El modelo energético antinuclear español se desmorona

Se aprende más de los errores que de los éxitos y estos días estamos aprendiendo mucho sobre energía. En anteriores crisis, los ciudadanos aprendieron qué es la prima de riesgo, la tasa de contagios de un virus o cómo funciona un volcán. Ahora aprendemos, a golpe de talonario, las debilidades de la estrategia energética española.

Cuando acabe esta crisis, los españoles habrán comprendido que el modelo basado en energías renovables necesita de una tecnología alternativa que garantice el suministro de electricidad: el llamado gas natural (que no es otra cosa que gas metano).

Lo ha reconocido el propio Gobierno en su Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC), que afirma que en 2030 necesitaremos la misma cantidad de gas que en 2022.

En otras palabras: seguiremos dependiendo de terceros y a merced de futuras crisis.

Una política energética eficaz debe ser capaz de suministrar energía continua a sus ciudadanos y a sus empresas, garantizar la seguridad para las personas y el medioambiente, ser independiente del exterior y, sobre todo, ser barata.

Ninguna nación ha prosperado pagando cara su energía. El progreso del Estado del bienestar del que hemos disfrutado durante el último siglo se ha debido en gran medida a la energía asequible proporcionada por los combustibles fósiles. Una energía cara nos disuade de salir de casa, de consumir, de viajar o de fabricar y, por tanto, perjudica nuestro sistema económico, basado en el crecimiento.

Siendo esto así, llama la atención la escasísima importancia que el plan estratégico del gobierno (el PNIEC) concede al precio de la electricidad, así como el evidente sesgo ideológico de un documento presuntamente técnico.

En los últimos años, hemos pasado de tener una de las energías más baratas a, según el informe de la Comisión Europea sobre los mercados de electricidad del primer cuatrimestre de 2022, que los hogares y las empresas españolas paguen los precios más altos de Europa.

Y, dada la composición de nuestro mix energético, la situación no hará más que empeorar.

Tendemos a creer que las energías renovables son baratas. Pero, al ser dependientes de la climatología, es necesario complementarlas con una tecnología alternativa (el gas). Es por eso por lo que estos días, con el suministro de gas comprometido, pagamos el MWh a 300 €, un precio seis veces superior al coste de la energía nuclear.

En los últimos treinta años, la energía nuclear no ha recibido inversión (las renovables han recibido 120.000 millones en el mismo periodo), se le han aplicado impuestos excepcionales y se han cerrado las centrales de José Cabrera y Santa María de Garoña.

Y, a pesar de todo lo anterior, la energía nuclear ha sido la fuente principal de energía eléctrica en la última década. Una energía que se ha ofertado en el mercado mayorista a 0 euros.

Durante los últimos veinte años, España casi no ha variado su consumo eléctrico. Pese a esto, la progresiva incorporación de energías renovables al mix energético ha hecho que actualmente tengamos el doble de potencia instalada que hace dos décadas. Hoy tenemos instalaciones para generar electricidad si hay sol o viento, y otras instalaciones por si no los hay.

Evidentemente, esto no es ni eficiente ni barato, pues el mantenimiento y la disponibilidad de todas estas instalaciones implican grandes inversiones.

Quizá porque la coyuntura internacional ha podido con los viejos prejuicios políticos, la Unión Europea ha concluido estos días que la energía nuclear es tan o más respetuosa con las personas y el medioambiente que las energías renovables.

Esta postura, sin embargo, no ha servido para que el Gobierno de España se sacuda sus prejuicios antinucleares. Prejuicios inconsistentes con nuestra propia experiencia de país, esa que dice que no ha habido mortalidad asociada a la radiactividad en sus más de cincuenta años de uso.

El último argumento que le queda a los antinucleares es la gestión de los residuos. Residuos de alta actividad que, por su escaso volumen (apenas el tamaño de una furgoneta por reactor y año) se pueden almacenar dentro de las propias centrales y que a los diez años han perdido el 99% de su radiactividad.

