dueñas no sólo de sus enemigos sino también de sí mismas, planearán y construirán conforme a la justicia, la tradición y la libertad una casa con muchas habitaciones en la que habrá un lugar para todos».

Para los que durante los años de oposición democrática a la dominación comunista pasamos por el trance de la actividad clandestina y la prisión, este día de gloria llegó hace cuatro años cuando, en un referéndum nacional, los polacos decidieron sumarse a la Unión Europea por una mayoría decisiva. Se había hecho realidad un sueño alimentado durante años y años.

¿Cuál era el contenido de este sueño? Democracia en lugar de dictadura, pluralismo en lugar de monopolio, ley en lugar de ausencia de ley, libertad de prensa en lugar de censura, diversidad en lugar de uniformidad, fronteras abiertas en lugar de alambradas de espino, tolerancia en lugar de una ideología imperante, creatividad en lugar de obediencia ciega, posibilidad de bienestar y desarrollo en lugar de pobreza y atraso; finalmente, y más importante, soñábamos con el derecho del hombre a su dignidad, el final del sometimiento de las personas como propiedad del Estado.

En la época del referéndum de adhesión de Polonia a la UE, hace cuatro años, este sueño resultó convincente para los polacos. Ahora que ya tenemos ese sueño entre las manos, Polonia y otros estados de la Europa del Este han empezado a darle la espalda. De los tres partidos de la coalición de Gobierno que llegó en Polonia al poder en las elecciones de hace un año y medio, el principal de ellos, el Partido de la Ley y la Justicia, estaba dividido en torno al tema de la adhesión de Polonia a la Unión Europea. Los otros dos eran manifiestamente escépticos. La trayectoria de éxitos de estos partidos en el ejercicio del poder es lamentablemente escasa y da vergüenza entrar en detalles.

En lugar de aprovechar la condición de miembro de la Unión Europea para catapultar el país hacia adelante, el Gobierno de coalición de Polonia mira hacia el pasado y da pasos en la misma dirección. En un discurso ante el Parlamento Europeo, un dirigente político de uno de los partidos de la coalición ha elogiado las dictaduras de António Salazar en Portugal y de Francisco Franco en España; ese mismo político ha publicado un panfleto abiertamente antisemita. En plena sequía de verano, un grupo de los legisladores de la coalición hizo un llamamiento al Parlamento para que elevara rogativas a fin de atraer la lluvia. Un grupo similar propuso que el Parlamento declarara rey de Polonia a Jesucristo. Los obispos polacos criticaron con dureza este acto peculiar de devoción.

La idea más reciente de la coalición gobernante en Polonia es «el lustre», que quiere decir la búsqueda y, en último término, la depuración de la vida pública de todas aquellas personas de las que se descubra que fueron colaboradores secretos de los servicios de seguridad entre 1944 y 1990. Las averiguaciones van a prolongarse nada menos que durante 17 años y van a afectar a unas 700.000 personas aproximadamente, entre ellas, juristas, directores de bancos, miembros de consejos, funcionarios civiles, investigadores y periodistas. Todo el mundo tiene que declarar si fue colaborador. Si alguien se niega a presentar declaración o presenta una inexacta, se le impedirá trabajar en los suyo durante diez años.

La ley del «lustre» ha sido recibida con una oleada de críticas y está a punto de ser recurrida ante el Tribunal Constitucional. Muchas personas han declarado que no se someterán a este procedimiento humillante, que les trae a la memoria los juramentos de lealtad exigidos por las autoridades comunistas bajo la ley marcial de los años 80. Siempre he considerado absurdo que se juzgue a alguien sola y exclusivamente en función de los informes y denuncias de la policía y que al mismo tiempo se dé por hecho que, en un país en el que todo era mentira, los servicios de seguridad pasen por ser la única institución guiada por un respeto evangélico a la verdad. No me ha sorprendido, pues, que muchos de los identificados como colaboradores hayan sido exonerados más tarde por tribunales independientes.

La coalición gobernante emplea una combinación peculiar de la palabrería conservadora de George W. Bush y de las prácticas políticas de Vladimir Putin. Ataques a los medios independientes de comunicación, restricciones al funcionamiento de la sociedad civil, centralización del poder y exageración de las amenazas internas y externas hacen que resulten muy parecidos los estilos políticos de los dirigentes actuales de Polonia y Rusia. Por lo que se refiere a la política exterior polaca, las relaciones con Rusia y Alemania están marcadas por la obsesión con hechos de la Segunda Guerra Mundial como, por ejemplo, el campo de concentración de Auschwitz y la matanza de oficiales polacos a manos de los soviéticos en el bosque de Katyn. Estas obsesiones llevan al aislamiento de Polonia y a un nuevo despertar de los demonios de la Historia europea.

