El momento populista de Vox

Escribe Chantal Mouffe en Por un populismo de izquierda (2018) que en los próximos años el eje del conflicto; esto es, de la batalla por el establecimiento de un “sentido común”, de una “hegemonía”, estará entre un populismo de izquierda y otro de derecha. Esa situación ha llegado ya a España.

Podemos surgió en lo que Mouffe llama “momento populista”. Incluso el mismo Errejón, mero repetidor de las palabras de la filósofa, llegó a escribir que la situación sociopolítica española abría la puerta a una “solución populista de izquierdas”. Era el año 2014. Ese momento era definido por el cuestionamiento del sistema económico, sus instituciones y la élite política, en medio de una desafección general y una crisis social.

Los populistas de Podemos construyeron un “sentido común”, lo que Lakoff llama un “marco cognitivo” y Laclau un “significante vacío”, que permitía archivar los problemas, convertirlos en conflictos sociopolíticos, y señalar a unos culpables. Una vez consolidado ese marco se podía lograr la gramsciana hegemonía cultural que permitía la hegemonía política; esto es, marcar la agenda, los temas, el momento de su debate, los conceptos con los que se debatía; en fin, todo. Si a esto se le sumaba un despliegue de medios que los convertía en protagonistas, el plan quedaba culminado.

Ese momento populista no ha cesado, y ha surgido a la derecha otra fuerza que utiliza los mismos esquemas con similar objetivo: alcanzar el poder para cambiar la estructura del Estado y la sociedad misma. Es Vox, aunque su éxito ha tenido que esperar a 2017 por obra y gracia del procés independentista. Sin los acontecimientos en Cataluña, Vox seguiría siendo un grupúsculo testimonial.

Los de Abascal aplicaron el estilo populista a su nacionalismo esencialista para crear su “sentido común”. Identificaron los problemas que, a su entender, pervertían la idea de España: la inmigración musulmana, el separatismo y la ideología de género. Esa triada tenía un sentido, ya apuntado por Gustavo Bueno: la pérdida de identidad cristiana, el desguace de la madre patria, y un feminismo supremacista que rompía la igualdad como eje de la comunidad española.

El nacionalismo conservador de Vox es tan victimista como de contraataque o reactivo, que fácilmente se puede encajar con el estilo populista. En realidad, hablamos de fórmulas ya utilizadas por el romanticismo tardío entre 1880 y 1939; de ahí que algunos quieran ver fascismo en Vox, aunque no sea así.

Ese nacionalismo que reproducen los de Abascal se basa en que la idea de España, cuyo pasado instrumentan y mitifican, está “amenazada” de diversas formas: las autonomías porque son una estructura de la que se aprovechaban los nacionalistas para romper el país, la cultura “antiespañola”, la izquierda que colabora con el independentismo, y los “traidores”, los “flojos”, los “progres”, “la derechita cobarde”, en referencia al PP. Por eso Abascal copia de Blas Piñar aquello de “Adelante españoles, sin miedo a nada ni a nadie. ¡Por España! ¡Viva España!”.

La adopción del estilo populista a su nacionalismo conservador fue obra de Kiko Méndez Monasterio, verdadero negro de Abascal y quien lleva a la moribunda formación esa forma de hacer política que estaba triunfando en Francia y en otros países europeos. El resto del armamento populista lo engancharon Bardají y Steve Bannon desde abril de 2018.

Ese discurso cuajó según la situación en Cataluña iba empeorando. Había llegado para Vox su momento populista, esa situación en la que una solución nacional populista podía triunfar. Repasemos las condiciones.

Primero, una pertinaz inestabilidad política por la irresponsabilidad de la élite política, que genera debilidad gubernamental, espectáculo parlamentario, descrédito institucional, y mayor presencia de los que quieren romper el orden constitucional. Además, la izquierda colaboracionista echa mano sistemáticamente de los independentistas para gobernar en ayuntamientos, diputaciones, y en el Ejecutivo nacional. Esto es lo que está haciendo Sánchez desde la moción de censura.

Segundo, la desafección creciente de la ciudadanía hacia la élite política y el sistema. Es evidente que la incapacidad de los dirigentes para llegar a acuerdos y las repeticiones electorales han provocado en parte de la población una desconfianza en la utilidad de la institución (parte dignificada) y en la elección (dignificante). Los nacional populistas desprecian la legalidad, aunque la acaten, y reclaman que la legitimidad está en una demanda extrainstitucional: la voluntad del “pueblo español”, cuya esencia, dicen ellos representar en exclusiva.

Tercero, la crisis socioeconómica. La élite política -ya sea PSOE o PP, que da igual porque son “el sistema”, el establishment-, la oligarquía, no gobierna para beneficio del pueblo, que tiene que pagar sus errores y su corrupción. Por supuesto, en este entramado la prensa se convierte en vocera de esa oligarquía.

El cuarto elemento del momento populista es la crisis del sistema de partidos tradicionales, que ya permitió el éxito de los de la “nueva política”: Podemos y Cs. Esa desafección antes citada se traduce en pérdida de apoyo de los partidos gobernantes, por colaboracionistas, traidores o cobardes. La caída del sistema de partidos refuerza el discurso antisistema del populista: es la demostración de la ruptura entre la élite y el pueblo.

El quinto es la articulación de un “sentido común”, un “marco cognitivo” que permita dar una lógica a todos los problemas. El nacional populismo de Vox construye un significante vacío con tres problemas generales a los que se achacan la inestabilidad, el paro, la inseguridad ciudadana, y la pérdida de identidad nacional.

Esos tres problemas que ponen en peligro “la idea de España” son el separatismo que vive del Estado de las Autonomías, la inmigración musulmana que amenaza la identidad histórica y el orden público, y la ideología de género, que rompe la igualdad entre españoles. Es el eje de la “dictadura progre”, dicen, que abarca toda la corrección política desde la emergencia climática hasta Franco.

¿En qué sectores de la población ha calado ese momento populista? Ya lo hizo Trump. Inciden en esas bolsas de población desatendidas por las instituciones y los partidos, defraudadas o frustradas. Son esos sectores transversales, no de clase, en los que prima el voto protesta, la indignación, la emotividad, la idea de resistencia frente al entorno al que perciben como adverso, falso e injusto, creado para beneficiar a otros. Es la nueva versión de la histórica “derecha rebelde”, que sueña con la reconstrucción de la comunidad perdida o en riesgo. Es la reacción ante un mundo que parece desmoronarse por inacción, cobardía o egoísmo; la misma sensación que permitió el ascenso del otro populismo: Podemos.

¿Tiene riesgos un nacional populismo en España? Muchos porque se alimenta de la inestabilidad política, de las sucesivas elecciones -también lo decía Iglesias hace cuatro años-, de la tensión y la polarización de la vida política, de la demagogia, de confundir al electorado con promesas de imposible cumplimiento, de pervertir el sentido de la democracia, de instalar el caudillismo visionario, la confrontación, la violencia verbal, la antipatía como instrumento político, y porque con Vox crecerá también el otro extremo.

De hecho, Sánchez un maestro a la hora de interpretar los resortes del poder, supo que su gran baza era el crecimiento de Vox, y por eso le dio protagonismo. Afortunadamente, como bien indicó Mouffe, un momento es circunstancial y se acaba dejando atrás, aunque nunca pasa en balde.

Jorge Vilches es profesor de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense.

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