El miedo y la libertad en la política española

Jean Delumeau, en el magnífico libro El miedo en Occidente, nos muestra el comportamiento de las sociedades europeas ante las periódicas epidemias que asolaban pueblos y ciudades. Si nos detenemos un poco en su lectura, vemos cómo algunos comportamientos de hoy en día son muy parecidos a los que se manifestaron durante siglos y siglos, cuando la peste recorría las ciudades del viejo continente, diezmando poblaciones y llevando a países enteros a la ruina. Mirando el cuadro de Brueghel el Viejo> El triunfo de la muerte, podemos establecer similitudes con lo que sucedió en los hospitales, los crematorios y los cementerios en los días en que la epidemia lo desbordaba todo.

En realidad, podemos atestiguar que la mayor diferencia con ese lejano pasado no la vemos en las reacciones humanas ante el miedo a contraer la enfermedad o ante la proximidad de la muerte. Tampoco la diferencia es grandísima si comparamos la utilización de esas circunstancias dramáticas por las autoridades, en aquel tiempo eclesiásticas y hoy escrupulosamente laicas. La distancia sustancial entre el pasado y el presente se nos presenta en los grandes avances de la ciencia. Una vez más vemos la distancia, en ocasiones dramática, entre el producto de nuestra inteligencia y nuestras reacciones más instintivas, entre la ciencia y el comportamiento más irracional, entre la libertad del conocimiento y el miedo de la ignorancia.

El temor a la enfermedad y a las consecuencias económicas y sociales que está provocando la crisis sanitaria son factores muy a tener en cuenta en los próximos tiempos en la vida política de todos los países afectados gravemente por la pandemia. Ese temor será frecuente y rentablemente instrumentalizado en las naciones débilmente institucionalizadas, y más aún en aquellas que están en manos de populistas. En ese marco no cabe duda de que el miedo jugará su papel en la política española. En realidad, no lo ha dejado de jugar desde el primer momento en el que nos vimos sobrepasados por la pandemia vírica. ¿Cómo iba a perder el Podemos de Iglesias la oportunidad histórica de imponer su visión ideológica en un momento en el que tiene el poder del Gobierno y puede utilizar el miedo comprensible de la sociedad? Rápidamente se pusieron en evidencia, aunque de forma muy poco meditada, las dos formas de enfrentar cualquier crisis de parecidas dimensiones a la actual: la que apela a la responsabilidad y la que utiliza el miedo. La primera necesita y convoca el esfuerzo proporcional de toda la sociedad; la segunda necesita culpables a los que trasladar la responsabilidad de lo sucedido. Una fortalece la confianza en las instituciones, la otra se realiza en contra de ellas; la primera necesita libertad y transparencia, la podemita se basa en la opacidad y en los límites que impone el miedo. La estrategia de unidad necesita la contribución responsable de la Unión Europea, la otra ve en la Unión, si su apoyo no es totalmente gratis y con los ojos cerrados, una diana a la que tirar todos los dardos. Con una se fortalecería la democracia social-liberal y con la otra iríamos directos a un proceso de argentinización.

Esto es lo que está en juego desde el principio. Hemos tenido la mala suerte de encontrarnos ante la crisis más grave de nuestra historia reciente con las instituciones debilitadas, el independentismo catalán envalentonado, la política nacional embarrada, el Gobierno prisionero de un partido como Podemos y dependiente de las formaciones políticas más refractarias a la Constitución del 78 y al sistema social-liberal. Y todo ha ido sucediendo sin que pareciera que la mayoría advirtiera la gravedad de lo que acontecía; hasta el punto de que podemos decir sin exagerar que este Gobierno no ha preocupado, si no más bien lo contrario, a los más poderosos de España, a esos que se integran en ese denominado Ibex, que ha ido adquiriendo un tono fantasmagórico según ha pasado el tiempo. Se vuelve a confirmar, desgraciadamente, que en España hay más ricos poderosos que élites influyentes.

¡En estas estábamos! Los más poderosos tranquilos, Iglesias llevando a cabo su plan con una miríada de medios de comunicación aplaudiendo sus ocurrencias u ocultando sus delirios y Sánchez dedicado a su profesión de superviviente, cuando aparece de noche, como debe ser por su naturaleza, un acuerdo para dinamitar la reforma laboral, suscrito por el PSOE, por Podemos y por el partido de Otegi. Muchos se escandalizan, gesticulan y se rasgan las vestiduras, pero a ese agujero de profunda y radical inmoralidad no hemos llegado por sorpresa, por engaño o equivocación. Hasta aquí hemos llegado poco a poco, con esa satisfacción malsana que provoca lo prohibido. Primero fue el acuerdo de Navarra, ¿o ya lo hemos olvidado? Después fue la abstención engañosamente melindrosa de Bildu en el Congreso de los Diputados, con la renuncia del PSOE a exigir a los diputados de Bildu una crítica a su pasado criminal. Al contrario, todo han sido carantoñas, compresión y entendimiento con ellos en el Parlamento mientras el «enemigo» se personificaba en Casado, Arrimadas o todos los que prudentemente, y con nombre y apellido, venimos anunciando la peligrosa deriva que están tomando los acontecimientos en España.

Con el pacto sobre la reforma laboral han logrado engañar a todos. Desde luego, parece que el primer engañado ha sido Ciudadanos, pero advirtamos de que en este caso el engañado no es el responsable del engaño. También han conseguido timar al nacionalismo vasco... ¡40 años engañándonos a todos y en una noche Adriana Lastra y Lysenko-Echenique han conseguido confundir a los hijos de Sabino, no está nada mal! Yo no creo que vayan a rectificar lo pactado con Bildu. Lo postergarán y embarrarán la política para que nos resignemos a la nueva realidad: los acuerdos de investidura no son de política corta, son estratégicos y se han realizado para hacer el cambio que les permitamos sus adversarios políticos. Con la firma se han comportado como populistas canónicos; es decir, han prescindido de los agentes intermedios que fortalecen las democracias occidentales: los sindicatos, que no son, según su interpretación, más que una correa de transmisión de sus intereses políticos, y los empresarios, la bestia negra en la que se puede y debe concentrar toda la furia de la nueva normalidad que llama a nuestra puerta.

CON BILDU, con ERC, con los partidos nacionalistas de Galicia y de Valencia y con Podemos en el Gobierno son imposibles las políticas moderadas, las estrategias comunes, los esfuerzos colectivos y proporcionales, la solidaridad entre grupos y clases sociales. Nadie puede esperar concordia cuando es necesario el enfrentamiento para el éxito de los socios de Iglesias, nadie puede esperar reconciliación para construir cuando la furia, la ira, son necesarias para el éxito de la empresa.

Una vez más, el PSOE está obligado a decidir. Para que lo haga en concordancia con los últimos 40 años de su historia, Sánchez tiene la mayor responsabilidad, pero también la tienen los que callan esperando el momento oportuno, los que miran para otro lado con la excusa de que no aproveche su posición la derecha, los que creen que cumplen haciendo diligentemente su trabajo en las comunidades autónomas o en los ayuntamientos... Todos debemos hablar, hoy no hay excusa válida para el silencio. Lo que sucede hoy es más grave que lo que provocó la crisis del 2016. No llamo a rebeliones, ni a nada que sea imposible, solo pido que digan muchos socialistas que no comparten esta acción gubernamental, que su nombre y su biografía no pueden servir de escudo para estrategias que llevan al PSOE a un desastre seguro y a España a su peor historia.

Nicolás Redondo Terreros es ex dirigente político.

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