Escribo de Polonia pero lo que digo puede aplicarse asimismo a muchos otros países de la Europa posterior a Yalta. El fenómeno del populismo ha proliferado por todas partes. Eslovaquia está gobernada por una coalición populista de tintes racistas, exactamente igual de exótica en todo que el Gobierno de Polonia, en la que figura un partido que ha propuesto la expulsión de la minoría húngara.

En Hungría, el primer ministro ha reconocido que para responder a las demandas populares que el Gobierno no estaba en condiciones de atender, «mentimos sin parar». La oposición populista de derechas le llamó «¡Traidor! ¡Cerdo comunista!».

En Lituania, el ex presidente, destituido por corrupción, ha conseguido labrarse una popularidad cada vez mayor gracias a una abundancia de promesas vacías en su campaña a alcalde de Vilnius. El presidente de la República Checa ha hecho un sinfín de declaraciones contra la Unión Europea.

El populismo puede asumir la forma de poscomunismo nostálgico o anticomunismo de rostro bolchevique; puede combinar asimismo ambas tendencias. Sus ingredientes característicos comunes son el miedo al cambio y el rechazo de la libertad. Los perdedores de la transición desde el comunismo se vengan de sus vencedores. Es posible que los oídos sordos de los que condujeron la transición hayan facilitado el camino al éxito electoral de los populistas. Una vez celebradas las elecciones, sin embargo, a los populistas se les está haciendo difícil satisfacer las expectativas de aquéllos que creen que les va a caer el maná desde el cielo.

Incluso aunque se produzcan estas cosas, los resultados concretos de la adhesión de Polonia a la Unión Europea ha sido positivos prácticamente en su totalidad. El dinero de la Unión ha revitalizado la economía polaca y ha desarrollado sus infraestructuras; en pocas palabras, ha modernizado Polonia. Para los polacos se han abierto de par en par los demás países de la Unión: encuentran trabajo en ellos, estudian en ellos, aprenden del mundo en ellos. La Unión representa para los polacos una aventura magnífica. Todos los sondeos de opinión indican que se mantiene un apoyo constante a la Unión y que disminuye el apoyo a la coalición gobernante.

Para estos países recién ingresados, la Unión Europea no es sólo un suministrador de recursos materiales sino también un modelo de tradiciones democráticas y una cultura política fundada en el pluralismo y la tolerancia. Su canon de valores, que tienen su origen en las tradiciones del cristianismo y la Ilustración y en la del pensamiento democrático y antitotalitario, es sobradamente conocido. De los nuevos miembros de la Unión Europea depende el aprovechar lo mejor de estos valores y aportar a la Unión lo mejor de los suyos.

Puesto que Europa es en sí misma una tarea inacabada y puesto que Polonia y los restantes países recientemente admitidos tienen mucho que contribuir a su desarrollo, deberían optar por hacerlo así.

Entre los nuevos retos a los que la Unión busca respuestas figuran el lugar del cristianismo en la vida pública y los límites del multiculturalismo en relación con la presencia del islamismo. También la política exterior de Europa está en proceso permanente de cambio, particularmente en lo que se refiere a sus relaciones con los Estados Unidos y Rusia.

Para un polaco, resulta evidente que una alianza euroatlántica fuerte alienta las esperanzas de las naciones libres. Ésta es la razón por la que Polonia debería contribuir a superar las fobias anti norteamericanas en Europa, en interés de la Unión y del suyo propio. La política exterior de la Unión Europea, especialmente hacia Rusia y los demás estados post- soviéticos, puede enriquecerse con la experiencia polaca, pero sólo si el Gobierno polaco está dispuesto a aportar dicha experiencia. ¿Lo está? No estoy seguro.

Sin embargo, aún a pesar de unos dirigentes tan mediocres, Polonia sigue siendo democrática y soberana. Los tiempos de la dictadura enseñaron a los polacos que es preciso que sean ellos los que defiendan su libertad y eso es algo que saben cómo hacer. Lo demostrarán en las próximas elecciones y la Unión Europea seguirá siendo la aliada de esa libertad.

Adam Michnik es director del diario polaco Gazeta Wyborcza y autor de Letters From Freedom (Cartas desde la libertad) y profesor visitante de la Universidad de Princeton.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *