El misterio de los hombres lectores

Soy una devota de los clubs de lectura. Visito muchos de ellos para compartir con sus integrantes un rato de charla sobre un libro, generalmente mío, pero que siempre termina haciéndose extensiva a otros muchos, mis lecturas. No importa en calidad de qué haya sido invitada a asistir, allí siempre me siento, esencialmente, lectora, rodeada de gente que tiene mis mismos intereses. Compartir las emociones que una novela te ha despertado o discutir sobre sus personajes como si fueran seres de carne y hueso es una experiencia de lo más estimulante.

Para los curiosos no iniciados: se trata de una reunión en la que se comenta un libro, generalmente una novela, que todos han leído. Suele haber un supervisor o coordinador más o menos intervencionista y más o menos abierto a las propuestas de los participantes, que propone la lectura y luego dirige la reunión en la que se comenta. Las reuniones suelen tener una periodicidad mensual durante el curso académico, aunque hay excepciones. En muchas bibliotecas funcionan varios clubs simultáneos. En ocasiones, hay listas de espera para acceder a ellos. Los hay también para niños y para adolescentes. Los hay temáticos y sin ningún tipo de circunscripción. De vez en cuando, los autores tenemos la suerte de ser invitados a ellos.

Todos los que frecuentamos clubs de lectura sabemos que en su mayoría están formados por mujeres. De hecho, la proporción de hombres es tan escasa que no es raro que se bromee sobre ello. «¡Tenemos dos hombres!», te dicen, y los interpelados ponen cara de «ya están otra vez». Un colega bastante más veterano que yo me contó que cuando él comenzó a visitar clubs de lectura, en los últimos años 70, ocurría justamente al contrario: los asistentes eran casi todo hombres, y las escasas mujeres que acudían eran la rarísima excepción. «En aquel momento pensábamos que las mujeres estaban en casa, preparando la cena. Las que podían venir era porque tenían permiso de su marido», añadió.

Yo intento elaborar una teoría más o menos fiel de por qué los hombres no van a los clubs de lectura. Sé que no están en casa preparando la cena y me consta que sus mujeres les permiten asistir. A veces les pregunto: «¿Dónde están los hombres? ¿Por qué no vienen?». Las respuestas son diversas. «No leen», «no les gusta esto», «están en el gimnasio» o «prefieren caminar». Cuatro respuestas que merecen una consideración, me parece.

Es evidente que los hombres leen menos que las mujeres. ¿Las razones? La más esgrimida es la falta de tiempo, pero se trata de una explicación mentirosa. Quien está realmente interesado en hacer algo, por poco tiempo que tenga, encuentra el modo de hacerlo. Quienes dicen no leer porque tienen mucho trabajo en realidad están reconociendo que la lectura no ocupa un lugar importante en su tabla de prioridades. No pasa nada. Salvo para ellos, claro. Quienes somos felices leyendo entendemos poco a quienes ignoran esa felicidad.

¿A los hombres no les gustan los clubs de lectura? Puede ser. ¿La supremacía femenina les espanta un poco? ¿Se sienten ajenos a los puntos de vista de la mayoría? ¿No disfrutan con el análisis pormenorizado, a menudo en clave psicológica, a que da pie la reunión? ¿O les gustaría que hubiera clubs solo para ellos, donde pudieran hablar de sus cosas?

Me cuentan que en los clubs de lectura monográficamente centrados en la novela negra hay más hombres, aunque tampoco son mayoría. Me gustaría saber si existe en alguna parte algún club con mayoría masculina y qué libros leen y quién y cómo lo conduce. Desde luego, parece demostrado que el interés de las mujeres por ahondar en la psicología propia a través de la de los personajes de una ficción es evidente.

Ian McEwan lo dijo hace unos años: es ese interés el que mantiene vivo la novela. Acaso los hombres no tengan el mismo interés, o lean por otras razones, o necesiten clubs de lectura que satisfagan una curiosidad diferente. La cuestión de fondo me parece muy interesante y muy espinosa: ¿leemos hombres y mujeres por razones diferentes? Los clubs de lectura parecen decirnos sutilmente que sí.

Los hombres que «están en el gimnasio» o que «prefieren caminar» son para mí un misterio. No creo que siga vigente aquel viejo axioma de que los hombres son más activos físicamente que las mujeres. Hace pocas semanas un caballero de un club de lectura de Matadepera me contaba que él y sus amigos, ninguno de los cuales aparece por la biblioteca a la hora del club de lectura, salen a caminar cada semana desde hace más de 30 años. Me aseguraba que sus amigos leen «para ellos mismos». Tal vez, entonces, lo que no les gusta es compartir lo leído, darle vueltas. Tal vez no lo creen necesario, y puede que no lo sea. Pero, señores, ¿el auténtico lujo no es siempre lo innecesario?

Care Santos, escritora.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *