El mito chino sobre la transferencia forzada de tecnología

Si bien los estudiosos en países desarrollados expresan críticas sobre el uso que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, hace de herramientas contundentes – como lo son los aranceles – contra China, muchos de ellos creen que Trump está respondiendo frente a un problema real. Sostienen que China, en los hechos, sí incurre en prácticas comerciales desleales. Pero, ¿es esto cierto?

Una de las principales quejas contra China se basa en lo que las autoridades de Estados Unidos llaman “transferencia forzada de tecnología”: las empresas extranjeras que buscan acceder al mercado chino deben compartir su propiedad intelectual con un “socio” local en China. Sin embargo, la palabra “forzada” sugiere un grado de coerción que no tiene sentido económico. Las empresas estadounidenses y europeas no están obligadas a invertir en China; si ellas optan por hacerlo, a sabiendas de que se requerirá que compartan su tecnología, es porque aun así esperan obtener ganancias.

El requisito de transferencia de tecnología debería ayudar a que las empresas extranjeras lleguen a mejores acuerdos de inversión con las empresas chinas, acuerdos que deberían incluir el valor de la tecnología dentro del avalúo integral de la contribución de un inversionista extranjero a una sociedad de riesgo compartido. A cambio de dicha contribución, el socio chino y el gobierno local, quienes desean fomentar el crecimiento en sus regiones, proporcionarían terrenos baratos, infraestructura, exenciones de impuestos o préstamos en condiciones favorables.

En resumen, se incluye el precio de la tecnología transferida dentro de cualquier inversión extranjera directa (IED). Esto se refleja en la alta rentabilidad continua de las empresas con inversionistas extranjeros.

Es natural que las empresas estadounidenses y europeas declaren en las encuestas que estarían mejor si no se hubiesen visto “forzadas” a transferir su tecnología. Pero, estas declaraciones asumen que las condiciones bajo las cuales se realizó la inversión inicial serían las mismas si se excluyese la condición relativa a la transferencia de tecnología, y ese no es el caso.

Por supuesto, si la transferencia de tecnología no fuera un requisito, el acuerdo de inversión más eficiente en muchos casos implicaría un acuerdo de licencia o un pago de regalías. Pero, esa sólo debería ser una consideración secundaria, ya que el valor presente de los pagos por derechos de licencia o por regalías que no se perciben figuraría implícitamente dentro de cualquier acuerdo de inversión.

Pero, si bien es posible que los costos relacionados al requisito de transferencia de tecnología que se impone a las empresas occidentales estén considerablemente exagerados, también se exageran los beneficios que esta política trae a China. Entonces, ¿por qué las autoridades chinas insisten en vincular el acceso al mercado con la transferencia de tecnología?

El principal argumento oficial de China es que, debido a que es un país en desarrollo, sus empresas nacionales se encuentran en desventaja frente a los inversionistas extranjeros, quienes poseen tecnologías avanzadas que las empresas locales no entienden. Pero, no obstante de que este argumento pueda ser razonable en algunos de los países menos desarrollados, que lo utilizan para justificar regímenes restrictivos de inversión extranjera directa (IED), las capacidades tecnológicas de China prosperaron de manera explosiva durante las últimas dos décadas.

En los hechos, el nivel de gastos de China en investigación y desarrollo es ahora más alto – tanto expresado como porcentaje del PIB y en términos absolutos – que aquel de Europa y de muchos otros países de la OCDE. Si se tiene en cuenta que la capacidad de China con respecto a Investigación y Desarrollo dentro de su país – sin llegar a mencionar su capacidad de absorción tecnológica – progresó sustancialmente, se puede afirmar que existe poca necesidad de continuar protegiendo a las industrias chinas “nacientes”.

Es este progreso el que ha impulsado a las empresas occidentales a ser más expresivas en cuanto a sus quejas sobre la transferencia “forzada” de tecnología. En el pasado, las empresas estaban más dispuestas a transferir su tecnología, basándose en la expectativa de que, de todos modos, sus competidores chinos no podrían adaptarse y llegar a dominar el uso de dicha tecnología. Ahora que China produce más graduados con licenciaturas en ciencias e ingeniería que Estados Unidos y Europa juntos, esa expectativa ya no es sostenible.

Sin embargo, a pesar de la creciente resistencia a la transferencia de tecnología, las autoridades chinas siguen siendo reacias a abandonar su política; y, en gran manera es probable que actúen así por la misma razón por la que Estados Unidos se enfurece: ambos países sobrestiman el impacto de la transferencia tecnológica. No reconocen la posibilidad de que las empresas occidentales pudiesen estar brindando a sus socios chinos peores condiciones en la actualidad de las que les ofrecerían en caso de no tener que transferir su tecnología, y en lugar de ello recurriesen al uso de acuerdos de licencia.

No obstante, estas otras formas de transferencia de tecnología ya se están tornando en cada vez más frecuentes: los pagos registrados por regalías provenientes de China se han disparado al alza, y en la actualidad ascienden a aproximadamente $30 mil millones por año. Ahora que China ocupa el segundo lugar después de Estados Unidos en términos de pagos por tecnología extranjera, está claro que una gran y creciente porción de transferencia de tecnología no es “forzada”.

Para Trump, sin embargo, ese no es el punto. Lo que realmente preocupa a su gobierno es que China está a punto de superar a Estados Unidos, y hacerse del liderazgo tecnológico en varios sectores considerados como críticos para la seguridad nacional (en ambos lados del Pacífico). No obstante, obligar a China a eliminar sus requisitos de transferencia de tecnología no cambiará esta situación.

Dar fin a esta política puede, realmente, ser lo mejor para los intereses de China. Estados Unidos y China representan una gran parte del comercio mundial; pero, ellos no dominan la economía mundial. La guerra comercial bilateral será ganada por el país que pueda obtener el apoyo de las potencias neutrales (como por ejemplo de Europa y Japón), apoyo que dichas potencias neutrales otorgarán al país que muestre mayor sensatez. Para China, esa sensatez se traduciría en la eliminación de todas las restricciones a la propiedad extranjera, incluyendo el requisito de compartir tecnología en lugar de usar licencias.

Tal medida subrayaría la fortaleza de la economía china, sin que esto le cueste a China tanto como aparentemente piensan que costaría sus propios líderes como los formuladores de políticas de Estados Unidos. Quizás lo más importante sea que esta medida obligaría a Estados Unidos a detener su ataque contra China o a admitir que la motivación subyacente para la guerra comercial no es la economía, sino la rivalidad geopolítica.

Daniel Gros is Director of the Brussels-based Center for European Policy Studies. He has worked for the International Monetary Fund, and served as an economic adviser to the European Commission, the European Parliament, and the French prime minister and finance minister. He is the editor of Economie Internationale and International Finance. Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *