El mito japonés

La primera década de este siglo comenzó con la llamada burbuja de las puntocom. Cuando estalló, los bancos centrales actuaron de manera agresiva para aliviar la política monetaria a fin de impedir un período prolongado de crecimiento lento al estilo japonés. Pero el período prolongado de bajas tasas de interés que siguió a la recesión de 2001 en cambio contribuyó al surgimiento de otra burbuja, esta vez inmobiliaria y de crédito.

Con el colapso de la segunda burbuja en una década, los bancos centrales otra vez actuaron rápidamente, reduciendo las tasas a cero (o cerca de cero) casi en todas partes. Recientemente, la Reserva Federal de Estados Unidos hasta ofreció una ronda sin precedentes de “alivio cuantitativo” en un esfuerzo por acelerar la recuperación. Nuevamente, el argumento clave fue la necesidad de evitar una repetición de la “década perdida” de Japón.

La formulación de políticas suele estar dominada por simples “lecciones aprendidas” de la historia económica. Pero la lección aprendida del caso de Japón es básicamente un mito. El sustento de la historia de miedo sobre Japón es que su PBI creció en la última década a una tasa promedio anual de apenas el 0,6%, comparada con el 1,7% de Estados Unidos. La diferencia, en realidad, es mucho menor de la que se suele suponer, pero a primera vista una tasa de crecimiento de 0,6% califica como una década perdida.

Según ese patrón, uno podría argumentar que una buena parte de Europa también “perdió” la última década, ya que Alemania logró las mismas tasas de crecimiento que Japón (0,6%) y a Italia le fue aún peor (0,2%); sólo Francia y España tuvieron un desempeño ligeramente mejor.

Pero este panorama de estancamiento en muchos países es engañoso, porque deja afuera un factor importante llamado demografía.

¿Cómo se deberían comparar los registros de crecimiento entre un grupo de países desarrollados similares? La mejor medida no es el crecimiento general del PBI, sino el crecimiento del ingreso por cabeza de la población en edad laboral (no per capita). Este último elemento es importante porque sólo la población en edad laboral representa el potencial productivo de una economía. Si dos países logran el mismo crecimiento en ingreso promedio de la población en edad laboral, debería concluirse que ambos fueron igualmente eficientes en la utilización de su potencial, aún si sus tasas de crecimiento general del PBI difieren.

Cuando se analiza el PBI y la población en edad laboral (definida como la población entre 20 y 60 años), se obtiene un resultado sorprendente: Japón, en verdad, tuvo un mejor desempeño que Estados Unidos o que la mayoría de los países europeos en la última década. La razón es simple: las tasas de crecimiento general de Japón fueron bastante bajas, pero hubo crecimiento a pesar de una población en edad laboral que se reduce rápidamente.

La diferencia entre Japón y Estados Unidos resulta aleccionadora en este caso: en términos de crecimiento general del PBI, fue de aproximadamente un punto porcentual, pero fue mayor en términos de tasas de crecimiento anuales de la población en edad laboral –más de 1,5 puntos porcentuales, dado que la población en edad laboral en Estados Unidos creció el 0,8%, mientras que la de Japón se redujo más o menos a la misma tasa.

Otro indicio de que Japón utilizó plenamente su potencial es que la tasa de desempleo fue constante en la última década. Por el contrario, la tasa de desempleo de Estados Unidos casi se duplicó y hoy ronda el 10%. En consecuencia, se podría concluir que Estados Unidos debería tomar a Japón como ejemplo, no de estancamiento, sino de cómo obtener el máximo crecimiento de un potencial limitado.

Las diferencias demográficas son relevantes no sólo al comparar a Japón y Estados Unidos, sino también al explicar la mayoría de las diferencias en las tasas de crecimiento a más largo plazo en las economías desarrolladas. Una buena regla empírica para las tasas de crecimiento promedio de los países del G-7 sería atribuir aproximadamente un punto porcentual en ganancias de productividad a la tasa de crecimiento de la población en edad laboral. A Estados Unidos le fue ligeramente peor de lo sugerido por esta medición gruesa, a Japón le fue un poco mejor y la mayoría de los otros países ricos estuvieron bastante cerca.

Si analizamos la década por delante, este análisis sugiere que se pueden predecir las tasas de crecimiento relativo de los países ricos en base al patrón de crecimiento de sus poblaciones en edad laboral, que ya se conoce hoy, dado que cualquiera que empiece a trabajar en las próximas dos décadas ya nació.

Sobre esta base, la caída relativa de Japón como potencia económica importante continuará, ya que su población en edad laboral seguirá reduciéndose en aproximadamente un 1% anual. Alemania e Italia cada vez más muestran patrones japoneses de caída de sus poblaciones en edad laboral y, por consiguiente, es probable que también crezcan muy poco.

En el caso de Alemania, se observa un aspecto interesante en su demografía: entre 2005 y 2015, la población en edad laboral se estabiliza temporariamente. Pero esto será seguido por una caída acelerada, ya que la población en edad laboral se reduce aún más rápido que en Japón.

La actual fortaleza de la economía alemana también se debe en parte a esta estabilización demográfica temporaria. Pero un escenario al estilo japonés parece inevitable después de 2015. Por el contrario, Estados Unidos, el Reino Unido y Francia probablemente crezcan más rápido por la sencilla razón de que sus poblaciones en edad laboral siguen creciendo, aunque a un ritmo relativamente lento.

De esta consideración de la influencia de los factores demográficos en el crecimiento económico surgen dos lecciones. Primero, la idea de una “década perdida” al estilo japonés es engañosa –incluso cuando se la aplica a Japón-. El crecimiento lento en Japón en la última década no se debió a políticas macroeconómicas poco agresivas, sino a una tendencia demográfica desfavorable.

Segundo, una mayor desaceleración en las tasas de crecimiento de los países ricos parece inevitable, en vista de que incluso en los países más dinámicos las tasas de crecimiento de la población en edad laboral están cayendo. En los menos dinámicos, como Japón, Alemania e Italia, algo cercano al estancamiento parece inevitable.

Daniel Gros, director del Centro para Estudios de Políticas Europeas.

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