El momento histórico de Barack Obama

Aquí en Estados Unidos, donde resido y desde donde escribo este artículo, no es exagerado decir cuán consternados han quedado aquéllos que jamás pensaron que vivirían para verlo. Cuando mi esposa y yo acudimos la semana pasada, al día siguiente de la jornada electoral del 4 de noviembre, al centro de salud para ponernos nuestra vacuna anual de la gripe, la señora de la limpieza -una mujer blanca- nos saludó diciéndonos: «¡Este es un día histórico!». Y ciertamente así fue. La prensa en Estados Unidos encuentra difícil expresar con palabras una situación sin precedentes como ésta. Un comentarista del Atlanta Journal escribía: «Lo esperaba, ¡pero no tan pronto!». Parece como si todo Estados Unidos estuviera patas arriba. Una columna en The Washington Post afirmaba: «Corrían lágrimas, no sólo por el logro histórico de Obama, sino porque muchos estaban felizmente descubriendo que tal vez habían subestimado la posibilidad de un cambio en América».

Sin embargo, desde el primer momento es esencial dejar algunas cosas claras. Con Hillary Clinton como candidata, los demócratas también habrían ganado las elecciones. Eso se debe a que el primer gran factor a su favor, el primer gran enemigo del partido republicano, era George W. Bush. Es difícil entender cuán desastroso ha sido el todavía presidente para su propio partido (y, por supuesto, para la nación). En televisión, la noche de las elecciones, ni un solo representante republicano defendió al gobernante saliente. Estaban dispuestos a hablar de John McCain y de Sarah Palin, pero ni una sola voz se alzó a favor de Bush. McCain y Palin sabían que, aunque lo hubiesen intentado, no podían evadir el peso negativo del legado de George Bush.

En un momento en el que a un historiador le tienta ofrecer muchos comentarios, me limitaré a dos temas principales: la cuestión del racismo y la falta de experiencia del nuevo presidente.

Muchos han dicho, y continúan diciendo, que el racismo no ha desempeñado ningún papel en estas elecciones. Eso no es del todo cierto. En algún rincón del voto en contra de Obama estaba el hecho de que es negro. En el lugar de Estados Unidos donde mi esposa y yo residimos, nuestros vecinos aseguran que nunca votarían a un candidato negro. Sin embargo, a lo ancho de Estados Unidos, el sentimiento antinegro no está tan profundamente arraigado. De hecho, han votado más blancos por Obama que por cualquier otro candidato demócrata en las cuatro últimas elecciones presidenciales. Es significativo que en el Estado de Iowa -con una población blanca superior al 90%-, todos los votos electorales fueron a Obama. Ahora bien, a pesar de estos factores, la realidad del racismo se ve en un detalle fundamental. En estas elecciones, más del 95% de la población afroamericana de Estados Unidos votó sólidamente por Obama. Es algo que jamás antes habían hecho, y ha cambiado el rostro de la política americana. Por primera vez, los votantes negros se sienten claramente identificados con una causa. Eso es un suceso históricamente revolucionario. Al mismo tiempo, dos tercios del voto de la población hispana han ido a Obama. Eso también es revolucionario. En esta situación, sería absurdo mantener que el racismo no ha jugado ningún papel. Ciertamente, no ha habido evidencias de antagonismo racial, pero el racismo ha sido un factor central en los modelos de votación.

Esto no significa que el resultado de las elecciones sea un triunfo para el movimiento en favor de los derechos civiles. Algunos periódicos en España han sugerido eso, pero se equivocan. No hay nada en común entre el legado de Martin Luther King y lo que ha pasado este 4 de noviembre. Efectivamente, muchos líderes del movimiento por los derechos civiles estaban profundamente recelosos de Obama. Eso era porque éste presentaba una opción que iba más allá de la tradicional lucha por los derechos. La campaña de Obama se basaba siempre en una alianza blanca-negra que miraba hacia el futuro y no hacia el pasado. En eso, irónicamente, le ha ayudado su predecesor republicano, que situó a personas negras como Colin Powell y Condoleeza Rice en los puestos más altos de la autoridad en la nación. En ese sentido, Obama es el heredero de un camino que ya le ha venido marcado por George W. Bush. Era un camino que no pertenecía a ningún partido en particular, demócratas o republicanos, pero era una aspiración común de todos los americanos, sin tener en cuenta la raza. El triunfo de Obama con suerte probará que el movimiento en favor de los derechos civiles ya no es relevante en una sociedad moderna y madura.

Aparte del tema del racismo, el resultado de las elecciones es único porque da poder a un hombre completamente desconocido. Cuando Hillary Clinton disputaba la candidatura demócrata con Obama, daba mucha importancia al hecho de que ella tenía experiencia y su oponente, ninguna. Sin embargo, los votantes eligieron a un hombre que no tenía experiencia, y ahora la nación también lo ha hecho.

En realidad, EEUU ha dado un salto al vacío, llevado más por el profundo deseo del cambio que por la urgencia de elegir al mejor candidato. Bajo criterios normales, Obama era el candidato equivocado. Entonces, ¿por qué le votaron? En la noche de las elecciones, los periodistas enmudecían al ser preguntados por los posibles cambios que la nueva Administración hará en la política exterior. No había nada que decir, simplemente porque el presidente electo nunca ha hecho ninguna declaración sobre política exterior.

En un sentido, al elegir a Obama, los estadounidenses han reafirmado una de sus más profundas convicciones: la creencia en las posibilidades del hombre corriente. Han elegido a alguien de origen humilde, un hombre que ha salido no de la riqueza (como los Kennedy, Clinton y Bush) sino de la pobreza, un hombre que tiene muy poca experiencia en política y confía sólo en su propia inteligencia, un hombre que nunca ha servido en el ejército, un hombre con poco conocimiento del mundo exterior y sin conocimiento de lenguas extranjeras.

Para el país más poderoso del mundo, seleccionar a tal hombre para que dirija sus ejércitos y su política exterior no deja de ser asombroso. Como preguntaba The Washington Post: «¿Cuántos cambios más aceptará America?». Mi respuesta es un tanto comedida. Hay poco espacio para el cambio, porque los problemas que ha dejado Bush son enormes. La profunda crisis financiera, la creciente tensión de la inmigración, la amenaza constante del terrorismo, el daño humano y económico de la Guerra de Irak, son problemas que cualquier Gobierno debe atender antes de pensar en cambiar la sociedad estadounidense. Obama pronto decepcionará a sus votantes, pero será culpa de ellos si esperan demasiado.

Pensándolo bien, sin embargo, América no ha decepcionado al mundo. Al igual que yo, muchos han creído que esta nación -a pesar de su gran genio- estaba demasiado hundida en su propio barro para poder salvarse. Me alegra haberme equivocado. Sólo queda repetir las palabras del candidato victorioso en la noche de su triunfo: «Si hay alguien allí fuera que todavía duda de que América es un lugar donde todas las cosas son posibles, quién todavía se pregunta si el sueño de nuestros fundadores está vivo en nuestro tiempos, quien todavía cuestiona el poder de la democracia, esta noche es vuestra respuesta».

Henry Kamen, historiador y su último libro publicado es Imagining Spain: Historical Myth & National Identity, Yale University Press, 2008.