El mito de una reducción progresiva de los combustibles fósiles

De qué manera el mundo utiliza la energía es un tema candente para un planeta que se calienta, y los temores de contaminación y presión sobre los recursos han producido una virtual carrera armamentista de estrategias para la eficiencia energética. Desde la Unión Europea hasta China, las economías están prometiendo reducir su intensidad energética con la ayuda de innovaciones tecnológicas y cambios legislativos.

Sin embargo, a pesar de estas promesas, la Agencia Internacional de Energía prevé que la demanda de energía por parte de los consumidores va a aumentar hasta por lo menos 2040. Con las crecientes necesidades de energía del mundo, ¿cómo pueden los responsables de las políticas garantizar la oferta?

Para decirlo claramente, el mundo no tiene por qué preocuparse por las reservas. Después de 40 años de temer escaseces de energía, hemos ingresado en una era de abundancia. Tenemos que preocuparnos por los relatos falsos, no por los recursos escasos.

El responsable de este argumento es el Club de Roma, un grupo de expertos global que, en los años 1970, estimuló la ansiedad por la energía con sus absurdas profecías derivadas de modelos cuestionables. En su calidad de devotos seguidores de Thomas Malthus y Paul Ehrlich, los miembros del club sostenían que del crecimiento exponencial surgen cosas malas y del crecimiento lineal, cosas buenas. Esta idea alimentó la predicción de que el mundo se quedaría sin petróleo en el año 2000.

Al adoptar este dogma disparatado, los países desarrollados permitieron que líderes autoritarios ricos en recursos como Muamar el Gadafi en Libia y el ayatollah Ruhollah Khomeini en Irán utilizaran sus reservas de petróleo como herramientas para oponerse a Occidente -y, en particular, a su apoyo a Israel-. Esto contribuyó a las crisis petroleras de los años 1970, y reforzó la percepción equivocada de que las reservas de hidrocarburos eran aún más limitadas y que, en gran medida, estaban confinadas a Oriente Medio.

Los rápidos progresos de la tecnología, en especial en el campo de la exploración, y la capacidad de extraer hidrocarburos en lugares nuevos terminaron echando por tierra este tipo de relatos. La "crisis" energética de hoy no surge de la escasez sino de la ansiedad ante la contaminación.

Pero esta ansiedad no ha desacelerado nuestros hábitos de exploración. Por el contrario, la política y el derecho internacional, como la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, se han adaptado para permitir el descubrimiento. Consideremos, por caso, el gasoducto Rovuma frente a las costas de Mozambique. Hoy, un consorcio de compañías internacionales de países que incluyen a Italia y China está preparando producción y uno de los países más pobres de África está listo para recibir gigantescas recompensas.

De la misma manera, Israel, que en algún momento era considerado el único lugar en Oriente Medio sin hidrocarburos, está sentado sobre 800.000 metros cúbicos de reservas de gas offshore, más de 130 años del consumo anual de gas hoy en día en el país. Israel, que alguna vez fue un importador de energía neto, hoy enfrenta el desafío muy real de exportar su bonanza de gas.

Sin embargo, quizá la mayor agitación impulsada por la tecnología en los mercados de energía globales en los últimos años haya surgido de la producción de gas y petróleo de esquisto en Estados Unidos. La producción de petróleo estadounidense, con 8,8 millones de barriles por día, hoy es mayor que la de Irak e Irán juntos. El gas de esquisto de Estados Unidos es enviado a Asia, América Latina y partes de Europa. Esos mercados durante mucho tiempo habían dependido de Qatar, Rusia y Australia, pero ahora la industria global de gas natural licuado (GNL), como el mercado petrolero, ha entrado en un período de exceso de producción.

En conjunto, estos desarrollos han contribuido a bajar los precios de la energía, y redujeron la fortaleza de la OPEP. Es más, como el GNL es la opción preferida por el sector del transporte (particularmente los buques de carga y marítimos) por cuestiones ambientales, la capacidad de utilizar petróleo como un arma geopolítica ha desaparecido. Irán estaba tan desesperada por redoblar sus exportaciones de petróleo que aceptó abandonar su programa nuclear (sorprendentemente, el acuerdo nuclear de Irán menciona la palabra "petróleo" 65 veces).

El viento y el sol suelen presentarse como alternativas para el petróleo y el gas, pero no pueden competir con las fuentes tradicionales de generación de electricidad. Si pudieran, no habría motivo para que la EU respaldara la producción de energías renovables mediante legislación. Es más, si bien las tecnologías eólica y solar generan electricidad, la mayor demanda de energía proviene de la calefacción. En la UE, por ejemplo, la electricidad representa apenas el 22% de la demanda final de energía, mientras que la calefacción y la refrigeración responden por el 45%; el transporte representa el restante 33%.

Todos estos factores ayudan a explicar por qué los combustibles fósiles, que actualmente satisfacen más del 80% de las necesidades energéticas del mundo, siguen siendo la columna vertebral de la producción de energía global en el futuro previsible. Tal vez éstas no sean buenas noticias para quienes presionan por una inmediata reducción progresiva de los hidrocarburos. Pero quizá se pueda extraer cierto consuelo del hecho de que la innovación tecnológica también desempeñará un papel esencial en la reducción de los impactos negativos en la calidad del aire y del agua.

En medio de la conversación global sobre cambio climático, es entendible que las economías desarrolladas prometan mejoras significativas en la eficiencia energética. Pero si bien la UE puede estar comprometida con reducir las emisiones de CO2, otros firmantes del acuerdo climático de París de 2015 no parecen tan decididos. No sería sorprendente que la mayoría de los firmantes en verdad aumentaran su consumo de energía en los próximos años, volcándose a los combustibles fósiles porque no pueden permitirse otra opción.

La política energética se mantendrá en la agenda de las economías avanzadas durante muchos años. Pero a medida que los países vayan esforzándose por equilibrar la seguridad de la oferta con objetivos ambientales, también deben comprometerse a decir las cosas como son.

Samuele Furfari is a professor of the geopolitics of energy at Université libre de Bruxelles, and author of The Changing World of Energy and the Geopolitical Challenges.

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