El momento COVID-19 de China

El momento COVID-19 de China

El pasado mes de octubre, el Informe Global de Seguridad Sanitaria de 2019 incluyó una advertencia clara: “La seguridad sanitaria nacional es esencialmente débil en todo el mundo. Ningún país está plenamente preparado para las epidemias o las pandemias, y todos los países tienen deficiencias importantes que resolver”. Hace apenas un par de meses, surgió un nuevo coronavirus en Wuhan, China –y rápidamente demostró la precisión de la evaluación del informe.

El virus, hoy llamado COVID-19, fue descubierto por primera vez en la municipalidad de Wuhan en China, pero no fue tomado lo suficientemente en serio por las autoridades en las primeras semanas. Se cometieron múltiples errores, entre ellos la incapacidad para comprender la velocidad de transmisión del virus, agravada por la demora en informar a la población sobre el brote. En verdad, algunos de los que primero advirtieron sobre la enfermedad –en particular el oftalmólogo Li Wenliang- fueron sancionados por las autoridades locales. (Li luego murió como consecuencia de la enfermedad).

Recién el 20 de enero el gobierno actuó, después de que otro médico, Zhong Nanshan –un héroe en la lucha de China contra el brote de otro coronavirus en 2003, el síndrome respiratorio agudo severo (SARS)- alertó a la población sobre la gravedad del nuevo virus. Wuhan y las ciudades vecinas en la provincia de Hubei –con una población total de unos 58,5 millones de habitantes- hoy están bloqueadas por completo. En toda China, unos 700 millones de personas están confinadas en sus hogares.

El gobierno de China luego movilizó más de 200 equipos médicos de todo el país, inclusive del ejército, para ayudar a contener la enfermedad. También construyó tres nuevos hospitales, y nueve hospitales temporarios, con una velocidad sin precedentes. Y les dio a los gobiernos provinciales, municipales y comarcales instrucciones estrictas sobre cómo mejorar la higiene pública, aislar a las posibles víctimas y compartir experiencia y conocimientos.

Las respuestas sin precedentes de China parecieron haber desacelerado la propagación de la enfermedad fronteras adentro. Pero Wuhan, una ciudad densamente poblada, es un centro de transporte, sede de los mayores aeropuertos de la zona central de China, de los cuales parten diariamente alrededor de 30.000 personas en promedio. Esto significa que el COVID-19 puede propagarse rápidamente en todo el mundo, y lo ha hecho, poniendo a prueba la capacidad de respuesta sanitaria pública de los países en todas partes.

El 25 de febrero, la Organización Mundial de la Salud reportó 80.239 casos en 33 países y 2.700 muertes (una tasa de mortalidad del 3,4%). En la provincia de Hubei se registraron la mayoría de los casos y el 95% de las fatalidades.

Corea del Sur hoy es el segundo país después de China en cuanto a infecciones del COVID-19, con 1.261 casos confirmados. El gobierno ha puesto al país en estado de máxima alerta –una medida que permite confinamientos y otras medidas de contención-. La ciudad de Daegu, al sudeste del país, donde se concentran los casos, ha estado esencialmente en estado de emergencia. Japón, con 847 casos (alrededor de 700 de los cuales fueron en un solo crucero) es el tercero en la lista.

El virus también está ganando terreno en Europa, con 325 casos confirmados en Italia. El país ahora tiene en cuarentena a más de 50.000 personas. Inclusive Irán enfrenta un alza en las infecciones. Las esperanzas de que se pueda evitar una pandemia se diluyen a pasos acelerados.

Todo esto está causando serios problemas económicos, ya que se interrumpen las cadenas de suministro y se suspenden los servicios. Es más, parece probable que la economía de Japón –que ya está bajo presión por otra alza del impuesto al consumo y las consecuencias del tifón Hagibis- se contraiga aún más.

En Corea del Sur, un eje clave de las cadenas de suministro globales, Samsung Electronics ha suspendido las operaciones en la planta de teléfonos inteligentes en Gumi después de que una prueba confirmara que un empleado estaba infectado con el COVID-19.

Después de que Apple advirtiera que sus ganancias trimestrales se verán afectadas, debido a una producción desacelerada del iPhone y al cierre de tiendas Apple en China, los inversores globales se están poniendo nerviosos. En Estados Unidos, el S&P 500 cayó casi un 3% en el arranque de las operaciones el 24 de febrero.

Como el brote todavía sigue escalando, el daño global será aún más profundo que las alteraciones en las cadenas de suministro. La repentina reducción en la producción y los servicios está provocando un giro en los patrones de consumo y en las operaciones comerciales en China hacia el comercio electrónico y el teletrabajo –una tendencia que se puede replicar en otros países afectados en tanto se propague el virus.

Los efectos económicos de este giro –entre ellos los cambios en la demanda de viajes, servicios de turismo y productos de lujo en China- resonarán a nivel global en los próximos meses. Pero el efecto más profundo de la cuarentena por el COVID-19 es en la dinámica social china.

Una cantidad sin precedentes de chinos, hasta la mitad de la población, han quedado atrapados, puertas adentro, durante más de un mes, con tiempo para reflexionar sobre las consecuencias de la enfermedad para la vida, la familia y la sociedad. Por más difícil que haya sido la cuarentena, han sido capaces de contar con sus gobiernos para el suministro de electricidad, agua y servicios online de manera confiable. Por supuesto, el gobierno también ha depositado gran parte de la crítica en las redes sociales por sus tempranos intentos por suprimir información crítica. Pero desde entonces ha permitido un debate y comentarios más abiertos, como han demostrado los informes en profundidad de la revista Caixin.

La crisis del COVID-19 ha sacudido la creencia de que la prosperidad económica puede compensar el bienestar social. La muerte en hogares de un solo hijo termina con todo el linaje generacional, algo sin precedentes en la historia familiar china. Como resultado de ello, los chinos pueden reorientarse hacia la salud, el hogar y la familia, después de años de un turismo creciente y de consumo offline.

El frenesí de los medios globales, algunos teñidos de xenofobia alimentada por el coronavirus, podría reforzar los impulsos de autorreflexión y auto-fortalecimiento de China, particularmente a la hora de solucionar cuestiones vinculadas a la salud pública, la seguridad social y la gobernanza. El COVID-19 ya ha derivado en un rápido control de los daños domésticos y en una enorme reorientación de las prioridades, como maneras innovadoras de lidiar con los flujos de caja comerciales, la supervivencia de las pequeñas y medianas empresas, las alteraciones laborales y el restablecimiento de las cadenas de suministro clave.

Pero aun cuando el virus se contenga, asoman las crecientes rivalidades geopolíticas, la disrupción tecnológica, el cambio climático y la posibilidad de nuevas pandemias. De manera que, más allá de hacer frente a la crisis actual, el gobierno de China debería estar trabajando en reformas de largo plazo que fortalezcan la resiliencia en educación, atención médica, la red de seguridad social y mecanismos de retroalimentación internos. La población no espera menos.

Lo mismo es válido en todo el mundo. En un momento de interconexión global sin precedentes, nuestros mayores desafíos son compartidos. Todos los países deben trabajar para construir su resiliencia, y nadie estará a salvo.

Andrew Sheng, Distinguished Fellow of the Asia Global Institute at the University of Hong Kong and a member of the UNEP Advisory Council on Sustainable Finance, is a former chairman of the Hong Kong Securities and Futures Commission. His latest book is From Asian to Global Financial Crisis. Xiao Geng, President of the Hong Kong Institution for International Finance, is a professor and Director of the Research Institute of Maritime Silk-Road at Peking University HSBC Business School.

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