Son residuos que, al contrario de los que producen otras industrias de generación eléctrica, dejan de ser contaminantes con el tiempo. ¿O es que el CO2, el azufre, el arsénico o el mercurio utilizado en otras industrias se desintegran?

Por otra parte, ya disponemos de tecnología para eliminar la mayor parte de los residuos nucleares y sistemas para almacenarlos de forma segura. Incluso existen centrales nucleares cuyos residuos son prácticamente inexistentes, como es el caso de las centrales de torio.

Pero el medioambiente es mucho más que la gestión de estos pocos residuos. Es también la contaminación visual de nuestras montañas. La pérdida progresiva de grandes terrenos de cultivo. O los gases nocivos que producen otras tecnologías.

Y es que para generar electricidad lo mejor es usar el menor espacio posible. Es lo que ocurre en una central nuclear, donde cada pastilla de combustible apenas supera el tamaño de una moneda y equivale a una tonelada de carbón.

En el mundo hay más de cincuenta reactores nucleares en construcción en más de veinte países, algunos tan cercanos como Francia, el Reino Unido o Finlandia. Otros muchos países tienen planes muy ambiciosos.

Sin embargo, son los países en desarrollo los que apuestan de forma más clara por esta fuente de energía barata para incrementar su desarrollo y su bienestar. Es el caso de China, que ha construido más de veinte reactores durante la última década, empleando menos de cinco años en levantar cada reactor.

La energía atómica es el conocimiento científico más elevado al que ha accedido nunca el hombre. Renunciar a él es, probablemente, una de las causas que explican la pérdida de competitividad de Europa respecto a las regiones emergentes del mundo.

Desde hace cerca de veinte años nuestro país ha decidido seguir el modelo energético de Alemania, probablemente el país más castigado por la crisis energética, uno de los que más caro paga la energía y quizá el más dependiente del exterior. Nuestro seguidismo puede explicarse por la fascinación que ejerce sobre nosotros todo cuanto venga de más allá de los Pirineos.

Hemos creído, como en tantas otras cosas, que lo de fuera era mejor.

Esta crisis ha supuesto una enmienda a la totalidad del, hasta ahora, orgulloso modelo alemán. Hoy, naciones limítrofes con Rusia, como la propia Ucrania, son más autónomas que Alemania. Durante demasiados años, Berlín ha mirado por encima del hombro a Polonia por usar carbón en su mix energético. Hoy, Alemania abre centrales de carbón a contrarreloj.

Y algo similar ha ocurrido con Francia y Suecia, a las que Alemania presionaba para que abandonaran la energía nuclear. Hoy, franceses y suecos son energéticamente autosuficientes y los únicos que cumplen con los objetivos contra la contaminación y el cambio climático.

Durante estos meses de crisis hemos visto como, en los países de nuestro entorno, se suceden las apuestas por la energía nuclear en tres aspectos:

1. Prolongación de la vida útil de las centrales nucleares. Estados Unidos está alargando la vida de los reactores hasta los ochenta años. El aumento de la vida útil también se ha aplicado en países como Francia, Holanda, Canadá, Suiza, Suecia, Finlandia o Reino Unido.

2. Nuevos proyectos. Francia planea construir catorce reactores. Polonia, otros seis. Reino Unido, hasta siete. Además de nuevas centrales en Holanda, Argentina o Corea del Sur, entre otros.

3. Paralización de los planes de cierre. Japón está reabriendo sus centrales nucleares. Bélgica no sólo ha parado el cierre de las suyas, sino que ha prolongado su vida diez años. En California y Alemania, las autoridades han pedido que se reevalúe el cierre de las centrales al que ellas mismas habían obligado.

En estos momentos, España camina en solitario liderando los planteamientos antinucleares en el mundo, empeñada en mantener un modelo energético fracasado y siendo el único país con un plan de cierre de las centrales nucleares por motivos políticos.

Guillermo Vidal Lahera es ingeniero nuclear especialista en tecnología energética.

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