El modelo español de transición

El vocabulario de la política es demasiado pobre para designar al tambaleante presidente de Venezuela. ¿Dictador? Pero, más o menos, ha sido elegido. ¿Socialista? Sí, en la medida en que destruye sistemáticamente la empresa privada, pero para sustituirla con un capitalismo de Estado. ¿No deberíamos llamarlo caudillo, para volver a situarlo en un largo linaje hispanoamericano? Pero el término caudillo es demasiado genérico; puede describir una forma autoritaria y populista de ejercer el poder, pero no da información sobre la ideología de ese poder. Por otra parte, el general Franco, que fue caudillo de España durante cuarenta años, una vez proclamado como tal, no aceptaba que ese título se atribuyera a otro que no fuera él.

Igual que en su época había un solo Führer en Alemania, un solo Duce en Italia y un solo Padre de los Pueblos en Moscú, Franco quería ser el único y exclusivo caudillo. Lo he sabido leyendo la biografía de Franco publicada en 2014 por la Universidad de Wisconsin, en Estados Unidos, por dos especialistas en la historia de España, Stanley Payne y Jesús Palacios. Este libro ha pasado extrañamente inadvertido en España, pero en general, es cierto que Franco no es un tema popular de discusión en su propio país. Considerando que su régimen, que duró cuarenta años, fue uno de los más largos e influyentes de la historia española, nunca un dominio tan largo ha dado pie a tan pocos libros. Para cada uno en su campo, resultaba más cómodo adoptar una postura definitiva y sin matices sobre Franco, o ninguna postura en absoluto.

Evidentemente, este abandono del debate es comprensible; sin duda, habrá que esperar todavía otra generación para que el franquismo sea reconocido como un argumento legítimo de debate intelectual, histórico y universitario. Mientras tanto, debemos conformarnos con el libro de Payne y Palacios, que se opone a muchas ideas preconcebidas de derechas y de izquierdas, incluidas las mías; al ser primo de un republicano catalán que participó en la guerra civil, no tenía más fuente sobre el franquismo que esta epopeya familiar. Por ejemplo, sobre la entrada de Franco en la guerra civil, el libro subraya que esta había comenzado mucho antes que el golpe de Estado militar de 1936.

Antes de que Franco interviniera, el país estaba a sangre y fuego, en una situación prerrevolucionaria. De modo que no se trataba, nos dicen los autores, de elegir entre el caudillismo y la democracia liberal, sino entre Franco y una especie de bolchevismo hispánico. Si Franco dominó tanto tiempo, sobreviviendo a la caída del fascismo en Europa en 1945, fue porque los españoles (en su mayoría o minoría, no se sabe) prefirieron por defecto el orden franquista a lo desconocido. Siempre según los autores, la perennidad de Franco se debió a su falta de ideología; otros dirán que a su pragmatismo.

Franco, ante todo, estaba muy apegado a la Iglesia y a la monarquía, pero era flexible en cuanto al resto; cambiaba de delfín a su gusto y se adaptaba a la evolución liberal de la Iglesia, a pesar de no aprobarla. En 1940, quiso recrear en África un imperio español en detrimento de los franceses, pero en 1945 abandonó toda pretensión territorial y no emprendió ninguna guerra de descolonización, contrariamente a lo que hicieron Portugal y Francia. En 1942, envió una división de camisas azules, falangistas, a luchar junto a los alemanes en Stalingrado, pero tomando nota de la derrota nazi, se acercó a Estados Unidos para combatir contra el bando soviético. Adepto de una sociedad rural y conservadora, a partir de la década de 1960 Franco presidió la modernización y la liberalización de la economía española. Entre todas estas circunstancias y metamorfosis, Franco no dictaba nada, se adaptaba a los tiempos, aun cuando no le gustara esta revolución.

Este realismo franquista se explica ciertamente por su carácter: de todos los dictadores de su tiempo, Franco es el único normal desde el punto de vista psicológico. Su única rareza era la obsesión por los francmasones, a quienes atribuía una influencia excesiva. Mientras que Mussolini, Hitler y Stalin fueron unos iluminados que querían cambiar el mundo, Franco fue un padre de familia católico y conservador, nacionalista y español, pero no era portador de ninguna ideología profética.

Vuelvo a la génesis de nuestra historia y al caudillismo indestructible en Latinoamérica. A menudo se presenta la Guerra Civil española como el primer conflicto ideológico mundializado de los tiempos modernos. Después encontramos avatares en el Chile de la época de Allende y Pinochet, en Argentina con los peronistas, en Nicaragua con Daniel Ortega, en Venezuela desde Chávez y, cómo no, los Castro. Es cierto que, en todos estos casos, hemos podido observar un enfrentamiento entre guerrilleros izquierdistas, los conservadores apoyados por el Ejército (en Venezuela, no sabemos todavía de qué lado se inclina este último) y alguna intervención extranjera, de Rusia y Estados Unidos, y a veces de los Estados vecinos. Pero el verdadero modelo español, más positivo, es la transición democrática entre 1976 y 1978, querida y minuciosamente preparada por Franco.

Esta transición de un régimen autoritario que se transforma desde el interior, sin violencia, no tenía ningún antecedente histórico, pero se convirtió en un modelo que sería copiado en toda Latinoamérica, en Europa del Este y en Asia, Taiwán y Corea del Sur. Lo más importante de Franco fue, quizás, el posfranquismo. En cualquier caso, es el modelo que debería seguir Venezuela. Para seguirlo, hay que conocerlo. José María Aznar, muy activo en Venezuela, debería apoyarse en este precedente español.

Guy Sorman

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