El MIR como síntoma

En el mismo año del centenario de la España invertebrada, asistimos, como amarga confirmación de sus tesis, al proceso acelerado de despiece de la nación, que ha tenido, una vez pasados los indultos, tres hitos concatenados: el anuncio en la ponencia marco del 40º Congreso Federal del PSOE del nuevo concepto de la «España multinivel»; la agenda bilateral prevista con el presidente de la Generalitat bajo el pomposo nombre de cumbre; y, no menos importante, la creación en octubre de un grupo de trabajo Gobierno-Generalitat para estudiar la transferencia de competencias del MIR. Lo que era previsible ya desde enero de 2020, cuando PSOE y Podemos dieron su visto bueno para ceder competencias a la Administración catalana en las pruebas de selección de los médicos residentes.

La lógica interna de esta secuencia aparece clara: la España «multinivel» (algún día habrá que estudiar a fondo la relación de este Gobierno con la cursilería), implica de suyo una relación bilateral entre dos estados español y catalán, situado éste a un nivel por encima del resto de comunidades, salvo el País Vasco. Bilateralidad que a su vez lleva a romper la unidad de mercado que el MIR tiene desde 1976, con sus procedimientos homogéneos -esto es, igualitarios y objetivos- quedando como uno de los procesos de captación vertebradores de nuestra antigua nación. Desde esta perspectiva, la cesión del MIR sería la expresión tanto del nuevo «multinivel» como de la nueva bilateralidad tras los indultos.

El MIR como síntomaLos procesos desintegrativos como el de la probable amputación del MIR tienen una lógica muy distinta de aquella de la eficacia. Hasta la fecha, la selección de los médicos residentes ha funcionado en sus más de 40 años de existencia bastante bien en términos de captación del talento para la Salud Pública, equidad, eficiencia y experiencia acumulada. Ello significa que no hay una razón suficiente para modificar el sistema de acceso si nos atenemos al viejo principio médico de Hipócrates: Primun non nocere, lo primero es no hacer daño, o, en su versión organizacional, no tocar lo que funciona bien.

Pero la concepción de la política de este Gobierno con sus apoyos parlamentarios nos tiene acostumbrados a saltarse el imperativo hipocrático en nombre de un procés que, en este caso, estima inaceptable que haya un examen de evaluación a nivel estatal con 175 preguntas planteadas en español, con independencia de la Comunidad Autónoma. Si el examen del MIR en Cataluña se realizara en catalán, se rompería la igualdad de oportunidades de los candidatos y pronto, por el principio del agravio, tendríamos exámenes en vascuence y gallego, con la evidente atomización del proceso de selección actual que asegura la unidad de la formación médica. Y esta novedad abriría el campo por su propia lógica a extender a otras oposiciones estatales, donde están las del alto funcionariado, la fragmentación de las pruebas en las distintas lenguas autonómicas.

Se daría así un paso más en la desvertebración española, según la entendía Ortega en su libro centenario: como un estrato subterráneo en el que sucede el desmembramiento íntimo de nuestra sociedad que hace imposible el mantenimiento de la nación. En este caso, de unos cuadros médicos residentes comunes a toda la nación. Recordemos como botón de muestra de los estragos que hace la barrera lingüística impuesta a la sanidad, cómo Ibiza se quedó en marzo de 2018 sin su última neuro-pediatra, que dejó el cargo por la obligatoriedad de hablar catalán. Precisamente cuando el actual sistema provee a sus médicos de un lenguaje MIR-común (una verdadera lingua franca médica) que va más allá de nuestras taifas actuales tan endogámicas y permite la movilidad constante en la especialidad entre distintos centros hospitalarios por toda la geografía nacional. No por casualidad, una de las claves del renombrado éxito del sistema actual radica en esta cultura y lenguajes comunes que en su movilidad adquieren por ósmosis los jóvenes médicos.

Por otra parte, como ha denunciado este periódico, los hospitales catalanes se enfrentan de manera creciente a una pérdida en su captación de talento de médicos residentes en los últimos años. Se aducen como razones de este declive el procés, los condicionantes lingüísticos y el empeoramiento de las condiciones laborales. Así, de acuerdo con las estimaciones de EL MUNDO, ha caído un 35% en los últimos cinco años el número de los mejores MIR -los 1000 primeros de una lista de 10.000 aprobados- que optan por realizar su formación interna en los hospitales catalanes. En cambio, las notas más bajas son las que eligen destinos en ellos. Y por esas consecuencias de la mala política y las previsibles paradojas de la «España multinivel», el paciente catalán se verá privado de forma creciente de ser atendido por los mejores profesionales.

Idéntica suerte correrá, según parece, con el pasar de los años la investigación médica pública catalana. Es lo que sucede cuando el particularismo se antepone al bien común -en este caso también al bien propio como es la salud- como denunciaba Ortega. Claro que la característica movilidad de los años de especialización MIR en diferentes hospitales por toda la geografía española debe de molestar muy mucho al territorialismo independentista -que implica nuevas formas de confinamiento- que ve cómo los estudiantes médicos catalanes viven y conviven desperdigados por el correcalles de España, que eso es la patria como lugar común. Quizá descubren que nadie les roba y que el talento se distribuye por todas partes.

Pero me temo que el examen teórico centralizado del prestigioso MIR actual tiene sus días contados, así como el resto de su proceso de formación. En el mismo documento de la ponencia marco al que hacíamos referencia del inminente congreso del PSOE, se alertaba del peligro creciente del «neocentralismo» (sic) y se encomiaba el éxito «evidente» (sic) de las Autonomías, entendidas como antesala de un nuevo «federalismo». Por más que muchos españoles tengan serias dudas -especialmente tras la pandemia- de las eficacias sanitarias de las 17 comunidades.

Así las cosas, un sistema excelente, objetivo, homogéneo, igualitario y fomentador de la movilidad como es el MIR actual no tiene cabida en tales planteamientos y será tildado en breve con el nuevo epíteto de «neocentralista». Todo parece muy bien preparado para ello. Es un caso más y bien palpable de lo que llamaba Américo Castro el continuo deshacerse de nuestra nación, nuestro vivir desviviéndonos. Y, así, a partir del próximo Congreso en octubre del PSOE, cualquier otro elemento integrador de la realidad española caerá bajo la nueva acusación de centralismo, para afianzar esta segunda Transición a la que asistimos impotentes.

Pero hay algo más de fondo en el intento de acabar con el MIR actual. Ello reside, a mi juicio, en el resentimiento ante a la excelencia -y el Sistema MIR es ejemplo de ella- que anida en las entrañas más íntimas del Partido Socialista y que comparte con las facciones independentistas. Sobre todo si la excelencia es nacional, como es el caso. Y máxime si dicho sistema de formación sanitaria fue diseñado, no podía ser de otra manera, por un Gobierno no socialista previo al triunfo del PSOE en 1982.

Pero no olvidemos que, como vio muy bien Scheler, el resentimiento es siempre un fenómeno de vida descendente, que calumnia la existencia y el mundo para justificar sus devaluaciones valorativas. Por eso el MIR, en su eficacia espléndida y cohesionadora hace daño y sobra como otras instituciones nuestras. Y gran parte de nuestra historia.

Frente a ello, frente al proceso creciente de hacer, como decía Ortega, de nuestro país una sociedad de disociados, es necesario plantar cara y concitar un rechazo mayoritario a esta próxima jibarización del MIR por tan inconfesables razones. Y poder seguir legítimamente orgullosos de aquellas realidades nuestras que procuran orgullo.

Ignacio García de Leániz Caprile es profesor de Recursos Humanos de la Universidad de Alcalá de Henares.

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