El mito de la democracia caqui

Egipto y Tailandia tienen poco en común, excepto en un aspecto. En los dos países y en momentos diferentes, personas instruidas que se enorgullecen de ser demócratas acabaron aplaudiendo golpes militares contra gobiernos democráticamente elegidos. Durante muchos años habían opuesto resistencia a regímenes militares opresivos, pero en Tailandia en 2006, como en Egipto el mes pasado, se alegraron mucho al ver a sus dirigentes políticos destituidos por la fuerza.

Esa perversidad no carece de motivos. Los dirigentes democráticamente elegidos en los dos países –Thaksin Shinawata en Tailandia y Mohamed Morsi en Egipto– fueron buenos ejemplos de demócratas no liberales: solían considerar su éxito electoral como un mandato para manipular las normas constitucionales y comportarse como autócratas.

No están solos a ese respecto. En realidad, probablemente sean representantes típicos de los dirigentes de países con poca o ninguna historia de gobierno democrático. El Primer Ministro de Turquía, Recep Tayyip Erdoğan, está en el mismo bando y, si se hubiera permitido a los dirigentes del Frente Islámico de Salvación (FIF) de Argelia tomar el poder en 1991, después de su temprano éxito en unas elecciones democráticas, habrían sido casi con toda seguridad gobernantes no liberales. (En cambio, fueron aplastados por un golpe militar, antes de que se celebrara una segunda vuelta de las elecciones, lo que desencadenó una brutal guerra civil que duró ocho años y en la que murieron unas 200.000 personas.)

Las consecuencias del golpe de 2006 en Tailandia no fueron ni mucho menos tan sangrientas, pero el rencor persiste entre los partidarios de Shinawatra, incluso ahora, cuando su hermana, Yingluck, es Primera Ministra. La violencia callejera es una amenaza constante. Sólo el rey Bhumibol Adulyadej, anciano de 85 años de edad y de salud delicada, desempeña aún el papel de símbolo de la cohesión nacional. Sin él, la lucha entre los pobres rurales y las minoría selectas urbanas podría no tardar en estallar de nuevo, lo que no augura nada bueno para la democracia tailandesa. Otra intervención militar es lo último que ese país necesita.

En Egipto, la situación parece mucho peor en este momento. El dirigente del golpe militar, general Abdul Fatah Al Sisi, ha prometido enfrentarse a los Hermanos Musulmanes con la máxima fuerza. En dos incidentes distintos habidos en julio, las fuerzas de seguridad abrieron fuego contra los partidarios de los Hermanos Musulmanes, cuando éstos protestaban pacíficamente contra la destitución y detención de Morsi, y mataron a casi 200 personas. Por primera vez desde la revolución de 2011, se están reconstituyendo las unidades de la policía secreta de la época del ex Presidente Hosni Mubarak (conocidas por su frecuente utilización de la tortura).

Nada de eso es democrático ni liberal y, sin embargo, muchos egipcios, incluidos algunos activistas en pro de los derechos humanos, lo han apoyado.

Un hombre que en 2011 fue salvajemente pisoteado por un miembro de las fuerzas armadas en la plaza Tahrir afirma ahora que el pueblo egipcio debe "permanecer unido” con el ejército y que se debe detener a todos los dirigentes de los Hermanos Musulmanes. Un destacado activista en pro de la democracia, Esraa Abdel Fatah, ha denunciado al partido de Morsi como una banda de terroristas con apoyos extranjeros.

Los dirigentes del ejército están diciendo lo mismo: medidas especiales, máxima fuerza y restablecimiento de las unidades de seguridad son, todos ellos, medios necesarios para “luchar contra el terrorismo”.

Algunos comentaristas extranjeros se han dejado engañar tanto como los egipcios que respaldan el golpe. Un conocido novelista holandés expresó una reacción bastante típica, al decir que no le importaba demasiado lo que sucediera a los partidarios de Morsi, pues, al fin y al cabo. todos ellos eran unos “islamo-fascistas”. Y algunos gobiernos extranjeros, incluido el de los Estados Unidos, están desviando la vista. El gobierno del Presidente Barack Obama se niega a calificar de “golpe” lo sucedido. El Secretario de Estado de los EE.UU., John Kerry, afirmó incluso que el ejército estaba “restableciendo la democracia.”

No cabe duda de que el gobierno de Morsi era inexperto y con frecuencia incompetente y que mostró poco interés en escuchar opiniones diferentes de las de sus partidarios, que con frecuencia distaban mucho de ser liberales, pero los partidarios de Morsi no son terroristas con respaldo extranjero, como tampoco era Morsi una versión egipcia del Ayatolá Ruholá Jomeini del Irán.

Las elecciones que llevaron a Morsi al poder dieron voz política por primera vez a millones de personas, muchas de ellas pobres, religiosas y sin instrucción. Puede que no hayan sido buenos demócratas ni tolerantes siquiera con las opiniones diferentes de las suyas. Muchos de ellos tenían opiniones –por ejemplo, sobre el papel de la mujer, sobre la sexualidad y sobre el lugar que corresponde al islam en la vida pública– que a los liberales laicos les parecen aborrecibles, pero silenciar a esas personas por la fuerza y llamarlas terroristas con respaldo extranjero sólo puede dar un resultado: más violencia.

Si no se respetan los resultados de las elecciones democráticas, la gente buscará otros medios para hacerse oír. Las inclinaciones autocráticas de Morsi pueden haber dañado la democracia, pero destituirlo con un levantamiento militar es un golpe mortal.

La de cómo colmar el desfase en los países en desarrollo entre las minorías urbanas laicas, más o menos occidentalizadas, y los pobres rurales es una cuestión antigua. Una solución es la de imponer por la fuerza la modernización laica oprimiendo a los pobres y sus organizaciones religiosas. Egipto ya ha soportado el duro gobierno de Estados policiales laicos, tanto de derechas como de izquierdas. La otra solución es la de dar una oportunidad a la democracia.

No es posible sin permitir alguna forma de expresión religiosas en la vida pública. Ninguna democracia de Oriente Medio que no tenga en cuenta el islam funcionará, pero, sin la libertad para expresar otras opiniones y creencias, la democracia seguirá sin ser liberal.

A los partidos islámicos les resulta difícil aceptarlo. Muchos islamistas pueden preferir, en realidad, una democracia no liberal a la liberal, pero los liberales que de verdad son partidarios de la democracia deben aceptar que también los islamistas tengan el derecho a desempeñar un papel político. La otra opción es volver a la autocracia no liberal. El aplauso del golpe militar contra Morsi hace que ése sea el resultado más probable.

Ian Buruma is Professor of Democracy, Human Rights, and Journalism at Bard College. He is the author of numerous books, including Murder in Amsterdam: The Death of Theo Van Gogh and the Limits of Tolerance and Taming the Gods: Religion and Democracy on Three Continents. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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