El mito de que OnlyFans es una plataforma segura para el ‘trabajo sexual’

Vivimos en el mundo que ha creado la pornografía. Durante más de tres décadas, los investigadores han documentado que la pornografía desensibiliza a los consumidores frente a la violencia y propaga mitos sobre la violación y otras mentiras en torno a la sexualidad de las mujeres. Al hacer esto, se normaliza y se vuelve cada vez más generalizada, intrusiva y peligrosa, nos rodea de una manera más íntima y moldea la cultura a tal grado que se vuelve difícil siquiera reconocer los daños que provoca.

Una medida de este éxito es la creciente insistencia de los medios en referirse a las personas que se utilizan en la prostitución y la pornografía como “trabajadores sexuales”. Lo que se les hace no es sexo, en el sentido de intimidad y mutualidad, ni trabajo, en el sentido de productividad y dignidad. Los sobrevivientes de la prostitución la perciben como “una violación serial”, por lo que consideran el término “trabajo sexual” como una suerte de manipulación y abuso emocional. Cuando “el ‘trabajo’ de la prostitución queda expuesto, se destroza cualquier similitud con un trabajo legítimo”, escribieron dos sobrevivientes, Evelina Giobbe y Vednita Carter. “En pocas palabras, sin importar que seas una acompañante de la ‘clase alta’ o una prostituta de la calle, cuando estás en una ‘cita’, tienes que ponerte de rodillas o acostarte de espaldas y dejar que ese hombre use tu cuerpo de la manera que quiera. Para eso pagó. Fingir que la prostitución es un trabajo como cualquier otro daría risa si no fuera algo tan grave”.

El mito de que OnlyFans es una plataforma segura para el ‘trabajo sexual’
Ilustración de Jordan Awan; fotografía de Steve Hammid/Getty Images

El “trabajo sexual” implica que las personas prostituidas de verdad quieren hacer algo que en realidad no decidieron hacer. Que no significan nada su pobreza, la falta de un techo, los abusos sexuales que sufrieron de niños, ser objeto de racismo, la exclusión de trabajos remunerados ni la paga desigual. Que son quienes la pornografía dicta que son, valiosos tan solo para su uso en ella.

El poder de la pornografía quedó en evidencia una vez más el mes pasado, cuando OnlyFans, el servicio de suscripción con sede en Londres, anunció que iba a prohibir el contenido “sexualmente explícito” en su plataforma y luego se retractó de manera abrupta en medio de las críticas. “OnlyFans ha sido alabada por darles a los artistas para adultos y trabajadores sexuales un lugar seguro para hacer su trabajo”, señaló Bloomberg News. Según la Unión Americana para las Libertades Civiles (ACLU, por su sigla en inglés), que defiende la pornografía desde hace mucho tiempo, “cuando plataformas tecnológicas como OnlyFans se consideran árbitros del discurso y la actividad aceptables en el ciberespacio, estigmatizan el trabajo sexual y merman la seguridad a los trabajadores”. Por el contrario, es la industria sexual lo que pone en peligro a las mujeres. Legitimar el abuso sexual como un trabajo vuelve particularmente atractivos los sitios de cámaras web como OnlyFans para las personas con carencias económicas.

OnlyFans adquirió gran fama durante la pandemia, cuando se disparó la demanda de pornografía. La gente comenzó a vivir en línea, la violencia doméstica explotó, las mujeres perdieron sus medios de supervivencia económica en mayor medida que los hombres y aumentaron las desigualdades. OnlyFans, pornografía de nicho catalogada como prostitución suave mediada, estaba en una posición ideal para sacar ventaja de estas dinámicas.

Para la pornografía convencional, OnlyFans ha sido lo que el estriptis para la prostitución: una actividad de entrada, una exhibición sexual que parece estar aislada de la explotación del contacto piel a piel, un empleo temporal para quienes están entre la espada y la pared por su situación financiera y tienen pocas o ninguna alternativa. Ofrece la ilusión de seguridad y anonimato tanto para los productores como para los consumidores. No obstante, la indignación por la prohibición propuesta dejó claro que solo el sexo explícito —principalmente, el consumo sexual de cuerpos feminizados, por lo regular de mujeres, personas gays o trans— se vende bien en el mundo de la pornografía. Como le comentó a The New York Times Dannii Harwood, quien se presume que fue la primera creadora de contenido en OnlyFans: “Una vez que los suscriptores lo han visto todo, pasan al siguiente creador”. La investigación empírica también ha documentado esta dinámica.

Aunque OnlyFans declaró que sus motivos para la prohibición (ahora suspendida) eran cumplir con las políticas de las empresas de tarjetas de crédito que procesan los pagos en la plataforma, hay razones para creer que la plataforma buscaba anticiparse a su momento Pornhub, en el que las posibles condiciones de sus novias de fantasía —entre ellas, juventud, capacidad de acción reducida y miseria— podrían quedar expuestas. Ya se han realizado acusaciones de proyección inadecuada de incesto, bestialidad y abuso sexual infantil. Una denuncia que se acaba de presentar en Corea acusa a OnlyFans de tener videos de menores. (OnlyFans ha señalado que la empresa “no tolera ninguna violación de nuestras políticas y de inmediato actuamos para defender la seguridad de nuestros usuarios”). No hay manera de saber si los proxenetas y los traficantes están reclutando a gente incauta, vulnerable o desesperada, o si la están obligando fuera de cámara, ni tampoco de saber si les están confiscando o robando sus ganancias, como suele ocurrir en la industria sexual. OnlyFans toma el 20 por ciento de cualquier pago: es su tajada de proxeneta.

