El miedo crónico israelí

A pesar de su fuerza aplastante, de su posición respecto a las armas nucleares, la garantía de seguridad de las grandes potencias y su continuo éxito en las acciones militares, parece que Israel se encuentra en una lucha permanente, viviendo entre guerra y guerra, entre órdenes y maniobras militares. Existen grandes diferencias en lo que respecta a la situación en este Estado. Por una parte, está su conocido poder, su fuerza militar, pero por la otra está la sombra del miedo y la inseguridad pese a la estabilidad política, económica y social. Pero el miedo está ahí, un miedo crónico a no existir en el futuro. Aunque hayan sido capaces de vencer a numerosos países árabes, los israelíes aún no han logrado enterrar la resistencia colonial en dichos territorios y siguen fracasando en el intento de integrar su presencia en el terreno árabe-islámico.

Ya sea en contra de los países árabes en ocasiones, o contra Palestina en la mayoría de los casos, Israel no puede llevar a cabo sus objetivos en los combates que ha protagonizado. De la misma manera, no es capaz de dominar los resultados de dichas guerras, y menos aún las consecuencias de sus victorias. Es sabido que Israel no es capaz de lograr el triunfo definitivo. Esto se debe a sus limitadas capacidades y, especialmente, a su desgracia histórica, geográfica, social y cultural. Pero de la misma manera, no es capaz de rendirse.

Lo más sorprendente es que Israel tiene cierta obsesión por convertirse en un régimen limitado por sus triunfos e incapaz de revivir dichos triunfos en su totalidad a causa de los contrastes que marcan su naturaleza. Por ello, es necesario pensar si se trata de un mero Estado o de un Estado con una función determinada. Quizás se trate de una nación para los judíos o, quizás, de un Estado para los judíos del mundo. Cabría preguntarse si es un Estado religioso que vive de la leyenda o se trata de un nuevo Estado laico. Y siguiendo en esta línea, ¿dónde están las fronteras de este Estado? ¿Cuál es su relación con lo que está a su alrededor?

En este sentido, Israel no ha madurado aún las respuestas. El país muestra claramente una incapacidad para digerir sus victorias y convivir con ellas, ya que esto supondría fijar los límites políticos y su papel geográfico y demográfico. Pensar sobre cuál es su situación supondría también huir de la leyenda de manera absoluta y entrar en la realidad histórica circundante.

Todos estos problemas no hacen más que representar cómo los triunfos afectan al país y su naturaleza innata, incapaz de conseguir su propia paz y la normalización con los países colindantes. A ello contribuyen la manera en la que fue construido el país, su denominación y el papel que desempeña en la zona. Queda así en evidencia que la verdadera reacción del pueblo árabe e islámico respecto a las guerras de Israel no se basa en admitir la derrota o en reconocer el proyecto israelí. Al contrario, está basada en el rechazo total y la no aceptación. Su trato con la realidad israelí se limita al ámbito oficial y teórico en el que no se contempla su existencia. Se trata por tanto de una 'paz fría' la que rige entre Jordania y Egipto con Israel.

En cuanto al ámbito social, la reacción del pueblo árabe e islámico no se basa en conceptos como la comprensión, el buen comportamiento u otros valores que dominan en las sociedades de Europa y EE UU. Esto se debe al caro precio que han pagado a causa del uso de la violencia por parte de Israel, además de por la debilidad de la administración política árabe en el tratamiento bélico. En la perspectiva popular, el punto de vista árabe se ajusta a unos términos de existencia y a una lucha entre el 'nosotros' y 'ellos'. Es por eso por lo que hacen una llamada a la herencia cultural, religiosa, personal e histórica en su propia pelea contra el colonialismo israelí. La lucha adquiere así un papel sagrado para la sociedad. El pueblo piensa en la unidad como modo de desestabilizar al enemigo por medio de logros morales. Y las pérdidas no son consideradas más que como muestras de sacrificios necesarios, independientemente de su magnitud, independientemente de los límites que superen.

Por ello, la reacción popular del pueblo árabe e islámico se diferencia de las reacciones de otras sociedades como la europea o la norteamericana, como ocurrió tras las guerras mundiales. Estas sociedades avanzadas otorgan más valor al individuo y a sus intereses frente al valor de la nación y al de sus fines y objetivos. Esto último ha quedado en un segundo plano. En cuanto a la cultura política, en estas sociedades destaca lo que está detrás del Estado a través de nuevas vías de desarrollo y proyectos de renovación histórica. El individuo queda en un primer plano, sus intereses son más importantes que aquello que quiera su nación. La diferencia social se ve también en los planes económicos, ya que el pueblo árabe sobrevive aún a una tranquilidad histórica propia del territorio, marcada por la mayoría demográfica, el trasfondo civil y la desobediencia histórica a los regímenes coloniales. Es por ello por lo que resisten sin dudarlo a las presiones israelíes, sea cual sea su precio.

Aunque sean Europa y Estados Unidos quienes toman las decisiones y contemplan desde el exterior la complejidad de Oriente Próximo, no llegan a comprender esta realidad o no intentan conocerla más de cerca. Israel no lo ignora, pues conoce realmente estas sociedades a través de su propia experiencia. Así, podemos decir que el problema de Israel es haber sido creado como Estado a partir del combate, y su fuerza invencible lo que le hace sentir ese miedo crónico a perder la garantía de continuidad, a no existir nunca más. Pero trata de esconder esta idea o trata de justificarse con el uso de la fuerza excesiva que le proporciona el absoluto éxito militar en contra del pueblo árabe e islámico en su conjunto. Su ejército es indestructible, y los israelíes se refugian en las armas sofisticadas y en la garantía europea y estadounidense. Israel, por tanto, vive en un marco administrativo de guerra, quieren luchar, eso es lo que les da la continuidad, no el obtener más triunfos. «Nadie llegó a la cumbre acompañado por el miedo» (Publio Siro).

Salah Serour, director del Centro de EE. Orientales y Mediterráneos (EL FARO), Bilbao.