El modelo de Bélgica

¿Una declaración unilateral de independencia? Los belgas francófonos saben perfectamente qué es, porque la vivieron en directo en diciembre de 2006. Esa noche, de pronto, se interrumpe el programa de televisión con una última hora. Un periodista de la televisión pública francófona, delante del Parlamento flamenco, informa de que los diputados acababan de proclamar la independencia. Otros reporteros ocupan un tranvía bruselense; al llegar a Tervuren, el conductor dice: “Abajo todo el mundo, no podemos seguir, ahora esto es Flandes”. En sus casas, los francófonos se han quedado helados, aterrados. Los flamencos, por su parte, no tienen ni idea de lo que está pasando; están delante del televisor como de costumbre, sin conocer ese engaño que sus compatriotas de la otra zona lingüística van a creerse a pies juntillas durante hora y media.

Era Bye Bye Belgium, un programa de televisión que retransmitió, “de mentira”, lo que los españoles están viviendo “en serio”. En 2006, los belgas francófonos estuvieron a punto de pensar que Flandes podía lanzarse a la aventura separatista. Para ellos, los flamencos eran los aventureros irresponsables de Europa, mientras que los catalanes eran unos nacionalistas prudentes, y sus veleidades de independencia tenían poca credibilidad.

Once años después, la situación es la contraria. Puigdemont, está dispuesto a lanzar a su “pueblo” a una aventura institucional que no está validada por ningún referéndum con las condiciones necesarias de validez y legitimidad, mientras que el N-VA, el partido nacionalista flamenco, primer partido de Flandes y de Bélgica, tiene una actitud de lo más racional al respecto. Un ejemplo es Jan Jambon, uno de sus máximos dirigentes y ministro federal de Interior, que el fin de semana pasado declaraba alegremente al diario Le Soir que, “si los sondeos mostrasen una mayoría en favor de la independencia, convocaríamos un referéndum de inmediato”, para concluir en tono más serio: “No somos partidarios de los referendos. Son los cargos elegidos los que deben gestionar”.

Mientras España se encuentra al borde del estallido, resulta que Bélgica, de la que tantas veces se ha pensado que iba a “morir”, parece menos en peligro que nunca. ¿Y eso ha sido posible gracias al modelo belga, con ese sistema de diálogo y negociación que permite grandes acuerdos, y a un aparato institucional de una complejidad infinita pero que, a la hora de la verdad, nos ha proporcionado la paz? No solo, porque nuestro país tiene tres elementos estructurales muy específicos que obstruyen desde hace años el sueño nacionalista: la deuda, Bruselas y el sentimiento mayoritariamente “belga” de los flamencos. Dicho eso, hay que reconocer que nuestra necesidad de encerrarnos en palacios durante días, semanas o meses, para llegar a un acuerdo que satisfaga a todas las partes, ha permitido calmar los ánimos y las demandas. Al menos durante un tiempo: no hay que olvidar que hemos hecho ya seis reformas de la constitución.

La presencia de los nacionalistas del N-VA en el gobierno federal paradójicamente, ha contribuido a la “pacificación” del edificio: al acallar las reivindicaciones comunitarias, el partido ha tranquilizado a los liberales (MR) francófonos y, al mismo tiempo, ha hecho un mejor servicio a la causa flamenca. Esa es la gran diferencia entre Bart De Wever, todopoderoso líder y estratega de los nacionalistas belgas, y los independentistas radicales catalanes.

No obstante, este avance hacia una especie de separatismo blando, a través de un confederalismo larvado, tiene un riesgo para todos los ciudadanos del norte y el sur del país: que no se tenga en cuenta el papel del poder central ni, por tanto, la necesidad de mejorar su eficacia. Un sistema federal maduro emprendería sin problemas la regionalización de muchas competencias, pero volvería a hacer federales las que implican medidas transversales para cubrir las necesidades de los ciudadanos. Eso no siempre se da hoy, por falta de una visión federal compartida, en especial sobre la movilidad y la energía.

Las cifras lo demuestran: en Bélgica, las inversiones públicas se han reducido un 50% en 25 años, debido a medidas presupuestarias pero también a la federalización. No hay suficientes inversiones financiadas por el presupuesto federal ni medios y voluntad política en las regiones para garantizar el gasto. El pacto de inversiones propuesto por el primer ministro Charles Michel se denomina “nacional”. No es un adjetivo, es una necesidad.

Béatrice Delvaux es columnista de Le Soir. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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