El miedo está acabando con los cines. Es un error y una tragedia

El proceso de esterilización con un dispositivo de luz ultravioleta en los asientos de las salas de cine en Bangalore, India, el 8 de octubre de 2020. (Manjunath Kiran/AFP)
El proceso de esterilización con un dispositivo de luz ultravioleta en los asientos de las salas de cine en Bangalore, India, el 8 de octubre de 2020. (Manjunath Kiran/AFP)

El momento más memorable durante mi segunda ida al cine —y posiblemente última, dado que, en Estados Unidos, los cines Regal están cerrando de nuevo— para ver Tenet en Imax, la obra de Christopher Nolan sobre viajes en el tiempo, no fue cuando el protagonista (John David Washington) luchó contra una versión entrópica e invertida de sí mismo en un paraíso fiscal para billonarios del tráfico de armas. Tampoco lo fue cuando soldados entrópicos invertidos se unieron con soldados adelantados en el tiempo (supongo) para lanzar al mismo tiempo granadas propulsadas por cohetes hacia un edificio en proceso de colapsar. Ni siquiera lo fue la espectacular persecución en carretera, con autos moviéndose simultáneamente hacia atrás y hacia adelante a través del tiempo.

No. El momento más memorable de la segunda vez que vi Tenet fue cuando un caballero, a nueve metros de mí, empezó a roncar.

Mi mente no podía detenerse: “¿Está usando un cubreboca? Sí. Bueno, eso es positivo. ¿Un cubreboca mitigará sus exhalaciones lo suficiente? ¿Acaso esto es comparable a estar en una biblioteca con alguien susurrando o en una iglesia donde la gente está cantando? ¿Este señor es un superpropagador? ¿Así es como me voy a contagiar de la enfermedad que sobrevive el 99.98% de las personas en mi rango de edad en Estados Unidos?”.

A pesar de que he sido crítico de quienes esparcen miedos acerca de la seguridad de los cines —y especialmente de los críticos que dicen que sí irían al cine , claro, pero no con los mugrosos plebeyos—, en el fondo tengo algo de miedo. Sí, yo sé que Jose-Luis Jimenez, un profesor de la Universidad de Colorado Boulder que estudia cómo se transmiten las enfermedades le dijo a The Atlantic que los cines no han sido vinculados a un solo brote en la literatura médica. Sí, también sé que Robert Lahita, director de medicina en el hospital St. Joseph en Nueva Jersey le dijo a Vulture que no hay razón para que los cines en la ciudad de Nueva York sigan cerrados cuando están reabriendo los restaurantes, gimnasios, barberías y salones de tatuajes, tomando medidas de seguridad. Sí, sé que el increíblemente efectivo sistema de rastreo de Corea del Sur no ha encontrado ni una sola infección —no un brote, nótese, sino una sola infección— entre los 31.5 millones de personas que han visitado los cines del país.

Pero aun así… ¡Los ronquidos! Me preocupé. Me entró miedo.

Y este es el lío en el que se encuentran los cines y los estudios. Un “mal” cliente (sea que ronque o sea uno de esos groseros irresponsables que simplemente se niegan a usar cubrebocas porque “mis derechooos”) tira por la borda todas las precauciones que los dueños de los cines puedan tomar. Ese miedo se sobrepone a nuestra consideración de los esfuerzos que los dueños de los cines han realizado para mantener a sus audiencias seguras. La Asociación Nacional de Propietarios de Teatros de Estados Unidos ha hecho un buen trabajo al subrayar sus protocolos de seguridad, los cuales incluyen requerir el uso de cubrebocas a todos los empleados y asistentes cuando no están consumiendo bebidas o alimentos, reducir el aforo, mantener la distancia entre los asistentes y aumentar la capacidad de sus sistemas de ventilación y filtración de aire de las salas. Sumemos a esto limpiezas a profundidad diarias y sesiones de desinfección intensas entre funciones: el resultado son los cines más limpios que se hayan visto.

Yo mismo he disfrutado este nuevo sistema hasta cierto punto. En cada visita al cine que he hecho para ver, en distintas cadenas, Unhinged, New Mutants, el reestreno en 4K de Akira y Tenet (en Imax, dos veces) las salas han estado impecables y el público ha sido escaso y ha estado bastante lejos a mí. La experiencia ha sido un agradable escape del espectáculo de horror cotidiano que es hacer doomscrolling en Twitter para ver qué ridícula estupidez están perpetrando ahora los miembros de nuestra casta política.

Pero los ronquidos del caballero señalan los límites de ese escape. Aunque los cines fueron alguna vez un paraíso alejado del mundo exterior, ahora son un recordatorio de que todo es raro y todo está mal. Quiero suponer que esta es la misma razón por la que los ratings de los eventos deportivos están bajos en general: desde las finales de la NBA hasta los del inicio de temporada de la NFL, pasando por los partidos de equipos de béisbol muy queridos y por el Derby de Kentucky: ver deportes que se juegan en estadios vacíos o llenos de figuras de cartón o poblados con extraños avatares de video se siente lejano, como un recordatorio de que nada es normal. Más que servir como un escape, los deportes en vivo nos recuerdan que todo está descompuesto.

Normalmente esos ronquidos habrían sido una molestia, algo típico de la experiencia de ir al cine. Pero ahora la persona roncando se siente como un riesgo de salud. Ahora tenemos que preocuparnos por nosotros mismos, nuestros amigos, nuestros parientes de edad avanzada… sin importar qué tan riesgosa es en realidad la situación.

No es culpa de los cines que haya preocupación en torno a ir a sus salas: en los medios de comunicación hemos hecho un pobre trabajo comunicando los hechos acerca de las estadísticas de transmisión en los cines y políticos como el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo (demócrata), tampoco han hecho mucho por disipar ese miedo, con una aparente postura de que si los cines mueren no pasa nada.

Y es difícil razonar con el miedo. Como dicen en Dune (la adaptación de Denis Villeneuve que fue pospuesta hasta octubre del próximo año debido a la reticencia del público y la intervención del Gobierno en las operaciones de los cines): “El miedo es el asesino de la mente”. Resulta que el miedo también puede terminar siendo el asesino de los cines.

Sonny Bunch is the culture editor for The Bulwark, where he writes the Screen Time newsletter and hosts a podcast about the business of Hollywood. He is a member of the Washington Area Film Critics Association and a cohost of the Sub-Beacon podcast.

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