Un aspecto del que no se habla en el debate de la regla propuesta por OnlyFans es si alguna vez ha sido posible evitar que se usen jóvenes menores de edad en el sitio. Tal vez sea el caso de los niños preadolescentes. Sin embargo, casi cualquiera que haya pasado el inicio de la pubertad podría ser presentado como un supuesto adulto capaz de otorgar su consentimiento. La mayoría de las mujeres que entran a la industria sexual son menores de edad y su vulnerabilidad es crucial para su atractivo, es decir, para su comercialización. No se puede proteger a los niños de la explotación sexual si se protege la pornografía y se tolera la prostitución de los adultos, ya que se trata del mismo grupo de personas en dos momentos distintos. A veces no hay más de un día de diferencia, a veces es el mismo momento: niños presentados como adultos, adultos presentados como niños.

En la conversación tampoco se expresa preocupación por la gente que ha sido forzada, vendida o engañada, ni por aquellos a quienes les han robado sus fotos íntimas. Muchos de los comentarios sobre la regla que había propuesto OnlyFans son quejas de que el consumidor debería tener el derecho de comprar la mercancía que el productor tiene el derecho de vender. Mientras tanto, los derechos de las personas forzadas, violadas, explotadas y vigiladas a no ser compradas y vendidas en contra de su voluntad no se hacen efectivos. En tanto la gente violada carezca de verdaderos derechos e igualdades con base en su sexo, grupo étnico y género, los sobrevivientes de abuso en estos sitios —entre ellos Pornhub, SeekingArrangement y otras plataformas— quedarán expuestos al robo, la coerción y todo tipo de expropiación no autorizada de su sexualidad.

Algunos estados de Estados Unidos parecen ofrecer recursos legales para la gente de quien se ha hecho o compartido material sexual sin su permiso. No obstante, en realidad, pocos ofrecen mecanismos utilizables o eficaces para poder ocuparse ellos mismos de los materiales. Incluso en California, donde hay algunas de las mejores protecciones, los requisitos legales no logran reflejar muchas de las condiciones en las que estas imágenes se hacen y distribuyen.

Las normas y exenciones estatales acentúan el poder de la industria sexual para eludir la responsabilidad de sus prácticas explotadoras: por ejemplo, las leyes civiles contra la trata de personas aplicables a adultos se reducen a materiales “obscenos”, algo que es bien sabido que es muy difícil demostrar hasta para los fiscales federales expertos. Los requisitos de consentimiento no toman en cuenta el hecho de que son muy comunes los videos falsos de consentimiento. Los estatutos de limitaciones también se quedan demasiado cortos para muchas víctimas traumatizadas. Las exenciones de responsabilidad por los materiales que alguna vez se enviaron de manera consensuada o fueron distribuidos antes por cualquier persona hacen que las leyes contra la “pornovenganza” sean casi inútiles. Las leyes contra el contenido ultrafalso solo buscan proteger a la persona involucrada falsamente, por lo general una celebridad, no a la persona que se usa con fines sexuales. Tal vez OnlyFans comprobó la ineficacia de estas leyes y decidió suspender la prohibición que había propuesto.

Este año, el senador estatal de California Dave Cortese de San José, en Silicon Valley, presentó un proyecto de ley factible y eficaz que adapta las mejores características de las leyes de derechos de autor, difamación y tráfico para resolver este problema. Si se aprueba, crearía una demanda legal civil para las víctimas de tráfico sexual en línea: imágenes sexuales o con desnudos de menores o adultos obligados, engañados o víctimas de robo. Una vez que se emitiera una advertencia, el traficante tendría que bajar el material o pagar 100.000 dólares por cada dos horas en las que este siga estando disponible.

Esta ley se podría aprobar en todas partes. De esta manera, cualquiera que hubiera sido víctima de tráfico sexual podría demandar para detener la creación o distribución de materiales sin su permiso. Tanto quienes en teoría actúan libremente en este espacio —como asegura la frenética embestida mediática que lo hacen todos los “trabajadores sexuales” de OnlyFans — como quienes no, por fin tendrían una verdadera protección, ya que su alardeada libertad de acción tendría un punto de apoyo en la realidad y se reduciría el poder de la pornografía para moldear nuestro mundo.

Catharine A. MacKinnon es abogada, académica, escritora, profesora y activista. Imparte clases de Derecho en la Universidad de Míchigan y la Escuela de Derecho de la Universidad de Harvard, además de trabajar para víctimas de violación sexual en todo el mundo. Su libro más reciente es Butterfly Politics.

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