El modelo alemán

Los dos grandes sindicatos españoles se han encastillado en la negativa de hecho a cualquier reforma laboral. Se apoyan para ello en un manifiesto firmado por unos 750 expertos y profesores que viene a decir que cualquier negociación sobre la materia sería en el fondo un medio de facilitar el despido y de eliminar la distinción entre despidos procedentes e improcedentes y, en última instancia, representaría la precariedad generalizada de los trabajadores y un abaratamiento de la rescisión del contrato laboral. El documento, que sí incluye sin embargo alguna interesante propuesta de flexibilización interna, es, en cierto modo, una respuesta a la propuesta efectuada por el llamado Grupo de los Cien, un conjunto de economistas movilizados por la Fundación de Estudios de Economía Aplicada, que sugiere un conjunto de reformas estructurales que incluye la reducción del número de contratos y el abaratamiento del despido, el mantenimiento de la tutela judicial solo en los despidos discriminatorios, etcétera. Como es conocido, el recientemente nombrado secretario de Estado de Economía, José Manuel Campa, fue uno de los firmantes de dicha propuesta liberal.

Las organizaciones obreras tienen toda la razón cuando dicen que la legislación laboral «no ha sido la causa de la crisis», por lo que resultaría sangrante que ahora los trabajadores, que ya se enfrentan al colosal problema del paro, tuvieran que cargar con la mayor parte de los sacrificios que impone una coyuntura que no han desencadenado. Sin embargo, yerran los sindicatos absolutamente cuando aseguran que una reforma del modelo de relaciones laborales no podría haber evitado en parte el fortísimo desempleo que padecemos ni sería capaz de reducir el alto número de parados actual.

Xavier Vidal-Folch acaba de publicar un articulo revelador sobre el modelo alemán, un país en que la recesión es más fuerte que la española (en el primer trimestre de este año, la caída del PIB fue del 6,9%, frente al 3% español). Pero entre abril del 2008 y abril del 2009, el desempleo creció en Alemania del 7,4 al 7,7%, mientras que en España casi se duplicó, pasando del 10% hasta el 18,1%. Es obvio que los sistemas económico español y alemán son muy distintos, para desgracia nuestra, ya que Alemania sigue siendo la primera potencia exportadora del mundo. Pero aunque no quepan parangones directos, sí es interesante conocer los detalles avanzados de aquel modelo. Y a este respecto, explica el articulista que la razón de del milagro alemán, que contrasta con el desastre español, ha de buscarse en buena medida en el sistema laboral, que en aquel país incluye dos poderosas herramientas.

Una de ellas es la flexibilidad para efectuar reducciones de jornada con apoyo del Estado en empresas que hayan de reducir su producción a causa de la caída de la demanda por la crisis. A esta fórmula se han acogido 1,5 millones de trabajadores que han reducido de promedio un tercio de su jornada, lo que supone que se han salvado 500.000 empleos. La otra herramienta es el aparcamiento o suspensión temporal de empleo: la empresa paga el 10% del salario y el resto el Estado; el trabajador mantiene su contrato y sigue en nómina hasta que la demanda se reavive. En principio, esta situación duraba como máximo seis meses, pero se ha ido prorrogando el plazo y ahora puede durar hasta 24 meses.

En el caso alemán, tales medidas no son simple cosmética para disimular el paro porque los empleos a los que se aplican son viables, productivos, y no cabe duda de que las empresas afectadas reanudarán su rentable actividad en cuanto se recupere la economía y se normalice la demanda. En el caso español, es obvio que ciertos empleos que acaban de desaparecer no eran viables –muchos del sector de la construcción, por ejemplo–, pero sí otros muchos de los sectores industrial y de servicios que actualmente han sido eliminados mediante ERE o, en el peor de los casos, mediante quiebras a veces evitables.
Explica finalmente Vidal-Folch que el modelo laboral alemán, surgido del llamado capitalismo renano, fue el fruto de un depurado proceso de negociación que comenzó a principios del presente siglo –la Agenda 2010 impulsada por Schröder, interiorizada completamente por la actual coalición– en que todas las partes aceptaron sacrificios y que no se centró en absoluto en el coste del despido, sino en innumerables aspectos de la concertación social (se habló de jornada, autoempleo, miniempleos, duración del subsidio de paro, moderación salarial, retraso de la jubilación, copago farmacéutico, etcétera).

En España se consumen ingentes cantidades de recursos en financiar el subsidio de desempleo –se acaban de aplicar 19.000 millones de euros adicionales–, cuando se podría haber evitado con un coste incluso menor la desaparición de una parte sustancial de los puestos de trabajo destruidos. Obviamente, estamos a tiempo todavía de intentar unos cambios que en otros países –y no solo en Alemania– han dado resultado. La negativa sindical a negociar y la ciega defensa que hace el Gobierno de las posiciones sindicales son, por lo tanto, una obstinada locura que no nos lleva a parte alguna.

Antonio Papell, periodista.